🔥 JUEGOS PICANTES: Volver A La Soltería 🔥
Cuatro mujeres.
Un pacto:
Nada de lágrimas por idiotas.
Solo risas, copas en alto…
Y nuevas reglas en la cama.
El juego cambió.
Y ellas están listas para ganar.
JUEGOS PICANTES: Volver a la soltería.
Una novela para reír, gozar y recordar quién manda.
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20. Con asco… y decepción.
POV Miguel.
Juanma y yo nos quedamos recostados en el sofá después del sexo desenfrenado de cada encuentro.
Nuestras piernas enredadas... mis manos recorriendo su espalda... él besando mi cuello...
Cierro los ojos y me dejo llevar. Disfruto la sensación de su piel contra la mía... siempre como si fuera la última vez...
Es en estos momentos en que me siento... feliz.
Crecer con padres como los míos fue como vivir en una jaula de oro.
Todo en mi vida estaba organizado:
Mi educación.
Mi comportamiento.
Mi futuro.
No tenía permitido equivocarme.
No podía desviarme del camino que ellos habían planeado para mí.
Pero nada salió como esperaban. Fue a los diez años cuando me di cuenta de que algo estaba mal en mí.
Mis compañeros siempre hablaban de chicas y yo… yo miraba a los chicos. Sentía un hormigueo en el estómago cada vez que uno me llamaba la atención.
No tardé en aprender que eso estaba mal.
Que un varón no puede ser así.
Que es una aberración.
Un pecado.
Un maldito maricón…
Intenté salir con mujeres. Una, dos, tres veces. Pero cada beso me revolvía el estómago, cada caricia me hacía sentir sucio. Al final, me rendí.
Aprendí a fingir.
A esconderme.
Hasta que llegué a la universidad.
Hasta que conocí a Juanma.
Él me enseñó que no estaba roto. Que no tenía nada de qué avergonzarme.
Y desde entonces, ha estado a mi lado. Me costó mucho al principio, pero no pude evitarlo. Este hermoso chico de piel morena me fascinó desde el momento en que nuestros ojos se encontraron.
Estaba dispuesto a todo por él. Teníamos un plan. Yo terminaría mis estudios, nos fugaríamos a otro país para casarnos… incluso pensamos en adoptar un par de niños.
Entonces, la puerta del apartamento se abre de golpe.
Juanma y yo nos separamos de inmediato, pero es demasiado tarde.
Mi padre está parado allí. Respira rápido, con los ojos encendidos de furia.
—¡Maldito maricón! —gruñe, cerrando la puerta de un portazo.
Se me hiela la sangre. Mi cuerpo entero se tensa.
—Papá, yo…
No me deja hablar.
Sus pasos resuenan en el suelo cuando avanza hacia nosotros. Juanma se levanta por instinto, levantando las manos en señal de paz.
—Señor, yo…
No llega a terminar la frase. Mi padre lo golpea con el puño cerrado en la mandíbula. Mi hermoso moreno se tambalea hacia atrás.
—¡Papá, basta! —grito, tratando de interponerme entre los dos.
Pero él es una fuerza imparable.
Toma a mi novio por el cuello y lo estrella contra la pared. Su puño se hunde en su abdomen, cortándole la respiración.
Juanma tose, doblándose de dolor, pero mi padre no le da tregua. Lo golpea una y otra vez.
—¡¿Así que este es el puto mariposo que te calienta la cama?! —escupe.
—¡Déjalo en paz!
Me lanzo contra él, tratando de apartarlo. Él me empuja y me caigo de nuevo en el sofá.
Juanma intenta arrastrarse lejos, su cara ensangrentada, pero mi padre lo agarra del cabello y le estampa la cabeza contra el suelo.
—¡Esto es lo que merecen los enfermos como ustedes!
Mi corazón late con fuerza, el miedo y la impotencia se mezclan en mi garganta.
—¡Por favor, papá, detente!
Pero él no escucha.
Sigue golpeándolo, una y otra vez, mientras yo grito, mientras el amor de mi vida apenas tiene fuerzas para cubrirse el rostro.
El aire se siente denso. Solo se escucha el sonido de los golpes, los insultos y los gemidos ahogados…
Sé que esto no va a terminar bien.
Sé que si no hago algo, Juanma…
No.
Con todas mis fuerzas, me lanzo contra mi padre, golpeándolo con el hombro.
Lo tomo por sorpresa y cae de lado.
—¡Corre, Juanma! —grito.
Él no lo piensa dos veces.
Se pone de pie como puede y corre hacia la puerta. Deja un rastro de sangre en el suelo.
Mi padre intenta levantarse, pero me pongo en su camino, con el pecho agitado.
—Eres una vergüenza —escupe.
No me muevo.
No pestañeo.
—Te voy a dar una oportunidad, Miguel —dice con voz grave—. Una sola.
Me obligo a erguirme, tambaleándome un poco.
Me duele todo el maldito cuerpo. Aunque nada se compara con el miedo que empieza a formarse en mi estómago.
—No quiero escuchar excusas —continúa—. Vas a enderezar tu vida. Vas a casarte con una mujer como Dios manda y vas a formar una familia.
Río con amargura, aún sintiendo el sabor del miedo en la boca.
—¿Y si no lo hago? —pregunto, con más valentía de la que realmente tengo.
Mi padre me observa con asco y decepción. Luego, sonríe.
Y eso es lo peor de todo.
—Si no lo haces, te desheredo.
El golpe no me sorprende tanto como debería.
Siempre supe que esto pasaría, que mi vida estaba construida sobre condiciones que nunca tuve opción de negociar.
Pero aún así, la rabia se impone sobre el miedo.
—No me importa el dinero —le respondo entre dientes, con la mandíbula apretada.
Él asiente, la mirada que me da es la de alguien que esperaba esa reacción.
—Claro. Eres joven. Crees que puedes empezar desde cero sin ayuda. Crees que puedes desafiarme y salir impune.
Se acerca un poco más y me toma del mentón con fuerza, obligándome a mirarlo a los ojos.
—Sería una lástima que tu maricón terminara en algún baldío alejado... sin vida.
Toda la rabia se evapora en un instante.
Mis pulmones se contraen, mis manos sudan.
Mi padre me suelta y da un paso atrás, como si no acabara de amenazarme de muerte con la misma naturalidad con la que ordena su café por las mañanas.
—¿Qué dices? ¿Sigues tan seguro de que no te importa nada?
Miro el suelo, mis pies, mis manos temblorosas.
Cierro los ojos.
Trago mi orgullo.
Y cedo.
—Está bien… —mi voz sale rota—. Lo haré.
Mi padre sonríe satisfecho.
—Sabía que tomarías la decisión correcta... por una vez en tu patética vida.
Y con eso, se marcha. Dejándome ahí, con la certeza de que acabo de firmar mi condena.
De que acabo de traicionar al amor de mi vida…