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Esencia De Oso

Esencia De Oso

Status: En proceso
Genre:Vampiro / Hombre lobo / Apoyo mutuo
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: IdyHistorias

Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.

NovelToon tiene autorización de IdyHistorias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

El oso cautivo

Cuando desperté, ya no estaba sobre la mesa metálica del laboratorio. Ahora me encontraba en un espacio diferente, aunque igual de opresivo. Las paredes eran grises y lisas, y lo primero que noté fue el frío del suelo bajo mis patas.

Me giré con cuidado, aún algo desorientado. Frente a mí, vi barrotes gruesos que formaban lo que solo podía ser una jaula. Intenté moverme, pero cada pequeño ruido que hacía parecía rebotar en las paredes de aquel lugar vacío.

Había una cama en un rincón, sencilla y dura, y al fondo un pequeño espacio con un inodoro y un lavabo. Sin privacidad, por supuesto. Solté un bufido de incredulidad. ¿De verdad pensaban que iba a cambiar de forma aquí? Ni loco.

Me acerqué al borde de los barrotes, tratando de entender dónde estaba. Al otro lado, vi movimiento. Otro oso, grande y fuerte, con una etiqueta similar a la que me habían puesto a mí. Tenía algo más: una pequeña luz roja que parpadeaba bajo su piel, como un sensor escondido.

Me acerqué un poco más, oliendo el aire para intentar captar algo familiar, algo que me dijera que había otro ser con esencia como yo. Pero no había nada. Este oso no era un cambiaformas. Era un animal, uno de verdad.

El otro oso me miró, se acercó a los barrotes como yo. Pero cuando nuestras miradas se cruzaron, se apartó rápidamente, emitiendo un sonido grave mientras retrocedía.

Entonces escuché un zumbido. Mis ojos se movieron hacia los barrotes. Claro, debían tener corriente. No solo era una jaula; era una trampa diseñada para mantenernos exactamente donde ellos querían.

Mi mente intentó procesar lo que estaba ocurriendo. Olfateé de nuevo, buscando algún indicio, alguna señal de Tobías o cualquier otro ser con esencia. Nada. Este lugar estaba completamente vacío de lo que yo consideraba familiar.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que salí de casa aquella tarde. Mi cabeza se llenaba de preguntas que no podía responder: ¿qué tan lejos estaba de Ámbar y el pueblo? ¿Había notado Tobías mi ausencia al llegar al sendero? Seguramente se habría detenido, esperándome, quizás gruñendo impaciente como solía hacer cuando iba más lento de lo que él consideraba aceptable. Pero si no aparecía tras un rato, iría por Dean. Dean sabría rastrearme; su olfato era insuperable.

Suspiré. No tenía forma de saber si ellos estaban buscándome o cuánto tardarían en encontrarme. Sólo esperaba que Ámbar estuviera bien, que no estuviera preocupada.

El tiempo aquí era un borrón. No había ventanas, ni relojes visibles, sólo luces blancas constantes y el zumbido de máquinas. Podían haber pasado días… o semanas. Mi rutina era siempre la misma: me dormían, me llevaban a la mesa fría, me conectaban a las máquinas mientras sus gráficos y cifras llenaban las pantallas. Después, volvían a sedarme y me devolvían a la jaula. Una y otra vez.

Noté que algo había cambiado cuando me pusieron un collar metálico. Era pesado y apretaba más de lo que me gustaba. Además, habían empezado a pegar sensores en mi cabeza y cuerpo, cables que me hacían sentir como una máquina en lugar de un ser vivo.

En uno de esos días –si es que todavía podía llamarlos así– me llevaron a un espacio diferente, más amplio. Había varias pantallas enormes proyectando imágenes frente a mí. Una mostraba escenas que parecían sacadas de un documental de naturaleza: osos en ríos, cazando peces, jugando en claros del bosque. La otra pantalla era… distinta. Pasaba de deportes a escenas explícitas que me resultaban incómodas y, francamente, irrelevantes.

Me limité a ignorarlas. Podía sentir las miradas de los hombres detrás de la pared de vidrio que nos separaba, sus voces apagadas y anotaciones constantes. Me concentré en no reaccionar. No quería darles lo que buscaban, aunque no tuviera idea de qué era.

El volumen subió de repente. El sonido de un oso rugiendo en una de las escenas del documental resonó fuerte en mis oídos. Gruñí, irritado, pero seguí ignorándolo. Me moví como si estuviera buscando al oso detrás de la pantalla, olfateando de forma exagerada y haciendo que pareciera que creía que realmente había algo allí.

Noté cómo los observadores se frustraban. Algunos gesticulaban, y uno incluso golpeó su escritorio. Bien, al menos mi pequeño teatro estaba funcionando.

Finalmente, decidí terminar con su experimento. Me paré en dos patas y con un movimiento brusco, tumbé ambas pantallas. Los monitores cayeron con un estruendo metálico, y las imágenes desaparecieron en un destello de luz. Me sentí casi satisfecho al escuchar las maldiciones desde el otro lado del vidrio.

