—Divorciémonos.
La voz de Alessio Albrecht cortó el silencio como un bisturí, precisa y sin emociones. Ni siquiera se dignó a mirar al hombre que había sido su esposo durante ocho largos años. Frente a él, Enzo Volkov entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con frialdad.
—¿Quieres separarte mi ahora?
Ocho años atrás, Alessio, quien no era el verdadero villano. Solo era un hombre que despertó atrapado en el cuerpo del antagonista de una novela BL escrita por su compañera de oficina. En ese mundo ficticio, su personaje era cruel, obsesivo y dispuesto a cualquier cosa para separar al protagonista de su verdadero amor.
Se enamoró de Enzo Volkov y lo obligo a comprometerse y contraer matrimonio con él. Finalmente, después de 8 años, su amor no fue correspondido, Y así, un día, harto del eco de su propia culpa y su amor no fue correspondido, solicitó el divorcio.
Un día sucedió un accidente. Un segundo de descuido. Un camión. Y entonces, la segunda oportunidad.
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02
Al cruzar el umbral, vi a mis padres conversaban con expresión relajada, los gestos pausados y cálidos, mientras Artem, con su energía habitual, gesticulaba animado.
Me acerqué lentamente, la luz del ventanal bañaba la mesa y daba al momento un aire casi irreal.
—Buenos días, Artem, mamá, papá —saludé con voz clara.
Artem giró hacia mí con una sonrisa amplia, sus ojos resplandecientes, como si mi presencia complementara la escena.
—¡Buenos días, hermano! —respondió con alegría.
Asentí, apenas curvando los labios en una suave sonrisa, y me senté frente a él.
También mis padres me saludaron al presenciar mi llegada. Con dulzura, mamá levantó la vista y me brindó una sonrisa dulce.
—Buenos días, cariño. ¿Dormiste bien? —preguntó, sirviendo un poco más de café en su taza.
—¿Hoy vas a trabajar, hijo? —añadió papá, sin dejar de remover su té, aunque su tono era cálido, pero firme.
Asentí con suavidad mientras tomaba la servilleta y la colocaba sobre mi regazo, mientras me servía un poco de fruta del centro de la mesa.
— Perfecto. Hoy iremos juntos a la empresa. —continuó él entonces, levantando la vista para encontrar la mía—. Quiero mostrarte algo.
Asentí ante las palabras de mi padre, con una ligera inclinación de cabeza. No fue necesario agregar más; ambos comprendimos que ya había iniciado el día para nosotros. El desayuno transcurrió de forma armoniosa, con pequeñas conversaciones, risas breves de Artem, y los suaves comentarios de mamá, siempre atentos a cada detalle en la mesa.
La calidez del momento se contraponía con la dureza del día que se aproximaba, pero por un momento todo parecía en armonía.
Al acabar, dejé con cuidado la servilleta sobre el plato. Papá se levantó casi al mismo tiempo junto a mí. Nos encaminamos hacia la puerta y, antes de retirarnos, nos volteamos hacia ellos.
—Hasta luego, mamá, Artem —expresé con tranquilidad.
—Nos vemos al almuerzo —añadió papá, mientras ajustaba el reloj en su muñeca.
Ambos nos despidieron con sonrisas. Sin más retrasos, salimos de casa con destino a la empresa.
────── ≪ °❈° ≫ ──────
Al llegar a la empresa, las puertas de cristal se abrieron, permitiendo la entrada del aire fresco de la mañana. El ruido de teclados y teléfonos cesó momentáneamente al pasar el vestíbulo. La recepcionista, en compañía de varios trabajadores cercanos, se levantaron de manera respetuosa.
—Bienvenidos, presidente y director —saludaron al unísono, con respeto marcado en sus voces.
Papá asintió con su porte habitual, firme y sereno. Yo lo imité, con una leve inclinación de cabeza.
Sin detenernos, nos dirigimos hacia el ascensor al fondo del pasillo. Las puertas se cerraron suavemente después de nosotros, y empezamos la subida hacia el último piso, donde se encontraba la oficina de mi padre.
Al llegar a la oficina, las puertas de vidrio se abrieron y papá se aproximó con naturalidad a su escritorio, como si cada paso estuviera ensayado por años de costumbre. La habitación era extensa, iluminada por la luz que fluía desde los ventanales que presentaban la ciudad en miniatura.
Me detuve frente al escritorio, de pie, con las manos tras la espalda, a la espera de sus instrucciones. Él se sentó en su silla, cruzó brevemente las manos sobre la superficie pulida y comenzó a hablar con tono firme pero satisfecho.
—Hijo, has hecho un buen trabajo. El proyecto que estuviste a cargo fue un éxito.
Asentí en silencio, aunque internamente me empeñaba en recordar precisamente a qué proyecto mencionaba. Ocho años han pasado, a veces los detalles se disolvían como niebla en la memoria. Aun así, no mostré duda.
Papá siguió sin titubear.
—Por lo tanto, desde este momento te ocuparás del desarrollo de los productos y de cómo ampliar el mercado.
