Camilo Quintero es un hombre arrogante, que no tiene reparos en hacer sentir mal a los demás. No cree en el amor y se niega rotundamente a casarse. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando su abuelo lo destituye del cargo de CEO, le quita todas las tarjetas de crédito, su dinero y le da un año para que consiga un trabajo digno y cambie su forma de ser.
En medio de su nueva realidad, Camilo conoce a Lucía Fernández, una joven humilde, sencilla y amorosa, todo lo contrario a él. Por circunstancias del destino, terminan conviviendo juntos y, poco a poco, se enamoran. Sin embargo, la familia de Lucía no lo acepta, convencida de que su hija merece a alguien mejor y no a un “bueno para nada” como Camilo.
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CAPITULO 21
Vanesa salió del apartamento sujetando con una mano el bolso y con la otra, cuidadosamente, la manita de Ricardo. El pequeño, de apenas cuatro años, llevaba una chaqueta azúl marino y apretaba contra su pecho un auto de juguete rojo, su favorito.
—Vamos, Ricardo —dijo Vanesa, intentando sonar cariñosa, aunque la impaciencia le tensaba el tono—. Tenemos que darnos prisa.
Bajaron las escaleras del edificio mientras el niño trataba de no tropezar, entretenido con el pequeño auto. Ya en el garaje, Vanesa abrió el coche y lo ayudó a subir en el asiento trasero. Se aseguró de abrochar el cinturón antes de cerrar la puerta de un golpe seco.
Ella subió al asiento del conductor, encendió el motor y, tras un suspiro profundo, salió del estacionamiento.
—¿Mami, a dónde vamos? ¿Vamos a ver a papi? —preguntó Ricardo con una sonrisa inocente y llena de ilusión.
Vanesa tragó saliva. Su mirada se endureció por un instante, pero se forzó a sonreír al mirarlo por el retrovisor.
—Por ahora no vas a ver a tu papá, él sigue de viaje, Ricardo. Voy a una reunión con una vieja amiga y tú... tú te vas a portar bien. Quiero que estés callado, sin decir ni una sola palabra. ¿Entendido?
El niño bajó la vista un poco, pero asintió obediente.
—Sí, mami. Entendí que no debo decir nada mientras hablas con tu amiga —contestó, volviendo a enfocarse en su auto de juguete, deslizando el carro por el cinturón de seguridad como si fuera una pista de carreras.
El camino era largo y tranquilo. El sol de la mañana brillaba alto en el cielo, y el aire acondicionado del coche mantenía una temperatura cómoda. Vanesa, sin embargo, tenía el corazón latiendo con fuerza. Todo debía salir perfecto o tendría problemas con Víctor.
El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos. Vanesa echó un vistazo al nombre que aparecía en la pantalla decía Iván. Sin dudarlo, contestó.
—Dime, amor —dijo, girando el volante para tomar una curva.
—¿Cómo va nuestro plan? ¿Ya sabes quién se va a quedar con la mayoría de la herencia? —preguntó Iván con voz ansiosa al otro lado de la línea.
Vanesa soltó una risa suave y venenosa.
—Iván, mi amor... Al principio me dio rabia que Víctor se casara solo por el contrato. Pero, viéndolo bien, fue la mejor jugada que pudo hacer.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque los abuelos fueron muy claros. La cláusula del testamento dice que solo heredará quien esté casado y tenga un hijo dentro del matrimonio. Como Ricardo nació fuera de ese vínculo, él queda fuera. Eso deja a Camilo como el único beneficiado.
Iván gruñó al otro lado, impaciente.
—¿Y entonces? ¿Cómo eso nos ayuda?
Vanesa sonrió, con una sonrisa fría y calculadora.
—Voy a hacer pasar a Ricardo como hijo de Camilo. Crearé una escena, sembraré la duda... Cuando la familia crea que Camilo tiene un hijo fuera del matrimonio, lo forzara a divorciarse, perderá la herencia. Así, todo quedará para Víctor, y por lo tanto, para nosotros.
Hubo un silencio de unos segundos, antes de que Iván hablara.
—Muy bien, princesa. Pero recuerda lo que dijimos: cuando tengamos todo, Ricardo... vuela.
