Nuestro Destino

— Lamento profundamente no haber podido brindarte el cuidado que merecías; no pude otorgarte lo que más deseabas: tu amada libertad. Me arrepiento tanto de que hayas estado atrapada en la crueldad de esta familia. No cumplí mi promesa; a pesar de ser un monstruo, me dejaste el regalo más hermoso. — El duque Cárter depositó un ramo de flores en el mausoleo de su difunta esposa.

— Tal como te prometí, estoy dedicando a cuidar a nuestros hijos. No ha sido una tarea sencilla, pero me esfuerzo por hacer lo mejor que puedo. Hemos estado acorralados en los negocios; una familia de vividores amenaza la seguridad de nuestros pequeños, pero todo estará mejor. Nuestro hijo refleja la misma seriedad que yo, mientras que nuestra hija es un fiel reflejo de ti, tal como eras antes de aquel trágico acontecimiento; posee tus mismas ocurrencias y, aunque a veces juega con mi paciencia, es como ver a mi mejor amiga feliz. — Expresó el duque con una sonrisa, recordando las actitudes que Flora solía tener durante sus visitas.

— No tendré suficiente tiempo en mi vida para expiar mi culpa por tu infortunio; si no hubiera sido por mi ingenuidad y falta de atención, en este momento estarías viva, disfrutando de tu felicidad al lado del hombre que amabas. Te ruego que me perdones, Flora, por el daño irreparable que te causé. — El duque lloraba amargamente de pie ante la tumba de la difunta duquesa.

— Tenía mis dudas al casarme, pero cuando vi la interacción de los niños con ella, me acordé de tus palabras. Gracias por que los sigues cuidando a pesar de todo. Pronto será mi boda; no sé cuándo volveré a visitarte, pero te prometo que nuestros hijos no serán comprometidos en matrimonio en contra de su voluntad. Ellos tendrán la oportunidad de elegir casarse con quien aman. — El duque se marchó devastado; visitar la tumba de Flora siempre era doloroso.

El día del matrimonio llegó, llenando de expectativas al imperio. El duque Carter estaba en el altar, esperando a la novia en compañía de Teodoro.

— No ocultan en lo más mínimo su desagrado —comentó el duque con evidente descontento, grabando en su memoria los rostros de aquellos que desaprobaban su unión con Madeleine.

— A pesar de nuestras relaciones cordiales con los presentes, algunos de ellos aspiraban a desposar a Madeleine; sin embargo, mi padre se negó a entregar a mi hermana como si fuera un objeto. Su presencia aquí es una manifestación de que la posición de mi hermana se mantendrá. El hecho de que yo esté a su lado implica que usted cuenta con mi respaldo, lo cual no les agrada. Cuide de mi hermana, pues usted no es el único que desea tenerla a su lado. No cuestionaré la decisión de mi hermana al elegirlo; solo le solicito que la valore —expresó Théodore con sinceridad.

— Soy plenamente consciente de que pronto me uniré en matrimonio con una joven excepcional. No se preocupe, me esforzaré por brindarle felicidad, ya que comprendo que esa es su principal preocupación. No tengo hermanos y no mantengo una relación cercana con mis familiares, por lo que no puedo empatizar completamente con lo que usted siente en este momento. Sin embargo, tengo una hija a la que deseo ver plenamente feliz; duque Vitaly, sería incapaz de causar daño a Madeleine — afirmó el duque Cárter con firmeza.

Theodor asintió ante las declaraciones del duque, sintiendo que su hermana, en efecto, no había tomado una decisión tan errónea.

Por otro lado, el patriarca Vitaly intentaba persuadir a su hija para que reconsiderara su decisión.

— Mi niña, ¿estás segura de querer dar este paso? ¿Realmente esto te hace feliz? El matrimonio es complejo, lleno de altibajos y responsabilidades. Aún hay tiempo para retractarnos si así lo deseas — le expresó el duque a su hija mientras la asistía para descender del carruaje.

— Padre, me encuentro inmensamente feliz; estoy convencida de que este es el camino que deseo seguir. No dudes de las cualidades de tu hija; tengo la certeza de que el duque terminará enamorándose locamente de mí. Sin embargo, si esto no llegara a suceder, te prometo que regresaré a casa con mis hijos y nos alejaremos del imperio — afirmó Madeleine con una sonrisa, consciente de que la historia podría tomar un rumbo diferente. En su pasado, había sido feliz con el duque Cárter, pero ahora existía la incertidumbre sobre si realmente podría encontrar la felicidad a su lado.

— Siempre tendrás un lugar en nuestro hogar. Este es tu momento de ser feliz. En el instante en que sientas que ya no eres feliz y que tu luz se ha apagado, olvida todo el sufrimiento y regresa a casa; tu padre siempre te esperará con los brazos abiertos — dijo el duque, besando la frente de su hija y conduciéndola hacia el altar, ambos caminando con una inmensa sonrisa, lo que demostraba que el matrimonio era aceptado por ambas familias.

— Duque Cárter, hace años entregué el único tesoro que poseía; sin embargo, la vida me ha recompensado con dos más, brindándome una inmensa felicidad. Mi hija es un bien invaluable para mí; la sigo considerando como mi pequeña. Me ha costado aceptar su crecimiento, pero tengo la convicción de que usted es un hombre honorable que ha sabido cuidar de los suyos. Le solicito tres cosas: cuídela, ámela y respétela. Si no puede cumplir con estas condiciones, le advierto que mi hija cuenta con mi pleno respaldo para regresar a casa cuando lo desee. Si llegara a sufrir, aunque sea una sola vez, no quedará nada de su legado en pie —sentenció el patriarca de los Vitaly.

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—Su gracia, me comprometo a esforzarme al máximo para que mi matrimonio florezca con la misma grandeza que su legado —expresó el duque Cárter con sinceridad.

—Eso es lo que espero. Mi niña, sé inmensamente feliz; guarda las palabras de tu viejo padre en tu corazón —respondió el duque, entregando a su hija y ocupando su lugar junto a su esposa.

La ceremonia matrimonial prosiguió con normalidad, mientras que al patriarca de los Vitalys se le escaparon unas lágrimas al presenciar el conmovedor momento.

—Querido, no te sientas triste, no hay razón para llorar; nuestra niña estará bien —dijo Vivian, consolando a su esposo.

—No lloro por tristeza, sino de felicidad; sé que ella ama a ese hombre y a los niños, y que encuentra felicidad en ello. De verdad, deseo que sea inmensamente feliz por el resto de sus días —afirmó el duque con una sonrisa, mientras Vivian entrelazaba su brazo con el de su esposo, recostándose suavemente en él.