La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
NovelToon tiene autorización de Chero write para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
la futura marquesa
Las primeras semanas tras la llegada de Lady Annelise transcurrieron en una atmósfera tensa, disfrazada de cortesía.
La futura Marquesa se esforzaba por mostrarse encantadora, pero su sonrisa a menudo parecía una máscara que cubría sus ojos grises. El Marqués, por su parte, se movía con una rigidez evidente, el dolor sordo en su pecho parecía acompañar cada uno de sus movimientos, haciéndolo más seco en palabras y menos paciente de lo habitual.
Los niños, aún desconcertados, observaban a Lady Annelise con una mezcla de curiosidad y reserva. Rosalba, la más sensible, intentaba ser amable con su futura madrastra y se encontraba realmente interesada en sus viajes por el mundo, Tomás, con su espíritu más inquisitivo, intentaba acercarse a su padre, preguntándole tímidamente sobre su herida y sobre Lady Annelise, pero recibía respuestas cortantes y evasivas. Emanuel, el pequeño, seguía aferradose a la falda de las mujeres de la casa, sus grandes ojos llenos de incertidumbre, obserbaban con temor a la recién llegada y hacia lo posible por evitarla.
Para la señora Jenkins, la llegada de Lady Annelise había removido capas de recuerdos y lealtades que creía firmemente asentadas. Conocía la historia de la familia Robledo como la palma de su mano, habiendo servido en la Quinta durante años, incluso antes del matrimonio del Marqués con la dulce y gentil Sofía. La amistad entre ella y Annelise en su juventud no le había pasado desapercibida, y aunque en su momento no le había dado mayor importancia, ahora, a la luz de los acontecimientos, adquiría un matiz diferente.
La repentina aparición de Annelise como la futura esposa del Marqués le parecía una afrenta a ese recuerdo, una sombra que se cernía sobre la felicidad que una vez había reinado en la Quinta.
La desconfianza hacia Lady Annelise se arraigaba en sus observaciones y en sus recuerdos del pasado. La encontraba excesivamente amable y artificial, sus sonrisas no eran convincentes y sus palabras parecían cuidadosamente medidas. La vaga explicación sobre sus años en el extranjero y la forma en que evitaba hablar de su familia alimentaban sus sospechas. Algo en su porte, en su mirada analítica, le decía que Lady Annelise no era simplemente una mujer encantadora que había encontrado el amor tardío.
Un sentimiento de inquietud y alerta la embargaba constantemente. Sentía que algo no estaba bien, que una sombra se cernía sobre la familia, y se sentía en la obligación de proteger y preservar la memoria de su querida Sofía. Esta sensación la mantenía observadora, analítica y dispuesta a intervenir si fuera necesario.
por otro lado elaiza sabiendo perfectamente su lugar continuaba con sus lecciones, supervisaba las comidas y atendía las necesidades de los niños, pero notaba la creciente distancia entre el Marqués y sus hijos, y la formalidad casi glacial entre él y su flamante esposa. Lady Annelise, aunque cortés con ella, mantenía una distancia educada, sus interacciones limitándose a comentarios superficiales sobre los niños o la finca o cualquier tema superfluo solo para mantener la cortes conversación.
Una tarde, mientras Elaiza ayudaba a Tomás con sus ejercicios de caligrafía en la biblioteca y Rosalba leía con atención un libro de historia, Lady Annelise entró con una cesta de flores recién cortada.
—Señorita Medina —dijo con una sonrisa estudiada—, ¿le importaría poner estas flores en algún jarrón? Creo que alegrarán un poco este lugar.
—Por supuesto, Lady Annelise —respondió Elaiza, tomando la cesta con cortesía.
Mientras Elaiza disponía las flores en un jarrón de porcelana, Rosalba que observaba a Lady Annelise con curiosidad. "Lady Annelise" se atrevió a preguntar "¿usted y mi padre se conocían desde hace mucho tiempo?"
La sonrisa de Lady Annelise se tensó ligeramente. " en efecto hace muchos años. El destino tiene formas curiosas de volver a unir a las personas."
La respuesta vaga no satisfizo la curiosidad de los niños, pero antes de que pudieran hacer otra pregunta, el Marqués entró en el salón. Su rostro estaba más pálido de lo habitual y se movía con una lentitud marcada.
—Annelise —dijo con un tono neutro—, necesito hablar contigo un momento.
Lady Annelise asintió con una sonrisa forzada y siguió al Marqués fuera del salón. Tomás miró a Elaiza con el ceño fruncido.
