La Elegida Del Alfa Viudo

Melina

Nadé un rato en el río, y cuando empezó a lloviznar, decidí entrar para preparar algo para el almuerzo. Él dejó la cocina bien surtida. Pensé que traerme aquí había sido una decisión de última hora, pero estaba equivocada.

Entre mis opciones, opté por pescado a la plancha, ensalada verde, arroz y frijoles. Preparé todo bien fresco, mezclando la ensalada con aceite mientras cantaba y bailaba mi canción favorita. Fue entonces cuando sentí su olor.

Al mirar al costado, vi a Eron, mi alfa, irradiando sensualidad. Me abrazó y me besó. Me perdí en el beso, y cuando me di cuenta, ya estaba sobre la mesa de la cocina, casi siendo tomada por él. Si no fuera por la voz de un hombre llamándolo desde la sala, creo que habríamos tenido sexo allí mismo, sobre esa mesa.

No soy curiosa, pero terminé escuchando su conversación. Por alguna razón, me sentí preocupada, aunque no tuve mucho tiempo para pensar en eso. En seguida, mi alfa me colocó sentada en la mesa y me hizo llegar al clímax con su lengua.

¿Qué locura fue esa? ¿Qué le pasó para hacer algo así a plena luz del día? Al final, me pidió que lo esperara despierta, y solo pude asentir. ¿Qué le pasa a mi cuerpo que se entrega tan fácilmente? Revuelvo mi cabello, intentando traer algo de juicio a mí misma.

Almuerzo mirando la mesa, recordando lo que pasó minutos antes, y me siento ardiendo. Necesito un baño. Con la lluvia cayendo libremente allá afuera, me zambullo desnuda.

Permanezco bajo el agua varios minutos, reflexionando sobre todo. Repito en mi mente mientras estoy sumergida:

— Él me marcó, estamos juntos. Es natural que sintamos deseo el uno por el otro. — Reproduzco esta frase en mi cabeza una y otra vez.

Decido volver adentro cuando la lluvia se intensifica. Tomo una ducha y me pongo otro vestido. No hay mucho que hacer, así que tomo un libro para leer. Me recuesto en el sofá de tres cuerpos de la sala y, al llegar al final del libro, me duermo… solo para despertar con la bruma acabando conmigo.

— Mierda, Eron, ¿dónde estás? Ayúdame con esto.

Lo llamo en voz alta hasta que escucho algo rasguñar la puerta de entrada, y entonces se abre: Argus entra con una enorme sonrisa en el hocico. Intento controlar mi deseo apretando mis muslos, casi desgarrando el vestido.

Pero Argus se posiciona entre mis piernas, abriéndose paso con la cabeza. En segundos, su enorme lengua caliente encuentra mi clítoris hinchado de excitación. No pasó mucho tiempo antes de que mi cuerpo temblara con el orgasmo más largo que he tenido.

Argus rasgó mi vestido con su hocico y pasó su lengua por la punta de mi seno, haciendo que mi cuerpo deseara aún más ese toque. Hasta que susurré, sin ser del todo consciente:

— Eron, te quiero.

Entonces, la forma enorme del lobo dio paso a un hombre alto y extremadamente fuerte sobre mí. Completamente desnudo, Eron me besó y pronto sentí su miembro entrar en mí, aliviando mi deseo de ser completamente llenada por él.

Me abrazó y se sentó conmigo en su regazo. Sus manos apretaban tanto mi cuerpo que solo me hacían desear más de su contacto. A medida que mi orgasmo amenazaba con estallar, me movía más fuerte sobre él… Terminamos viniéndonos juntos, gemidos y aullidos mezclándose entre nosotros.

Acabé con mi frente en su hombro ancho, y él me abrazó con ternura. Estaba exhausta, la bruma me había consumido esta vez. Eron, al darse cuenta de mi agotamiento, me llevó a bañar y luego a mi habitación.

No quería dormir, pero él se acostó a mi lado y caí en un sueño profundo. Al despertar, aún estaba desnuda, pero él ya estaba de pie y vestido junto a la cama.

— Levántate y vístete. Hoy te llevaré conmigo a la sede de la manada.

Me senté en la cama y tiré de la sábana para cubrir mis pechos. Lo miré, nerviosa.

— ¿Me llevarás hoy?

— Claro que sí. ¿Algún problema?

— Nosotros… Alfa, no sé si es buena idea. No quiero ser presentada como tu compañera todavía. Déjame acostumbrarme primero, por favor.

— Está bien. ¿Puedo llevarte como mi invitada, entonces? — sonrió. Maldita sea, ¿por qué su sonrisa tiene que ser tan hermosa?

— Dame unos minutos. Pronto estaré lista.

Parecía feliz con mi respuesta, y yo nunca estuve tan nerviosa. Tomé mi mejor vestido, una chaqueta sencilla y un par de zapatillas bajas. Estaba lista.

Desayunamos juntos y me habló un poco sobre los ancianos. No me gustaron ni Omar ni Lucius. En cambio, su tío parecía alguien a quien él respetaba mucho.

Llegamos a la sede de la manada. Confieso que, por lo que me dijeron, pensé que sería solo un lugar grande más. Pero no sabía que era tan enorme. Esto es un absurdo. Eron abrió la puerta para mí y se divirtió con mi expresión sorprendida.

— Grande, ¿no? Te vas a sorprender aún más cuando entremos.

