Shania San Román está pasando por un momento difícil. Aunque es una mujer casada, parece soltera y su suegra es mas como una madre. Sin embargo ella no puede darse el lujo de querer a nadie, todos solo la aprecian por su fortuna, por su patrimonio o ¿NO?.
Ese marido inútil servirá para algo o ya no tiene remedio.
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Cap. 19 De todas formas
El rugido de los motores se convirtió en un zumbido distante dentro del tráiler de Shania. Era un espacio pequeño, íntimo, impregnado del olor a cuero, gasolina y el perfume dulce de vainilla que siempre la rodeaba. Camilo se apoyó contra la puerta cerrada, tratando de parecer casual y fracasando por completo. Cada poro de su piel estaba alerta, cada latido de su corazón un tambor en sus oídos.
Shania lo miró con una sonrisa que era pura travesura consciente. Sabía exactamente el efecto que tenía sobre él, y hoy, embriagada por la adrenalina de la pista y la determinación de enfrentar a Joaquín, estaba decidida a explotarlo al máximo.
—Bueno, esto está incómodamente caliente —dijo, desabrochando el mono de cuero con una lentitud deliberada.
Camilo tragó saliva. No podía apartar la mirada. El mono se deslizó por sus hombros, revelando primero la suave piel de su espalda, y luego, al dejarlo caer hasta la cintura, la visión que lo dejó sin aliento.
Debajo, solo llevaba un top deportivo negro, pequeño y ajustado, que levantaba y moldeaba sus senos perfectamente redondos, dejando muy poco a la imaginación. Más abajo, una cintura estrecha que le provocó un deseo visceral de medirla con sus manos, de sentirla bajo sus palmas. Y luego, unas bragas tipo bóxer, pero diminutas, de seda negra, que acariciaban las curvas de sus caderas y dejaban sus largas piernas completamente al descubierto.
Era una visión de una sensualidad descarada y atlética. Le recordó brutalmente al bikini en la casa de playa, pero esto era mil veces más íntimo, más real, más peligroso.
—Shania… —logró decir, con la voz ronca, como si hubiera tragado arena.
—Sabes que lo que estás haciendo es prácticamente un homicidio.
Ella se volvió lentamente para enfrentarlo, una sonrisa de duendecillo malvado en sus labios. Su mirada lo recorrió de arriba abajo, deteniéndose en la tensión evidente en su cuerpo, en el sudor en su sien, en la forma en que sus manos se aferraban a los marcos de la puerta.
—Pues espero que mueras lentamente, querido —respondió, su voz un susurro seductor.
—No voy a darte el gusto de morir de una sola vez.
Se acercó a él, descalza sobre el frío suelo de metal, y lo abrazó. No fue un abrazo tímido. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello, presionando todo su cuerpo contra el de él. Camilo sintió la suave firmeza de sus senos contra su pecho, el calor de su vientre, la seda de sus bragas rozándole los pantalones.
Un largo, tembloroso suspiro escapó de Camilo. Sus brazos, actuando por puro instinto, se cerraron alrededor de su cintura, atraviéndola contra sí con una fuerza que hizo que ella emitiera un pequeño jadeo de satisfacción.
La miró, sus ojos grises oscuros y serios, llenos de una batalla interna entre el deseo ardiente y un respeto profundo, casi reverencial, que nunca antes había sentido por nadie.
—Shain… —murmuró, usando el apodo por primera vez con una ternura que lo sorprendió.
—Un día de estos no voy a poder controlarme, y vas a tener serios problemas.
Ella no se inmutó. Al contrario, su sonrisa se amplió. Bajó uno de sus brazos y deslizó su delicada mano por su pecho, sobre los músculos tensos de su abdomen, hasta reposar en su cintura. Cada centímetro de su recorrido fue una descarga eléctrica para Camilo.
—De todas formas —dijo ella, juguetona
—En estos días creo que vamos a tener que ser un poco más… cariñosos. ¿No crees?
Sus palabras, cargadas de doble sentido, flotaron en el aire caliente del tráiler. Se refería a la demanda, a la farsa que tendrían que perfeccionar. Pero la manera en que lo dijo, la forma en que su mano todavía descansaba en su cintura, conviertió la declaración práctica en una promesa sensual.
Camilo estaba paralizado y, a la vez, electrizado. La atracción que sentía por ella era un animal vivo y rugiente dentro de él, una necesidad física abrumadora. Pero era más que lujuria. Era admiración por su fuerza, fascinación por su mente, y un deseo protector que lo enloquecía. Shania lo encendía como un volcán al borde de la erupción, pero al mismo tiempo, la respetaba tanto que se sentía contenido por un muro de su propia fabricación. Era un conflicto absurdo, agonizante y completamente delicioso.
—¿Más cariñosos? —repitió, su voz un ronquido.
—Mm-hmm —asintió ella, alzando la cara hacia la suya, sus labios peligrosamente cerca.
—Necesitamos practicar, esposo. Para el examen.
Y entonces, antes de que él pudiera reaccionar, se levantó de puntillas y dejó un beso suave, rápido pero cargado de promesas, en la comisura de su boca. Luego, se zafó de su abrazo con la agilidad de una gata y tomó unos jeans y una blusa.
—Ahora, si me disculpas, tengo que cambiarme —dijo, como si no acabara de dejarlo al borde del abismo.
—A menos que quieras ayudarme…
Camilo cerró los ojos, respirando hondo. Ella era, sin duda, el huracán más destructivo y maravilloso que jamás había tenido la desgracia y la fortuna de encontrar. Y estaba completamente perdido.
Después de la tortura sensual en el tráiler, Camilo necesitaba recuperar un poco de control, o al menos, la ilusión de tenerlo. Decidió que era hora del almuerzo. La imagen de Shania, con su cuerpo esculpido por el ejercicio y apenas cubierto por esa seda negra, se mezclaba con la preocupación de que esa malcriada no se alimentaba bien.
—Vamos a comer —dijo, su voz aún un poco ronca por la tensión no liberada.
—No has probado bocado y acabas de quemar mil calorías en esa moto.
Shania, ya vestida con sus jeans y la blusa rosa y negra que parecía hecha para moldear cada una de sus curvas, sonrió. Tomar de la mano a Camilo se estaba convirtiendo en uno de sus pasatiempos favoritos. Él, por su parte, ya no lo pensaba; su mano buscaba la de ella de forma natural, como si fuera una extensión de su propio cuerpo.
Llegaron a un restaurante elegante, uno de esos lugares donde la luz es tenue y los precios están ausentes del menú. Camilo la guió con una mano en la espalda baja, un gesto posesivo que le salía instintivamente.
Las cosas estaban perfectas. Hasta que no lo estuvieron.