MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.
La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.
Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.
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Capítulo 18
Kael
Algunos meses después...
Muchas cosas pueden pasar en meses. Prueba de ello es que finalmente conseguimos ayuda para desenmascarar las trampas del alcalde. Marta, la madre de Mariá, fue quien se convirtió en nuestra aliada. Ella le concedió a mi hermano pruebas concretas e irrefutables contra su marido.
Resultó que mi hermano también le contó sobre nuestra conexión con su hija. Ella no opinó mucho al respecto en realidad. Solo dijo que eso sería algo que su hija decidiría qué hacer al despertar.
Bien, el alcalde tuvo su mandato revocado y ahora está tras las rejas. Marta también pidió la separación de él.
Y aquí estamos todos nosotros. Yo, mi hermano, Doña Marta y la señora Nena. ¿Motivo de nuestra reunión en la habitación donde está Mariá? Simplemente su cumpleaños.
Sí. Hoy nuestra Mariá está cumpliendo sus dieciocho años. Y todos tenemos fe de que ella despertará.
Doña Marta viene con el pastel blanco adornado. Encima del pastel, las velas en forma de 18 años.
—Feliz cumpleaños hija. Estamos todos aquí contigo y por ti mi amor. —Dice la señora Marta a su hija con la voz baja y embargada.
Mi hermano y yo nos acercamos más a la cama, así como Nena que también se acerca. Dylan y yo nos miramos, en este instante sé que su corazón late frenético en el pecho así como el mío.
Y en cada latido nuestros corazones susurran:
"Estamos aquí Mariá... estamos aquí"
Llevo mi mano tocando la de ella. Mi hermano se acerca a la cabecera de la cama y coloca gentilmente un mechón del cabello de Mariá detrás de su oreja.
Marta se aleja con el pastel, lo coloca en la mesita al lado de la cama y se une a Nena. Las dos se abrazan llorando y mi hermano y yo sujetamos las manos de Mariá.
Y al unísono hablamos bajito:
—Vuelve para nosotros Mariá. Vuelve para nosotros, para que podamos vivir nuestra historia a nuestra manera, a nuestro modo. Te amamos Mariá. Hoy y para siempre.
En eso nuestras marcas en su muñeca comienzan a brillar. Y de repente...
Ella toma aire con toda la fuerza. Como si estuviera recibiendo el soplo de la vida nuevamente. Sus ojos se abren repentinamente, mirando al techo.
Los aparatos comienzan a pitar frenéticamente. Y ella permanece inerte por un tiempo. Los ojos abiertos pero sin emitir cualquier sonido o movimiento.
Marta sale corriendo a llamar a los médicos. Mientras tanto mi hermano y yo permanecemos con nuestras miradas enfocadas en ella.
—Salgan todos de la habitación por favor. Necesitamos estabilizar a la paciente. —Dice uno de los médicos entrando corriendo en la habitación colocando un equipo para verificar los latidos cardíacos de Mariá.
Somos arrastrados fuera de la habitación —ni siquiera sabemos por quién, pues nuestro campo de visión está todo concentrado en Mariá. Como si quitar nuestros ojos de ella, fueran a llevarla lejos de nosotros nuevamente.
—¿Será que ella está realmente bien? —pregunto observando a una de las enfermeras cerrar la puerta en mi cara.
Mi hermano que no se mantiene quieto, pasa la mano por el cabello caminando de un lado para otro en el pasillo, al responder:
—No sé Kael. Espero que sí. Toda esta confusión sucedió, y ni siquiera conseguimos intercambiar una palabra con ella en todo este tiempo. Tengo miedo hermano. Miedo de que nuestra compañera nos rechace. Porque al final ella no tiene obligación ninguna, de aceptarnos.
Yo, sin conseguir responderle, camino hasta él y lo abrazo. Ofrezco mi abrazo a mi hermano como forma de decir que también comparto ese su dolor.
También siento ese miedo aplastante de ya amarla tanto sin nunca de hecho conversar realmente. La posibilidad de que nos rechace es real y aterradora.
Pero también sé lo que siento por ella. Por ese amor iré hasta el final si es preciso. Movido por eso digo bajo a mi hermano aún abrazándolo:
—No importa que ella nos rechace hermano. Ella es nuestra compañera y será nuestra obligación protegerla y cuidarla aunque sea desde las sombras, aunque permanezcamos ocultos para ella, pero honraremos nuestros roles de compañeros. ¿Estás conmigo hermano?
Mi hermano se aleja del abrazo por un momento, él mira profundamente en mis ojos y dice:
—Siempre Kael. Estamos en esta juntos hermano. Cuidaremos y protegeremos a nuestra compañera Mariá, aunque ella nos rechace. Ahora y para siempre.
Yo asiento sonriendo para él a medida que nos abrazamos nuevamente. Nuestra jornada puede no ser fácil, pero ahora que nuestra Mariá despertó, al menos tenemos la esperanza nuevamente.
Aunque eso signifique amarla de lejos, por más que duela.
