Víctor, un escritor fracasado, sigue un mapa hacia una ciudad imposible. En su camino, enfrenta espejos rotos, bibliotecas de hueso y circos delirantes, descubriendo que su peor enemigo es él mismo. Un viaje oscuro entre la locura, la creación y el vacío.
NovelToon tiene autorización de xNas para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo XIX: El Nacimiento de las Máquinas Rojas
El jardín emergió de las cenizas del juicio: un paisaje de flores cuyos pétalos eran engranajes oxidados, árboles con raíces de cableado retorcido y un cielo de mercurio donde nadaban peces de tinta. En el centro, una estatua gigante de Víctor se alzaba, su mano derecha sosteniendo una pluma de acero, la izquierda estrangulando una figura de arcilla con rasgos de Lilith.
Ella lo esperaba al pie de la estatua, ahora transformada. Su vestido negro era una red de circuitos vivientes, los ojos dos pantallas que mostraban fragmentos de sus obras: el bar infestado de moscas, el río de tinta, el circo de los suicidas.
—Tú me escribiste —dijo, y su voz era el zumbido de un proyector antiguo—. Pero nunca entendiste lo que soy.
—¿Un poema? ¿Un personaje? —preguntó Víctor, la cadena en su tobillo (Culpable, Autor, Silencio, Fábrica, Banquete, Relojero, Teatro, Mercado, Laberinto, Ópera, Archivo, Juicio) hundiéndose en la tierra como una serpiente de metal.
—Soy el hueco entre lo que quisiste ser y lo que fuiste —respondió, tocando la estatua—. Y esto... esto es tu miedo a terminar.
La estatua cobró vida. Los engranajes de sus ojos giraron, y la pluma de acero se alzó para escribir en el aire:
"Víctor H. nació para fracasar."
Las palabras se materializaron como cadenas que envolvieron a Víctor. Los eslabones de su tobillo se fundieron con ellas, arrastrándolo hacia la base del coloso.
—¡Pelea! —gritó Lilith, arrojándole el hacha de relojes rotos—. O quedarás enterrado en tu propio monumento.
El hacha quemaba. Cada reloj en su filo mostraba una hora distinta: la de su primer beso, la de la muerte de Clara, la de la máquina de escribir en el ático. Víctor golpeó la estatua.
El primer impacto liberó mariposas mecánicas de las grietas. Cada una llevaba un verso grabado:
"Perdón"
"¿Por qué?"
"Nunca bastó."
El segundo impacto resquebrajó el brazo que estrangulaba la arcilla-Lilith. De las fisuras brotó tinta viva, formando un río que arrastró recuerdos podridos: manuscritos rechazados, noches en bares sin nombre, silencios que pesaban más que gritos.
La estatua gritó con la voz del Autor, su boca de mármol escupiendo páginas ardiendo.
—¡No puedes ganar! —rugió—. Soy tu legado, tu verdad, tu putrefacción.
Víctor golpeó una última vez. El hacha estalló en mil relojes que marcaron la misma hora: ahora.
La estatua se desmoronó. Entre los escombros, una pluma de hierro yaciendo sobre un libro abierto. La última página decía:
"El Autor murió aquí. Lo que sigue es un borrador."
Lilith lo tomó de la mano. Su piel era ahora papel de periódico, los titulares narrando su propia muerte en mil versiones.
—Es hora —dijo—. El jardín se alimenta de tu duda. O lo destruyes... o te convierte en otra máquina.
Al centro del jardín, un árbol de clavos florecía. En sus ramas, frutos de vidrio contenían personajes olvidados: el niño del armario, la Dama Escarlata, el pianista tuerto.
Víctor clavó la pluma en el tronco. La savia que brotó era ácida, quemando su piel y revelando verdades en las ampollas:
"Escribir no redime.
Solo muestra la herida.
Y a veces,
solo a veces,
la limpia."
El jardín comenzó a colapsar. Las flores-engranaje se convirtieron en polvo, los árboles-cableado se desintegraron en letras sueltas. Lilith se desvaneció, sus últimas palabras una risa grabada en un casete roto:
—Hasta la próxima vez, Autor.
Víctor cayó de rodillas. En sus manos, solo quedaba la pluma y el eco de un poema que jamás sería escrito.
Y en el horizonte, un nuevo bar surgió de la niebla. Las luces de neón parpadeaban: "El Último Intento".