El Amado De La Archiduquesa

— Excelencia, no sería conveniente que usted hiciera el interrogatorio. Entiendo que, como sucesora del archiducado, es su deber, pero estas cosas suelen ser traumáticas para algunas personas —comentó el joven sucesor del condado Smith con preocupación.

— Lor Smith, agradezco su preocupación. ¿Ha presenciado algún interrogatorio con anterioridad? —preguntó Bianca con educación.

— No he tenido la oportunidad —dijo espontáneamente.

— Entonces, permítame aconsejarle que no entre; no querrá ver lo que pasará en ese calabozo —dijo Bianca antes de adentrarse en lo más profundo del calabozo, donde tenían a un solo bandido que había quedado con vida.

Sus soldados la siguieron, pero el capitán del escuadrón le dirigió unas palabras al joven antes de continuar.

— Ella fue entrenada para eso; no le dará pesadillas asesinar a alguien más. Al fin y al cabo, es igual que su prometido. Si gusta cuidar de su sueño, le recomiendo entrar a la mansión; no querrá escuchar los gritos; los criminales suelen ser muy ruidosos —el capitán se retiró, dejando al joven con un sabor amargo en la boca.

Era cierto que tenía interés en la joven archiduquesa, pero si estaba comprometida, no había nada que hacer. Decidió retirarse a sus aposentos; si ella estaba entrenada, no había de qué preocuparse.

Adentro de las mazmorras, el hombre ya tenía un par de heridas. Bianca había depositado en ellas un potente veneno que lo mataría lentamente.

—Qué patético tener que morir por traidores. Los tuyos te dejaron a tu suerte, y aun así piensas morir por su causa —Bianca sonrió con malicia.

Era cierto que los hombres habían dejado a su compañero, pero estos fueron alcanzados y asesinados brutalmente.

El hombre seguía en silencio, lo que estaba acabando con la poca paciencia de la archiduquesa.

—Lo que eché en tus heridas te mantendrá con vida durante mucho tiempo, el tiempo necesario para encontrar de dónde provienen, porque sé muy bien que no son del imperio. Y lo más importante: ¿qué buscan en mis tierras? Una vez que consiga de dónde provienen, buscaré a sus familias y las colgaré una a una; borraré cada huella de su existencia de la forma más lamentable —Bianca tenía sujetado el rostro del hombre que, por un momento, titubeó.

—Ya estoy muerto, o eso es lo que cree mi familia. Ella sabía que yo era el único que la podía encontrar. El rey está cerca de llegar a ella. Hay hombres en el territorio leyer. La pista se perdió entre tres territorios: el archiducado, este condado y el condado leyer. La encontrarán a como dé lugar —dijo el hombre, agotado. El dolor era insoportable; el veneno ya estaba haciendo efecto.

— ¿Quién es? ¿Por qué es tan importante? Tiene que tener mucho valor para que tu rey haya tenido la osadía de mandar hombres a este imperio. — Bianca ya sabía de quién se trataba, pero tenía que confirmarlo.

— Es una princesa; pertenecía al antiguo imperio Esmeralda. Solo dos princesas salieron con vida de aquel lugar: una de ellas no le sirve, pues su sangre es mezclada. La hija de una concubina con el hermano del emperador no daría una descendencia perfecta, pero, en cambio, la otra era hija de la emperatriz y del propio emperador, aunque se hacía pasar por hija de una concubina. Él busca a la hija que tuvo esa princesa; el padre se la vendió por un pacto generacional al rey. — Los presentes estaban helados, exceptuando a Bianca. Todos pensaban que nadie de ese imperio quedó con vida, pero Bianca sabía de la existencia de ambas y quiénes eran sus descendientes. Las princesas no solo eran codiciadas por su belleza, sino por su sangre; había una extraña creencia de que sus hijos varones eran formidables guerreros, pero en varias generaciones no nacía uno.

— No saben si está viva; esa mujer podria estar muerta —dijo Bianca, restando importancia a la existencia de ambas princesas.

— Buscará a los hijos que haya tenido. El rey está loco y nadie puede detenerlo. Hay alguien con la sangre de esa princesa con vida; el rey lo sabe, no sé cómo, pero está seguro de que alguien con la sangre perfecta de ese imperio está con vida. — El rostro pálido y demacrado del hombre era un claro indicio de que el veneno estaba actuando más rápido de lo normal, lo que mostraba la debilidad de los hombres de ese imperio.

— ¿Por qué sus espadas derriban a nuestros hombres con facilidad? Si ustedes son demasiado débiles, a un hombre de mi imperio ese veneno lo mataría en meses, pero a ti te está matando en segundos. — Bianca no podía dejar pasar esa pregunta.

— Un veneno que solo conoce el rey. La conoces, ¿no es así? Él la encontrará, por derecho le pertenece. — Dijo el hombre retorciéndose de dolor. Él mismo sabía la debilidad que ellos tenían; es por eso que el rey busca a esa princesa, para limpiar la sangre de su linaje.

— No, si yo puedo evitarlo. — Bianca esperó a que el hombre perdiera la conciencia; si fuera un hombre perteneciente al imperio, ese ciclo se repetiría una y otra vez durante una semana, pero ese hombre era extranjero, tan solo duraría unas pocas horas con vida, pero no podía permitir que alguien más escuchara esta información.

— Mátalo. — Dijo antes de salir. Sus hombres cumplieron la orden de inmediato; el hombre murió sin siquiera estar consciente.

Bianca terminó su recorrido con éxito, dejando cien hombres en cada pueblo que inspeccionó. Las alarmas estaban encendidas; esos hombres entraron por la frontera más segura, lo que indica que hay traidores en la guardia de la frontera.

Su llegada al archiducado fue pacífica. Se refugió en su escritorio, donde la esperaban decenas de cartas que leyó con cuidado, acariciando cada letra y aspirando el olor de la tinta plasmada en cada papel. Bianca podía reconocer el olor de la tinta nueva y de la tinta vieja. Se lamentó de no estar en el ducado para responder las cartas a tiempo, pero aprovechó la inspiración de la madrugada para deleitarse en las líneas que escribió su amado.

—La cruel distancia es un suplicio que me envenena cada día con tu ausencia. Lo peor es que la cura para mis males no está cerca; el antídoto se me suministra gota a gota con cada una de tus cartas, pero mi vanidoso corazón anhela más. Debo confesar que tu presencia sería el remedio para mi envenenamiento.— Bianca escribió cada verso desde su corazón, plasmando sus sentimientos con cada trazo de la pluma. Varias cartas perfumadas fueron apiladas a un lado del escritorio para ser enviadas a primera hora.