Después de dos años de casados, Mía descubre que durante todo ese tiempo, ha Sido una sustituta, que su esposo se casó con ella, por su parecido a su ex, aquella ex, que resulta ser su media hermana.
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Los oficiales de policía tomaban declaraciones minuciosas mientras Mía, con las manos aún temblorosas, trataba de recordar cada detalle del atacante: su altura aproximada, el color de su ropa, cualquier marca distintiva que pudiera ayudar a identificarlo. El shock del momento había nublado algunos detalles, pero la presencia reconfortante de David y la actitud profesional de los oficiales la ayudaban a mantener la calma necesaria para proporcionar la información vital.
Mientras tanto, su teléfono permanecía apagado en su bolso, las baterías agotadas por la cantidad de llamadas perdidas que había recibido, ajena completamente a la preocupación que su ausencia estaba causando en quienes la buscaban.
El destino había intervenido de una manera inesperada, transformando lo que iba a ser una confrontación emocional en una experiencia traumática.
Mientras Mía esperaba pacientemente en la sala principal de la comisaría que la denuncia se terminara de validar en el sistema central, aprovechó ese momento para conectar su agotado celular que no había cargado en la noche.
Apenas el dispositivo mostró una pequeña rayita de energía en la pantalla, lo encendió con dedos temblorosos y fue entonces cuando una avalancha de notificaciones inundó su teléfono, revelando las numerosas llamadas perdidas que Ariel, le había estado haciendo insistentemente durante todo ese tiempo. Como si el destino quisiera jugarle una mala pasada, justo en ese instante, una nueva llamada de él ingresó haciendo vibrar el aparato entre sus manos, y ella, sin pensarlo dos veces, respondió de inmediato.
—Mía Conde, no puedo dar crédito a lo que has hecho. ¿Cómo te atreves siquiera a responder llamadas provenientes de mi teléfono personal y, más aún, coordinar encuentros con ella a mis espaldas? —su voz transmitía indignación que atravesaba el auricular como dagas afiladas.
Mía sintió un profundo dolor en el pecho que se expandía como una onda expansiva por todo su cuerpo. Le resultaba increíblemente doloroso y frustrante que Ariel, ni siquiera se tomara un momento para preguntarle cómo se encontraba o qué había sucedido realmente. En lugar de mostrar preocupación por su bienestar, simplemente la bombardeaba con acusaciones sobre eventos que ella ni siquiera había iniciado o provocado, dejándola con una sensación de impotencia y desamparo.
—¿Quién te ha informado de que yo fui quien la invitó a vernos? ¿De dónde sacas semejantes conclusiones sin fundamento? —Gruñó, porque había decidido firmemente que no permitiría que la siguieran acusando injustamente de situaciones que estaban fuera de su control y responsabilidad.
—¿Todavía tienes la osadía y el descaro de cuestionarme como si fueras la víctima en esta situación? ¡Eres una completa descarada, Mía! —le recriminó con evidente irritación mientras maniobraba su vehículo para estacionarse frente al establecimiento donde se encontraba Zoe, apretando el volante con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos— Sabes perfectamente las acciones que has llevado a cabo ¿Y ahora pretendes negarlo todo como si nada hubiera pasado?
Mía estaba a punto de responderle con la verdad, pero en ese preciso momento, David apareció acompañado del oficial de policía, interrumpiendo la acalorada conversación telefónica.
—Señorita Conde, me complace informarle que la denuncia ha sido aprobada y validada por el sistema. Le aseguro que comenzaremos de inmediato con la búsqueda de ese malhechor.
Mía, sintiéndose abrumada por la situación, había bajado instintivamente el celular y lo había colocado contra su pecho.
—Bueno, considerando que ya hemos finalizado con el proceso de la denuncia formal, me preguntaba si… ¿Te gustaría que te llevara a algún lugar en particular? Comprendo que después de una experiencia así, quizás no te sientas cómoda regresando sola a casa —ofreció David con genuina preocupación en su voz.