No era la primera vez que intentaban algo así. Y después de esa ocasión, lo intentaron varias veces más, usando otros métodos, otras imágenes, incluso olores. Pero yo seguía resistiéndome, jugando el papel del oso ignorante que no entendía nada de lo que pasaba.

Esto ya no les gustaba. Lo veía en sus gestos, en sus voces tensas. Los hombres parecían más molestos cada día, no solo conmigo, sino también con el otro oso. Sentía sus frustraciones en cada golpe de teclado, en cada intercambio murmurante al otro lado del vidrio.

No pasó mucho tiempo antes de que empezaran a hacer las cosas más difíciles. La comida y el agua comenzaron a llegar en menores cantidades, como si quisieran castigarnos. A veces, no había comida en absoluto, solo ruidos ensordecedores que llenaban el espacio, retumbando como si el mismo bosque estuviera rugiendo en mi cabeza. Las luces brillaban intermitentes, blancas y cegadoras, quemándome los ojos y dejándome aturdido. No me dejaban descansar. Todo era una tortura constante diseñada para quebrarnos, para desestabilizarnos.

Entonces llegaron los medicamentos. Nunca supe exactamente qué me estaban dando. Eran inyecciones, a veces en la vena, otras en el cuello, siempre acompañadas por un hombre con mirada clínica y sin rastro de empatía. Al principio no sentí nada, pero luego todo cambió.

Había momentos en los que me encontraba en un rincón de mi jaula, gimiendo como un cachorro asustado, sintiendo un miedo incontrolable que no podía explicar ni calmar. Me sentía tan pequeño, tan vulnerable, como si el mundo fuera un lugar oscuro que me tragaba entero. Pero otras veces, era todo lo contrario. La ira me consumía. Rugía con fuerza, golpeaba los barrotes, destrozaba la cama y cualquier cosa que se interpusiera en mi camino. Era un frenesí de furia que no podía detener, aunque supiera que solo empeoraba las cosas. Mi mente iba y venía, atrapada entre extremos que no entendía ni podía controlar.

Una de esas veces, cuando estaba en pleno ataque de ira, uno de los hombres entró con una vara de metal. No llevaba miedo en su rostro, sino una expresión de satisfacción que me enfermó. Golpeó mi jaula con fuerza, como si fuera un espectáculo para él. Luego, sin dudarlo, me dio directamente en el lomo. El dolor fue intenso, un latigazo que me hizo retroceder instintivamente, pero no detuvo mi ira. Rugí con más fuerza, intentando alcanzarlo, pero él seguía golpeando, disfrutando de mi desesperación.

Cuando se cansó, sonrió. Una sonrisa maliciosa que me hizo desear más que nunca derribar los barrotes y arrancarle esa expresión del rostro. Después de unos minutos, salió, murmurando algo a los demás.

Noté que a veces comparaban mi comportamiento con el del otro oso. Pero había algo que parecía confundirlos. Yo no reaccionaba como él, al menos no del todo. Podía sentir que estaban cada vez más frustrados, pero también más cautelosos. No me dejaban sin vigilancia ni un segundo.

Estos días pasaron como una neblina pesada y densa. Mis emociones eran un caos, como una tormenta constante dentro de mí. Miedo, ira, frustración, todo al borde de estallar.

Pero algo dentro de mí aún resistía, una pequeña chispa de voluntad que no estaba dispuesta a rendirse. Mis pensamientos volvían a Ámbar, mi abejita. ¿Cómo estaría? Era evidente que ya sabría de mi desaparición, y lo último que quería era que pensara que la había abandonado. Ella era fuerte, sí, pero… ¿cómo estaría sobreviviendo todo este tiempo? Yo la había acostumbrado a mi sangre. Había sido una mala idea, lo sabía, pero en su momento me pareció la solución más segura.

Le había explicado una y otra vez lo que debía hacer si algo me pasaba. Le había hecho prometer que, si se encontraba en peligro o si yo no estaba, bebería de un humano. No quería que dependiera solo de mí. Pero, en el fondo, no estaba seguro de si cumpliría esa promesa. Volkon seguramente la estaría alimentando con bolsas de sangre, pero incluso él admitía que no era suficiente. La sangre envasada no conservaba la esencia que ella necesitaba.

Por favor, abejita, bebe del tonto de Steven, o de otro. No te debilites. Yo volveré contigo, de una manera u otra.

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Martha Martina
x favor escritora continúa con la historia xq es brillante y muy hermosa 😭x favor 👏
Martha Martina
increíblemente hermoso espero que la autora siga contando la historia xq es taaaan buena muchacha felicidades hermosísima historia 😢😘❤️♦️❤️
IdyHistorias: La autora se fue de vacaciones pero ya volvió … 🫣
total 1 replies
~§~*NAY*~§~
llore😭
Greiselyn lisbeth
se ve interesante 😉
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