Casado Con La Bruja De Mi Jefa

Lydia llegó al penthouse y la señora que le ayuda aún no se había ido.

—Señora Lydia, llegó temprano. ¿Le sirvo la cena? —la señora Alicia le preguntó.

—No, Ali, tranquila. Te puedes ir, yo ceno más tarde con mi esposo. —La señora asintió y se preparó para irse, mientras Lydia se dirigió a darse un relajante baño de espumas, mientras se tomaba una copa de vino.

Ya era tarde cuando Antonio llegó al penthouse. Intuyó que Lydia ya estaría allí dada la hora, pero le extrañó que todo estaba a oscuras y en silencio.

«¿O se iría a algún lado con aquel hombre?», pensó.

Dejó su portafolio en la mesa del recibidor y le atormentaba el silencio que se sentía en el penthouse.

Entró a la habitación y ahí cayó en cuenta de que Lydia estaba en el baño al ver la tenue luz que se filtraba por debajo de la puerta.

La abrió lentamente y la vio en la bañera dormida. Se acercó y tocó el agua, sintiéndola fría.

Había música suave, una copa de vino vacía y la caja de los turrones en la mesa del lavamanos.

—Lydia, despierta. El agua ya está fría; te puedes resfriar. —Le decía suavemente, pero Lydia, cuando duerme... muere. —Lydia, vamos, despierta.

Al ver que ella estaba en el quinto sueño, tomó una toalla, se la puso en su pecho y tomó a Lydia de los brazos para sacarla de la bañera. Una vez afuera del agua, la empezó a secar con otra toalla y la llevó a la cama.

Cuando la iba a depositar en la cama, Lydia se despertó y empezó a besarlo con desesperación. Ya sentía frío y se enganchó a Antonio como una garrapata.

Antonio sentía su sangre hervir. Esa mujer lo descoloca; no sabía por qué lo eligió a él si podía tener a cualquier hombre a su lado.

Lydia, con afán, abrió su camisa y los botones de esta salieron volando.

—¡Lydia, mi camisa! —La reprende, pero en un rápido movimiento se quita su ropa hasta quedar completamente desnudo y así la penetra en una sola estocada, aprovechando lo húmeda que estaba Lydia.

A Antonio le extrañó que estuviera tan callada, pero aun así, él muy obediente, hizo la tarea de hacer un pequeño Kidman.

La faena fue algo extraña. Lydia solo gemía extasiada, pero no decía sus conocidas frases en el sexo. Esto tenía a Antonio desconcertado, pero aun así hizo su labor, terminando dentro de Lydia, pero supo que ella no había alcanzado el clímax.

No hubo abrazos, no hubo besos después de que hayan culminado. Lydia se levantó de la cama en silencio y se fue a la ducha a limpiarse. Antonio se quedó pensativo en la cama. ¿Qué tendrá Lydia? ¿Será que está así por el hombre que estaba en su oficina?

Cuando ella salió del baño, ya traía su pijama puesto. ¿Qué raro?, ella siempre salía de ducharse como Dios la trajo al mundo y se vestía en la habitación. Antonio, callado entró luego a bañarse. Cuando salió, se puso solo un pantalón de pijama y Lydia ya no estaba en la habitación.

Así que fue a buscarla y estaba en la cocina calentando la cena que había dejado preparada la señora Alicia y ella al verlo le preguntó:

—Antonio, ¿vas a cenar? —¿Antonio? ¿Ya no es el ratoncito?

—Lydia, ¿te pasa algo? —Antonio no aguantó y le preguntó.

—¿A mí? No, nada. ¿Por qué? —decía Lydia indiferente, mientras le pasaba el plato con risotto a Antonio. —¿Tomas vino o refresco?

—Refresco. Lydia, en serio, ¿qué tienes? Dímelo, tú no eres así. —Antonio insistía.

—No tengo nada, no te preocupes. —Lydia lo negaba, pero en verdad estaba buscando la oportunidad de decirle a Antonio lo que tenía atravesado.

—Ya que no quieres hablar. Dime, ¿te gustaron los turrones? —Hasta que Antonio tocó el tema de los turrones.

—Sí, me gustaron. Lo que no entiendo es, si fuiste hasta mi oficina, por qué no me los entregaste personalmente. ¿Pasó algo, Antonio? —Lydia quería saber de su boca porqué se fue.