Del otro lado de la línea, Ariel escuchaba atentamente la conversación que se desarrollaba, aunque no lograba comprender completamente el contexto de la situación. Sin embargo, sus pensamientos se centraron específicamente en las palabras de aquel hombre desconocido, especialmente en su ofrecimiento de llevarla a algún lado.
—Mía, quién es ese tipo con el que estás hablando. ¿Con quién te encuentras en este momento? —demandó saber Ariel con voz autoritaria, pero del otro lado las personas continuaban su conversación sin prestarle atención. Para su mayor indignación, Mía se atrevió a finalizar la llamada abruptamente, dejando a Ariel hirviendo de ira y frustración.
Con las manos temblorosas por la rabia, Ariel intentó comunicarse nuevamente con ella de manera insistente, pero sus llamadas fueron infructuosas. El teléfono de Mía había vuelto a aparecer como apagado, aumentando aún más su desesperación y enojo.
—Colin, necesito que localices inmediatamente a mi esposa y me envíes su ubicación exacta —ordenó con voz tensa.
No podía asimilar que esa insolente se hubiera atrevido no solo a cortarle la llamada sin más explicaciones, sino también a marcharse en compañía de un hombre desconocido. La situación sobrepasaba todos los límites de lo que él consideraba aceptable.
Jamás en sus años juntos había imaginado que ella sería capaz de semejante comportamiento, pero parecía que Mía finalmente comenzaba a mostrar su verdadera naturaleza, una faceta que él desconocía por completo y que lo desconcertaba profundamente.
Colin, haciendo uso de sus recursos, logró rastrear la ubicación del dispositivo móvil de Mía, aunque este se encontraba apagado. Los sistemas de geolocalización permitían determinar la última ubicación registrada del aparato. Tras obtener la dirección precisa, Ariel le ordenó a Colin que se dirigiera a buscar a Zoe, mientras él se encargaría personalmente de ir por Mía. Necesitaba ver con sus propios ojos quién era el misterioso hombre que ahora la acompañaba.
Conduciendo a toda velocidad por las calles de la ciudad, finalmente llegó al sitio indicado.
Mía, quien momentos antes se mostraba profundamente agradecida con David por su ayuda y apoyo incondicional, se quedó completamente paralizada al verlo aparecer ahí, como una aparición inesperada.
—¿Qué estás haciendo en este lugar? —le cuestionó ella al incorporarse de su asiento, con sorpresa y temor en su voz.
—Esa misma pregunta debería hacerte yo, ¿Qué haces en compañía de este hombre? —replicó con evidente desprecio en su tono.
La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo cuando se reveló que David Stevens no era un desconocido cualquiera, sino que pertenecía a la principal competencia empresarial de los Rodríguez. Después del histórico colapso financiero de los Herrera, un astuto empresario había adquirido sus fábricas y había conseguido revitalizar exitosamente esa empresa de perfumería.
El hombre que se encontraba ahí, de pie junto a Mía, no era otro que el nieto del visionario que había resucitado la perfumería Herrera, y quien día tras día luchaba incansablemente por superar y destronar a los Rodríguez en el mercado. Pero había más historia detrás de ese encuentro: David era precisamente aquel joven por quien Ariel Rodríguez había desarrollado un profundo desprecio desde sus años en la facultad de administración.
—Ariel, debo admitir que no esperaba que fueras precisamente tú el primer miembro de los Rodríguez con quien me encontraría a mi regreso —comentó David con una sonrisa enigmática en su rostro.
Ariel no pudo evitar rodar los ojos con evidente fastidio, y era notorio que deseaba acabar física y verbalmente con ese hombre en ese mismo instante. Sin embargo, logró contenerse únicamente porque Mía intervino rápidamente, anticipándose a cualquier confrontación violenta que pudiera desatarse entre ambos.
—Ariel, no tienes derecho a intervenir en mis reuniones.
—¿No tengo derecho? —inquirió con el ceño fruncido.
—No, no lo tienes —bufó Mía—, así que déjame terminar mi desayuno con el señor Stevens.
Ariel no podía creer que ella lo estuviera echando delante de ese cretino, pero no iba a permitir que se quedara con ese hombre.
—Salimos ahora o hago un escándalo —amenazó.