"No parecen muy felices juntos, ¿verdad?" susurro el niño a su institutriz
Elaiza dudó por un instante antes de responder con suavidad: "A veces lleva tiempo adaptarse a los nuevos comienzos, Tomás"
Sin embargo, en su interior, Elaiza compartía la inquietud del niño. La atmósfera en la Quinta Robledo había cambiado drásticamente. La alegría del regreso del Marqués, que ella misma había sentido en un principio, se había disipado, dejando en su lugar una sensación de incertidumbre y una punzada de algo más, algo que aún no podía definir claramente.
La luz de la luna comenzaba a filtrarse tímidamente por las ventanas de la cocina, iluminando el vaho que se elevaba de la taza de té humeante entre las manos de la señora Jenkins. Elaiza, sentada frente a ella, la observaba con una tranquila atención, percibiendo la agitación silenciosa que emanaba de la generalmente imperturbable ama de llaves.
Finalmente, después de un largo sorbo de té, la señora Jenkins dejó la taza sobre el platillo con un suave tintineo. Sus ojos, habitualmente firmes y directos, parecían ahora nublados por una preocupación profunda.
"Señorita Medina" comenzó con un tono de voz más bajo de lo habitual, como si temiera que las paredes pudieran oírla ", hay algo... algo que no me cuadra con todo esto."
Elaiza asintió lentamente, intuyendo que la señora Jenkins necesitaba compartir sus inquietudes. "La llegada de Lady Annelise ha sido... inesperada para todos."
"Inesperada es una palabra suave, señorita Medina. Incomprensible sería más apropiado. Conozco a Annelise Tremaine desde que era una niña, amiga íntima de nuestra querida Sofía. Recuerdo bien las estrictas normas de su padre, un hombre orgulloso de su linaje y su posición. Jamás habría consentido un matrimonio con alguien de un estatus inferior al suyo. Y el Marqués... aunque noble, no iguala la alcurnia de los Tremaine."
La señora Jenkins hizo una pausa, su mirada perdida en la distancia. "Verá, siempre tuve mis reservas sobre esa amistad. Annelise siempre tuvo un aire... ambicioso, una necesidad de destacar. Y aunque mostraba afecto por la señora Sofía, a veces me parecía que había una sombra de envidia en sus ojos, no sabría cómo explicarlo".
Elaiza escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra. La perspectiva de la señora Jenkins, basada en años de conocimiento de ambas familias.
"¿Cree usted que sus motivos para casarse con el Marqués no son sinceros?" preguntó Elaiza con cautela.
La señora Jenkins suspiró, llevándose una mano a la frente con un gesto cansado. "No lo sé con certeza, señorita Medina. Pero mi instinto me dice que algo no está bien. ¿Por qué una mujer de su posición se casaría tan repentinamente con un hombre viudo y de rango menor, en contra de los deseos de su familia? además su vida en el extranjero después de la muerte de su padre nunca me pareció normal, parecía más que huía de algo.
Su mirada se endureció ligeramente. "Y luego están los niños. Emanuel la teme, eso es evidente. Rosalba intenta ser amable, pero percibo que la señora Anelise no está del todo abierta. Y Tomás... Tomás es demasiado inteligente para no notar la frialdad entre su padre y su futura esposa. No es el ambiente que Sofía habría querido para ellos."
Un profundo afecto brilló en los ojos de la señora Jenkins al mencionar a los niños. "He cuidado de estos niños desde que nacieron, señorita Medina. Son como mis propios nietos. Y no permitiré que nadie les cause daño o perturbe su bienestar."
En la tranquilidad acogedora de su despacho, el Marqués se encontraba junto a la chimenea apagada, hojeando los informes de su tropa con una expresión de cansancio que iba más allá del mero agotamiento físico.
Lady Annelise entró con una copa de brandy en la mano, ofreciéndosela con una sonrisa suave.
"Rafael, parece usted fatigado. La jornada ha sido larga ¿porque no se toma un descanso?. Permítame ofrecerle esto."
El Marqués levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de ella. Aceptó la copa con un leve asentimiento, sus dedos rozando brevemente los de Lady Annelise . Por un instante, una sombra de un recuerdo juvenil pareció suavizar su expresión
"Gracias, Annelise. Es muyconsiderado de su parte."
Ella se sentó en el brazo del sillon, de una forma casual. "Recordaba ayer sus veladas en esta casa, hace tantos años... cuando Sofía y yo veníamos a visitarle durante sus vacaciones. Éramos tan jóvenes e impetuosas."
Una leve sonrisa, teñida de melancolía, se dibujó en los labios del Marqués. "Sí... aquellos eran otros tiempos. Sofía siempre disfrutaba de esas veladas tranquilas."