Incliné la cabeza de manera suave —Gracias, padre. Entonces, sin más, me retiraré —dije con formalidad, dando un paso atrás.
Sin embargo, antes de poder voltearme, su voz me detuvo.
—Ah, y contarás con tu oficina propia. Ya han iniciado su preparación.
Apenas me volteé, con una leve inclinación de cabeza, y contesté.
—Claro. Gracias. Después salí, con pasos firmes, mientras esa sencilla frase resonaba en mi interior con un eco imprevisto: “mi propia oficina”.
Durante mi paseo por el pasillo, las palabras de papá continuaban resonando en mi mente: “mi propia oficina”. No obstante, ese pensamiento provocó otro pensamiento inesperado: “esto significa que todavía no le he solicitado matrimonio a Enzo...”
Solo lo llevaba de la mano a citas elegidas por mí, a restaurantes que no siempre deseaba frecuentar, a planes que yo decidía sin preguntarle si realmente deseaba estar ahí.
Con ese pensamiento, tuve una ligera sonrisa en mi rostro, mitad aflicción, mitad ironía. Quizás era el momento de comenzar a tomar decisiones distintas.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el undécimo piso, mi expresión ya había recuperado la compostura. Crucé el pasillo hasta llegar a mi grupo de trabajo.
—Buenos días —dije con voz clara—. Deseo transmitirles que el proyecto resultó ser un éxito.
Hubo una breve pausa, seguida de miradas que se cruzaron, y luego un murmullo de aprobación y sonrisas. Era simplemente el comienzo de algo más grande… y tal vez, también, de lo personal.
—Para festejar, después del trabajo iremos a cenar. —Anuncié con una sonrisa discreta, observando al grupo reunido.
Inmediatamente, los aplausos y vítores espontáneos se desataron en el salón. Algunos se levantaron, otros alzaron los brazos en señal de victoria, y por un momento, la rigidez de la oficina se transformó en una breve alegría.
Entre las voces, Ignat, mi colega y amigo desde hace mucho, sobresalió con uno de sus comentarios distintivos.
—¡Entonces pediremos lo más caro del menú!
La risa fue unánime, incluso yo no pude evitar soltar una carcajada breve, negando con la cabeza mientras cruzaba los brazos.
—Solo si luego no lloran cuando llegué la gran cantidad de trabajo —contesté con un tono divertido.
Ignat alzó las manos como si no tuviera culpa alguna, todavía sonriendo, y yo volteé sobre mis talones, dejando atrás las risas y reclamos mientras me dirigía a mi lugar de trabajo. Me esperaba una pila de papeleo que revisar antes del final del día, pero el ambiente liviano que se había creado lo hacía todo un poco más llevadero.
La mañana se desarrolló con el ritmo habitual: revisión de informes, firmas por entregar, llamadas breves, todo sumergido en el continuo murmullo de teclados y diálogos a media voz. A mediodía, precisamente cuando me levantaba para estirarme un poco antes del almuerzo, Ignat se acercó con su tablet en mano.
—Tendremos una reunión justo antes del almuerzo —me dijo, como si ya supiera que eso alteraría mi agenda.
Asentí sin mucho detalle, adaptándome mentalmente al resto de mi día. Fue en ese momento cuando sentí la vibración leve de mi teléfono sobre el escritorio. Lo tomé casi por reflejo. Sin darle importancia, hasta que vi el nombre que apareció en la pantalla: “Media cereza de mi pastel”. Me quedé inmóvil unos segundos, abrí el mensaje.
El mensaje se presentaba sencillo. “Te veré después del trabajo.”
Ignoré el mensaje, bloqueé la pantalla sin responder. Estaba decidido. Enzo formaba parte de un vínculo que ya no quería sostener.
Comencé a examinar el informe para la reunión, concentrándome en los datos y análisis que tenía ante mí. Resaltaba, clasificaba y anotaba detalles, intentando mantener la concentración en la labor. Sin embargo, el móvil volvió a vibrar, una vez más... dos... tres...
(Zzzt... Zzzzt... Zzzzzt...)
El sonido insistente rompía el silencio de mi concentración. Exhalé con molestia contenida y tomé el teléfono. En la barra de notificaciones, otra vez: “Media cereza de mi pastel”.
Los mensajes llegaron uno tras otro:“Alessio, contesta.” “Si no me respondes, iré a verte en este momento.” “Alessio.”
Me quedé inmóvil por un instante, desconcertado por la repentina insistencia. Apreté los labios, molesto conmigo mismo por no haber aún cortado ese lazo. Finalmente, escribí un breve mensaje: “Lo siento, estoy por tener una reunión. Te llamo luego.”
Vi que Enzo leyó el mensaje casi al instante. Apenas pasaron unos segundos antes de que respondiera: “Entonces te esperaré puntual en el vestíbulo cuando salgas.”
Tragué saliva, dejando el teléfono boca abajo sobre el escritorio. Aquel tono era decisión unilateral. Y aunque una parte de mí quería ignorarlo, sabía que ese encuentro ya era inevitable.
la pregunta es el es el de la novela cundo hizo que se separen o era el hermano original el que hizo que se separen ?