Él tomó mi mano, que enseguida retiré. No podíamos hacer eso aún. Solo quería sentirme segura antes de que el caos se instalara. Caminamos lado a lado, y pronto vi a la mujer del otro día acercarse con dos hombres mayores.

— Buenos días, alfa. — dijo uno de ellos a Eron, casi ignorando mi presencia — ¿Trajiste una visita hoy?

— Sí, Lucius. ¿Algún problema? Pienso que si ustedes pueden tener una invitada, es justo que yo también tenga la mía.

— ¿Y cuál es la diferencia entre una y otra? Ambas son visitas, ¿no? — dijo el otro, que supuse era Omar.

— La diferencia es que a esta sí la quiero. Ahora, necesito mostrarle toda la sede.

— No seas grosero con nuestra invitada, alfa. — Lucius cambió el tono — No deberías decir eso delante de ella. Puede malinterpretarlo.

— Eso no es problema mío, sino de ustedes. No voy a dejar de ser sincero para no herir el ego de ella. Sería una hipocresía. Vamos, Melina.

— Espera, Eron. — la mujer dijo con cierta intimidad, lo que me hizo hervir — Si vas a ser amable con ella, tendrás que serlo conmigo. ¿Qué pensaría o haría mi padre si supiera que el alfa de la manada del roble negro trata tan mal a su única hija?

Eron la miró y ladeó la cabeza con una sonrisa extraña. Me atrevería a decir que en ese momento deseaba sujetarla del cuello… y no de forma sensual. Puso un brazo sobre mis hombros y me llevó por el pasillo sin mirar atrás.

— Así te vas a condenar al infierno por mi culpa. No valgo la pena, alfa. — le susurré.

— Ya estoy en el infierno desde que esos dos metieron a esa mujer aquí. — me dijo, empujándome contra la pared e inclinándose para mirarme a los ojos — Nunca más repitas que no vales la pena. Y tampoco me llames “alfa”. Para ti, soy Eron. Por ti, soy capaz de ir al infierno, expulsar al demonio y liderarlo si hace falta.

Me sonrojé y bajé la cabeza. Enseguida, alguien llamó al alfa, apartando su atención de mí. Me llevó por tantos lugares que si tuviera que volver sola, me perdería sin dudas.

Tuvo una reunión importante y me dejó afuera, sentada en un sofá cómodo. El ambiente estaba tranquilo hasta que aquella mujer vino y se sentó a mi lado, con toda su elegancia, cruzando las piernas. Alzó la nariz y olfateó hacia mí.

— Si no dejas de olerme, te juro que te rompo la nariz de un puñetazo — le dije con impaciencia.

— Así que eres tú… — respondió con cara de asco — Eres la puta que se está acostando con mi alfa.

— ¿Quieres una paliza?

— Escucha bien, perra. Nuestro apareamiento será dentro de un año. Será mejor que no te estés acostando con él hasta entonces, porque tú solo eres una más durante la bruma. No significas nada para él. ¿Entendido?

Me eché a reír. Ella me miró furiosa mientras yo me quitaba la chaqueta con toda calma.

— ¿De qué te ríes, zorra?

Entonces le mostré mis hombros, dejando bien visibles las marcas de los dientes de mi alfa.

— ¿Ves esto? — señalé las mordidas — ¿Esto es lo que tú consideras algo pasajero de la bruma?

— Eso no debe ser nada.

— ¿Ah, no? La mordida de apareamiento tiene un tono rosado… ¿Te parece que este color es rosado? Porque yo no veo muy bien.

Reí de su cara y me puse la chaqueta de nuevo. Ella se levantó para pegarme y yo me levanté sujetando su mano.

— ¿Qué está pasando aquí? — mi alfa casi gritó — Hannah, ¿de verdad ibas a agredir a mi invitada en mi sede?

La mujer salió corriendo como el diablo huye de la cruz. Volvimos a casa al final del día. No podía mirar a Eron. ¿Cómo permite que esa perra ande por ahí todo el día acosándolo?

— Hace una hora que llegamos y no me hablas desde que salimos de la sede. ¿Hice algo mal? — él estaba sentado en el sofá.

— ¡Claro que sí! ¿Te está gustando que esa mujer te ronde? ¿Te parece divertido ser cortejado por otra mientras estás conmigo?

— ¿Estás celosa, mi Luna? — se inclinó hacia mí, me tomó del brazo y me hizo sentarme en su regazo, con las piernas abiertas frente a él.

— ¿Te parece gracioso?

— Confieso que no lo era… pero ahora, viéndote así, un poco sí — sonrió.

— ¿Cómo te atreves? — terminé dándole una bofetada — ¡Eres mío!

Él sujetó mis manos y me hizo acercarme peligrosamente a su rostro, mirándome de cerca.

— ¿Soy tuyo? — preguntó con una furia contenida —. Si soy tuyo, demuéstralo. Porque yo ya probé que tú eres mía, que me perteneces… ¿Será que yo te pertenezco a ti? Entonces demuéstralo, Melina… ¿Soy tuyo?

Me puso nerviosa, aterrorizada con la idea de que él no fuera realmente mío. Una de mis manos se transformó, mostrando mis garras. Rasgué su camisa en el hombro, lo miré intensamente una última vez y, lanzando mi cabello a un lado, lo mordí justo entre el cuello y el hombro.

Eron soltó un gemido alto con mi acción y apretó mi cintura con ambas manos. Pronto, nuestra ropa estaba hecha jirones en el suelo y el sofá se transformó una vez más en nuestra cama.