"Ella era una persona encantadora, sentía admiración por ella" respondió Lady Annelise con un tono suave, casi un susurro ". Pero el tiempo sigue su curso. Y aunque su recuerdo siempre tendrá un lugar en nuestros corazones, quizás... quizás sea tiempo de mirar hacia adelante. Usted merece encontrar la felicidad de nuevo, y sus hijos necesitan una figura a su lado."
El Marqués tomó un sorbo de brandy, su mirada ahora fija en la imagen de su difunta esposa que colgaba encima de la chimenea ". Es fácil decirlo, Annelise. El pasado... a veces se aferra con demasiada fuerza."
Lady Annelise uso el dorso de su mano para girar la cara del marqués haciendo que la observara, su voz ahora más íntima. —Lo sé. Pero no está solo. Estoy aquí, Rafael. Nos conocemos desde hace tanto tiempo... compartimos recuerdos de juventud, la amistad con Sofía... Podemos construir un nuevo futuro juntos".
El Marqués la miró, su rostro mostrando una lucha interna. Había algo en la cercanía de Annelise, en la calidez de su voz. Por un instante, la rigidez en sus hombros pareció disminuir.
Lady Annelise se inclinó ligeramente, su aliento casi rozando el rostro del Marqués. Sus ojos grises brillaban con una mezcla de anhelo y determinación. El Marqués la observó, su mirada descendiendo a sus labios por un instante fugaz. Parecía a punto de ceder a ese impulso, a ese anhelo de cercanía, cuando un repentino golpe en la puerta los sobresaltó.
La señora Jenkins entró en la biblioteca con una expresión neutra. "Disculpe, Marqués. Ha llegado un correo urgente."
La tensión del momento se rompió. El Marqués se enderezó, tomando distancia de Lady Annelise. "Gracias, Lo revisaré ahora."
Lady Annelise retrocedió con una sonrisa ligeramente forzada, su oportunidad de acercamiento interrumpida. "Por supuesto. Le dejaré a solas, Rafael."
Mientras el Marqués tomaba el correo de manos de la señora Jenkins, Lady Annelise se retiró, su rostro ocultando una mezcla de frustración y una creciente determinación.
Más tarde, sola en sus aposentos ahora elegantemente decorados, Lady Annelise se paseaba lentamente, su vestido de terciopelo amatista susurrando suavemente contra la alfombra.
La luz del día entraban por las ventanas iluminando su rostro pensativo.
Suspiró, deteniéndose frente al espejo de caoba. Su reflejo le devolvía una imagen de mujer decidida, pero en sus ojos grises brillaba una inquietud que intentaba ocultar al mundo.
Su mente repasaba la conversación interrumpida con Rafael. La cercanía, el breve instante en que sus miradas se habían conectado con un eco del pasado... había sido fugaz, pero significativo.
"Él aún siente algo, por ella" se dijo en voz baja con los ojos inundados, aunque una punzada de incertidumbre acompañó sus palabras.
El recuerdo de su juventud compartida, de las risas y las confidencias con él y Sofía, era un lazo que esperaba poder eliminar. Su afecto por Rafael, nacido en aquellos años despreocupados, nunca se había extinguido por completo, aunque la vida los hubiera llevado por caminos separados.
Ademas había una urgencia silenciosa en su decisión, una sensación de que este era un paso crucial en su vida. La idea de establecerse como la señora de esta imponente finca, de tener un lugar propio y seguro, era una perspectiva tentadora. La Quinta Robledo representaba estabilidad, un anclaje en un mundo que a veces se sentía precario.
"Una vez que nos casemos," se prometió, alisando una arruga imaginaria en su vestido, y acomodando su cabello "las cosas se asentarán. Él verá que puedo darle un hogar... podemos construir una vida feliz juntos"
Su futuro, el futuro que tanto anhelaba asegurar, dependía ahora de un hombre aún anclado en el recuerdo de su difunta esposa . La wntrada de la señora Jenkins de la biblioteca y el silencio que había seguido ahora le parecían cargados de una significancia que no había percibido en el momento.
La luz del día que entraba por los amplios ventanales de sus aposentos iluminaba el brillo húmedo de sus ojos. Aquel fugaz instante en la biblioteca, la casi tangible conexión con Rafael, se había desvanecido como un espejismo.
Pero no era solo la persistente sombra de Sofía lo que ahora nublaba sus pensamientos. Asegurar su futuro aquí, en la Quinta Robledo, tal vez no sería una tarea tan sencilla como había imaginado. Había una corriente subterránea en esta casa, una lealtad silenciosa y una conexión inesperada que amenazaban con desviar el curso de sus ambiciones, dejando su futuro, una vez tan anhelado, colgando peligrosamente de un hilo