Reencarne En Una Jodida Villana.

En la sala, ambas mujeres tomaron asiento para empezar a hablar sobre la historia de amor de Linda.

—Al contrario de lo que crees, tu tío y yo apenas nos conocíamos cuando nos casamos. El emperador prácticamente lo obligó a contraer matrimonio conmigo. Tu tío estaba por ser ascendido, pero Su Majestad, al ver lo poco serio que era con las relaciones que tenía, iba a elegir a otro hombre para el cargo. Fabián, al saber esto, empezó a buscar una esposa, y fue ahí donde entré yo en su vida.

Mi padre estaba prácticamente en la ruina y buscaba un prometido para mí, alguien que solucionara todos nuestros problemas. Tu tío se enteró de eso y le ofreció un trato a mi padre. Luego de las negociaciones correspondientes, nos casamos.

No hubo cortejo ni romance. Los primeros años, tu tío fue un verdadero bastardo. Me dejaba en la casa mientras él se la pasaba en la frontera... vaya a saber Dios con cuántas mujeres.

Al cabo de tres años así, le envié una carta diciendo que necesitaba hablar con él. Quería el divorcio. Ya no soportaba una vida en la que solo me mantenía encerrada, sin ni siquiera darme la oportunidad de conocerme.

Él, al recibir mi carta, viajó. Al llegar, me preguntó si estaba segura de querer el divorcio. La posición que tenía en ese momento era mejor que la de una mujer divorciada. Por supuesto que le dije que prefería ser una divorciada libre que una casada prisionera.

Esa misma noche firmé los papeles y él se encargaría de llevarlos ante Su Majestad. Por mi parte, tomé mis cosas y marché. No sabía qué sería de mi vida, pero por fin me sentía feliz. Ya no tenía que complacer a mi padre ni a un esposo que jamás estaba a mi lado.

Lamentablemente, esa noche, mientras íbamos por uno de los caminos que daban salida al imperio, fui atacada por un grupo de bandidos. Asaltaron mi carruaje, me robaron todos mis ahorros y pertenencias, mataron al cochero y a mí me hirieron de gravedad. Mi doncella, quien rogó por nuestras vidas, logró traerme de vuelta a la mansión. Fabián, al verme malherida, llamó rápidamente a un médico.

Con el paso de los días, él se quedó a mi lado cuidándome, y empezamos a compartir tiempo juntos. Ambos descubrimos que no era tan malo pasar tiempo de calidad con el otro. Tu tío tiene muy buen sentido del humor y, a diferencia de lo que todos creen, sí sonríe.

Oriana escuchaba atentamente a su tía y sonrió al ver lo enamorada que estaba de él.

—Pronto mi hombro sanó y ya no había más razones para quedarme en la casa que una vez fue mi cárcel. Cuando llegó el momento, le comenté a Fabián mi decisión de marcharme nuevamente y empezar mi vida en otro imperio. Creo que fue ahí cuando se dio cuenta de que se había enamorado de mí. Me pidió intentarlo, y te mentiría si dijera que yo no esperaba que me propusiera algo así.

Dejó atrás esa vida que llevaba y empezó a cortejarme, a compartir más tiempo conmigo. Salíamos a pasear y, en los eventos, me presentaba orgulloso como su esposa. Un día me sorprendió llevándome a la iglesia y pidiéndome que me casara nuevamente con él, pero esta vez por amor, no por compromiso.

Por supuesto que acepté. Dos años después, aquí me tienes. Llevamos cinco años de matrimonio y dos completamente enamorados.

Al principio tuve mis dudas. El príncipe es decente, a comparación de la reputación que tenía tu tío. No te mentiré: con el embarazo mis celos se han potenciado, y aunque a veces pienso demasiado —como si ahora que estoy gorda y fea mirara a otras mujeres o volviera a su vida de antes—, él me demuestra con cada acto, caricia y beso que no existe otra mujer en su vida, y que me seguiría eligiendo aunque suba doscientos kilos más.

—Ay, tía, qué cosas dices. Te ves hermosa, aun con tu pancita.

—Lo mismo me dice Fabián todas las mañanas.

Te conté esto para que entiendas que, si en verdad estás dispuesta a dar un salto de fe, tal vez ese amor sea para siempre. Yo no me arrepiento de habernos dado una segunda oportunidad.

Linda acarició su vientre y añadió:

—Hoy puedo decir que soy inmensamente feliz, gracias a esa decisión.

Oriana sonrió ante las palabras de su tía y, luego de hablar de algunos temas más, ambas se fueron a dormir.

Esa noche, Oriana le dio vueltas al asunto y terminó aceptando que, si no lo intentaba, jamás sabría si en verdad podía crear una linda historia de amor con Daniel.

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La mañana llegó, y la emperatriz envió una carta invitando a toda la familia a desayunar.

El día anterior había sido informada de que la marquesa estaba en su imperio, al igual que su hija. Aunque por todo lo que había escuchado de la mujer —tanto de su sobrino como de su hermana— no tenía muchas ganas de conocerla, sería descortés de su parte no presentarse ante ella, puesto que pronto serían familia.

El ministro había resuelto el problema que se presentó y no tardó en volver a su hogar, por lo que, cuando llegó, los soldados temblaron al pensar que casi presenciaba la escena que había montado el príncipe, pero ninguno se atrevió a decir nada.

Cuando la carta llegó, este envió otra a su hermano e informó que los estaría esperando en la entrada del palacio para presentarse todos juntos ante los emperadores.

Oriana, por su parte, se despertó alegre esa mañana, ya que la noche anterior había tomado la decisión de aceptar sus sentimientos por Daniel, y ese día le daría su respuesta a su confesión...

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En el palacio, dos carruajes llegaban en perfecta sincronización. Parecía que se hubieran puesto de acuerdo para llegar al mismo tiempo.

Cuando Oriana bajó, vio la cara de odio que le regalaron Natalia y Miriam, pero aun así sonrió y dijo:

—Buenos días a todos.

Al no recibir respuesta de las arpías, miró a su padre y dijo:

—Buen día, padre.

Aurelio miró mal a ambas mujeres, pero decidió no darles importancia y sonrió para saludar a su hija.

—Buenos días, cariño.

Fabián miró a la marquesa y a su hija y advirtió:

—Será mejor que se comporten. Aurelio, la emperatriz de Málaga es menos paciente que la de Alfea. Cualquier falta de respeto podría tomársela muy personal. Créeme cuando te digo que puede llegar a ser un dolor de cabeza.

Aurelio solo suspiró. Ya se estaba arrepintiendo de haber traído a su esposa y su hija, pero dijo:

—Tranquilo, Fabián. Ellas prometieron comportarse.

Miriam, ofendida, replicó:

—No hablen así de nosotras. Tenemos muy buenos modales, para tu información...

Fabián la miró fulminante y respondió:

—Pues no lo parece. Respete mi rango, señora, y solo diríjase a mí si es estrictamente necesario.

—Ya, cariño, vamos. No hagamos esperar a la emperatriz.

—Sí, tío. La marquesa sabrá comportarse.

Oriana sonrió inocentemente, pero sus ojos demostraban una clara burla.

Sin más, todos se dirigieron a la entrada, y el mayordomo real los guio hacia el jardín...