Vanesa soltó una risa aguda, casi siniestra.
—No te preocupes, Iván. Cuando nos quedemos con la herencia, ese niño terminará en un orfanato. Y listo. Sin complicaciones, sin preguntas, sin problemas.
Del asiento trasero, sin que Vanesa se diera cuenta, unos ojitos húmedos observaban fijamente por la ventana. Ricardo no entendía del todo las palabras de su madre, pero algo en su tono y en la forma en que hablaba de él... lo hizo encogerse en su asiento y un escalofrío recorrió toda su espalda.
Mientras Vanesa caminaba con paso firme hacia la cafetería, Victor llegaba a su casa con el corazón latiendo con fuerza, apretando entre sus brazos un hermoso ramo de rosas rojas y una caja de chocolates envuelta con un lazo dorado. El sol de la tarde acariciaba suavemente su rostro, y una ligera brisa movía su camisa mientras cruzaba el pequeño jardín que conducía a la entrada principal.
Al abrir la puerta, una mezcla de nervios y emoción lo invadía. Sentía que cada paso lo acercaba más a ese momento que llevaba tiempo esperando: hablar con Zulay desde el fondo de su corazón.
—Buenas tardes, Teresita —dijo Victor con una sonrisa amplia y sincera, dejando que la calidez de su voz llenara la estancia.
La mujer, que estaba en la cocina preparando una infusión, alzó la vista y lo miró con ternura.
—Mi niño, llega temprano a casa hoy —respondió Teresita con una sonrisa que iluminó su rostro arrugado, esa que siempre le hacía sentir a Victor que estaba en casa, en paz, como si fuera aún aquel joven que ella cuidaba con tanto amor.
Victor dejó el ramo de flores y los chocolates sobre la mesa de centro, como si cada objeto llevara una parte de sus emociones.
—Me vine temprano porque quiero hablar con Zulay —dijo con tono decidido, pero suave, mientras sus ojos no se despegaban del ramo que había elegido con tanto cuidado.
Teresita se acercó con una taza de café humeante y se la ofreció con un gesto maternal.
—Tu esposa salió, Victor —dijo con delicadeza.
Victor frunció ligeramente el ceño, preocupado.
—¿Para dónde? —preguntó con intriga, sintiendo un leve pinchazo de ansiedad en el pecho.
— Ella se fue para el hospital a visitar a su mamá —contestó Teresita, tomando asiento frente a él, observando su rostro con atención.
Victor tomó un sorbo de café, buscando calmarse. El sabor cálido y amargo le ayudó a ordenar sus pensamientos.
—Me tomo el café y voy a recogerla al hospital —dijo finalmente, con una leve sonrisa.
Teresita se quedó en silencio un momento, observándolo con esos ojos sabios que todo lo notaban. Luego, con voz pausada, como quien cuida cada palabra, habló desde lo más profundo de su corazón.
—Mi niño... ¿qué sientes por Zulay? No la lastimes, por favor. Ella es muy buena, muy dulce. Tiene un corazón noble, y tú lo sabes.
Victor levantó la mirada y se quedó unos segundos en silencio, como si las palabras que estaba por decirle necesitaran un momento exacto para salir. Sus ojos, oscuros y profundos, brillaron intensamente, revelando una emoción auténtica, casi vulnerable.
—La amo, nana —dijo finalmente, con voz firme, aunque levemente quebrada por la emoción—. No sé cómo explicarlo. Cuando la veo, todo en mí se detiene. Me da paz, me da fuerza... y a veces miedo, porque nunca había sentido algo tan real. Y si la pierdo, no sé qué sería de mí.
Teresita se conmovió con sus palabras. Le acarició la mano con dulzura y asintió despacio.
—Entonces lucha por ella, Victor. El amor verdadero no se deja escapar.
Víctor sonrió, con el alma más ligera y el corazón lleno de esperanza. Terminó su café, tomó el ramo y los chocolates, y se encaminó hacia el hospital, decidido a no dejar que ese amor se apagara...
Continuara...
Gracias Mar por la maratón 😘😘😘
se encuentren de nuevo, seguro que la madre hizo algo, en la desaparición de Lucrecia 🤔