—Sí, fui a llevarte los turrones, pero estabas ocupada con un hombre en la oficina. No quise interrumpir y, como Grace no estaba, los dejé en su escritorio y me fui. —Lydia dejó su tenedor a un lado de su plato y se quedó mirando fijamente a Antonio.

—Antonio, ese hombre era el imbécil de Dominic. Es un empalagoso que cree que siendo un pulpo todas las mujeres caerán rendidas a sus pies; si te hubieras quedado, habrías visto que le hice un gancho para soltarme de él. Antonio, ¿acaso sentiste celos por mí? —Lydia estaba segura de eso.

—Celos, no... Lydia, jamás. Solo no quería interrumpir. —Antonio decía esto de dientes afuera, pues es verdad que sintió celos.

—Menos mal. Antonio, recuerda que nada de amor. Esto solo es un contrato. Yo no soy una buena mujer, Antonio; no te enamores de mí, que yo no te voy a corresponder. Cuando termine el plazo, podrás hacer tu vida con una mujer que te ame de verdad. —Antonio, con un nudo en la garganta, asintió; Lydia tenía razón y esto solo es un contrato. Pero él de estúpido estaba confundiendo las cosas.

Ella se paró de su silla y se fue a la habitación. Antonio se quedó meditando mientras lavaba los platos; de verdad que él estaba confundiendo las cosas y estaba empezando a sentir algo por Lydia. Aunque ella tenía razón, y no porque fuera una mala mujer, como ella se hace ver; al contrario, Lydia es excelente. Sino porque son de mundos diferentes, son tan distintos que eso inevitablemente es una brecha que siempre los separará.

Cuando llegó a la habitación, ella ya estaba dormidísima y él se acostó a su lado pero se tardó en conciliar el sueño.

Al día siguiente, todo siguió como si nada. La misma rutina, el mismo desayuno juntos. Salieron tomados de la mano, pero ya no había ese calor que se sentía cuando sus manos se unían; era solo una acción mecánica, sin sentido.

Ese día llegaron juntos a visitar a Anthony; hoy recibirían el nuevo reporte médico y, como padres del niño, debían estar juntos.

—Señores Duarte, les tengo buenas noticias. El primer ciclo de quimioterapias fue todo un éxito. Ya Anthony puede irse a casa y recibir las quimioterapias cada mes. Así que mañana le daré el alta. —El doctor Young les decía y ellos estaban felices.

Cuando le dieron la noticia a Anthony, este brincaba de la felicidad. Por fin se iría de ese hospital, y aunque allí tenía amigos y las enfermeras y el personal eran muy lindos con él, no era lo mismo que vivir junto a sus padres.

—Mamita, ¿entonces ya puedes llevar a Salem al penthouse? —Antonio miró a Lydia con interrogación.

—¿Quién es Salem? —preguntó Antonio. «Ella nunca había nombrado un tal Salem», pensaba Antonio.

—Mi gato. Está donde mi papá, al cuidado de él. —Luego se acercó y le habló al oído. —Es negro, toda bruja debe tener uno.

Luego de un rato compartiendo con el niño, se despidieron de él y Lydia inmediatamente se puso manos a la obra para adecuar la habitación para su niño. Contrató un decorador experto en habitaciones para niños con tratamientos en casa, para que al día siguiente Anthony tuviera su propio espacio.

Ese día Antonio debía enviar todo lo que se ha avanzado en el proyecto a su inversor. Y una llamada de él fue la respuesta.

📲Good afternoon, Mr. Duarte. Oh, perdón, la costumbre de hablar en inglés. Disculpa.

📲No se preocupe, sir Arthur, yo manejo el inglés a la perfección. Así que si desea, hablemos en inglés; por mí no hay ningún problema.

Antonio no se iba a dejar pordebajear, así sea su inversor.

📲Yo también hablo el español a la perfección, no en vano viví dos años en Colombia.

Los socios terminaron su conversación y Antonio convenció a Arthur de ir a Miami a que conozca las instalaciones de Diamond Technology.

Lydia llegó más temprano al penthouse; debía darle el visto bueno a lo que el decorador había hecho con la habitación.

—Wow, es fantástica. Me encantó. —Drixie estaba satisfecho de que a la bruja de Lydia le haya gustado la habitación. Sabía que ella era muy exigente, eso lo tenía nervioso.

Ya Lydia estaba lista para recibir a su niño en su hogar.