Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 17
La sorpresa que Khazan se llevó aquel día sería imborrable. Hasta ese momento, había dudado en silencio del joven Volrhat, pero lo ocurrido despejó cualquier sombra de incertidumbre. Gracias a Rhaziel no solo sobrevivió, sino que también evitó que el enemigo escapara y advirtiera sobre su presencia en esas tierras.
No todos los hombres que acompañaron al príncipe habían caído, algunos respiraban, aunque sus cuerpos maltrechos yacían en el suelo, incapaces de moverse.
Fue Rhaziel quien, con sus ojos afilados y demás sentidos agudos descubrió que los Valdyr habían dejado sus caballos no muy lejos del lugar donde se había librado la batalla. Sin esperar órdenes, corrió hasta allí y los trajo de regreso. Junto al príncipe, cargaron a los heridos sobre los animales.
Ambos montaron, y sin más demora iniciaron el regreso hacia el campamento de Nurdian, llevando consigo tanto a los heridos como la certeza de que habían rozado la muerte. De los diez hombres que habían acompañado al príncipe en aquella incursión, apenas sobrevivieron cuatro, contando a Rhaziel. Las pérdidas eran dolorosas, pero el desenlace se consideró un éxito, no solo habían evitado ser descubiertos, sino que además obtuvieron información crucial.
Hallaron pruebas de que aquel grupo que los atacó estaba reuniendo datos sobre la disposición del campamento de Nurdian. De no haberlos detenido, ese conocimiento habría llegado al enemigo y puesto en peligro a todos.
Khazan lo comprendió con claridad, y el peso de aquella verdad quedó grabado en su memoria. Mientras regresaban, el príncipe miró de reojo a Rhaziel, que cabalgaba a su lado alerta.
—Hoy me has salvado la vida —dijo Khazan, con una sinceridad despojada de protocolos.
Rhaziel bajó la mirada un instante, casi incómodo.
—No hice más que cumplir con mi deber, alteza.
—No... Hiciste más que eso.
Desde aquel día, Rhaziel se convirtió en el hombre más cercano al príncipe.
Un año después, los Valdyr habían caído ante Nurdian. Y fue, en gran parte, gracias a la estrategia y al filo de Rhaziel. Así lo reconoció Khazan.
La primera gran victoria de Nurdian fue posible gracias a ese joven de mirada electrizante, pero aún quedaban muchas batallas por librar, el plan de conquista del príncipe era ambicioso y Valdyr era apenas él primero de los muchachos territorios que planeaba conquistar. Lo que tomaría tiempo, tal vez demasiado, y Rhaziel era consciente de ello y sabía que para el y sus planes eso era un problema, debía reducir ese tiempo lo máximo que pudiera por más difícil que fuera.
Un tarareo suave flotaba en el aire de la posada. Serena acomodaba mesas y utensilios, preparándose para la llegada de los primeros clientes. Ya no era la niña torpe que, tres años atrás, apenas sabía sostener una jarra sin derramarla; ahora se había convertido en una jovencita de quince años. El tiempo había dejado su huella en ella: más alta, con facciones más definidas y un cuerpo en transición hacia la adultez.
Cuando los primeros clientes llegaron, Serena los atendió con la destreza adquirida a fuerza de práctica y paciencia. Después de servir los pedidos, se dispuso a ayudar a Sonia en la cocina. Desde detrás de la barra, podía ver y escuchar lo que ocurría en el salón. Entre risas, brindis y discusiones, cada conversación parecía traer consigo un pedazo de mundo exterior que Serena, en secreto, ansiaba conocer.
Una de esas charlas llamó su atención. Dos hombres hablaban en voz baja, aunque el murmullo se filtraba con claridad suficiente para que sus oídos atentos lo captaran.
—El ejército de Nurdian consiguió una gran victoria —comentó uno de ellos, mientras daba un trago a su cerveza—. Y se dice que todo fue gracias a un comandante joven, apenas un muchacho, pero con la astucia de un veterano.
Serena se quedó inmóvil por un instante, como si las palabras se hubieran clavado en su pecho. Sentía un nudo en la garganta cada vez que escuchaba hablar de la guerra. Una sensación extraña, como un presentimiento inevitable, la hacía pensar en Rhaziel.
¿Y si él estuviera ahí? ¿Y si había marchado hacia ese horror buscando dinero? La sola idea le revolvía el corazón. Se imaginaba su figura en medio del campo de batalla, entre gritos y sangre, y deseaba con todas sus fuerzas que no fuera cierto.
Sacudió la cabeza, negando, como si así pudiera ahuyentar esos pensamientos.
—No… —susurró para sí misma—. No quiero que estés en un lugar así, Rhaziel.
Aun después de tres años desde su desaparición, Serena no dejaba de recordarlo ni un solo día. La ausencia era un vacío persistente, un eco constante en su vida. Rezaba por él en silencio todas las noches, esperando que, de algún modo, esas plegarias lo alcanzaran dondequiera que estuviera.
En el último tiempo había tenido cierta suerte. La Condesa parecía haberse olvidado de ella, demasiado ocupada lidiando con los escándalos y problemas de su hijo Roger, que no hacía más que desobedecer y evadir sus responsabilidades. En más de una ocasión, la Condesa había intentado convencerlo de que mirara a Serena, de que la aceptara para que el matrimonio se concretara. Pero Roger siempre se negaba, ignorando las órdenes de su madre.
Gracias a ese desinterés, Serena había podido trabajar en el pueblo con una tranquilidad relativa, libre —al menos por un tiempo— de la sombra de la Condesa.
Aquella tarde no hubo demasiados clientes en la posada, así que Sonia le indicó a Serena que podía marcharse antes de lo habitual. La muchacha se despidió y salió a la calle, disfrutando del aire fresco tras las horas de encierro.
Sin embargo, al salir se dio cuenta de algo, Shakan no estaba allí. Usualmente él la esperaba a la misma hora de siempre para acompañarla hasta la calle principal, pero como esta vez había salido más temprano, no lo encontró. Serena dudó un instante, preguntándose si debía esperarlo, aunque finalmente decidió ir sola. Pensó que conocía bien la zona y que, a esa hora, no había nada de qué preocuparse.
Parecía tener razón… hasta que a medio camino unos hombres borrachos se interpusieron en un callejón. El olor a alcohol le golpeó antes incluso de que abrieran la boca.
—Eh, preciosura… —balbuceó uno, con una sonrisa torcida.
—Ven con nosotros, te vamos a dar diversión —añadió otro, extendiendo la mano hacia ella.
Serena retrocedió de inmediato, apretando contra su pecho el pequeño bolso que llevaba. El corazón le latía con violencia.
—No… no quiero. ¡Déjenme pasar! —suplicó, su voz quebrada.
Pero los hombres, riendo y tambaleándose, la rodearon como depredadores. Uno intentó sujetarle el brazo y otro le rozó la cintura con intención sucia. Serena forcejeó, sintiendo cómo la desesperación se le trepaba al pecho hasta nublarle los ojos de lágrimas.
—¡No! ¡Suéltenme! —gritó entre sollozos—. ¡Deténganse!
El miedo la paralizaba, y en ese instante creyó que todo estaba perdido.
Entonces, una voz firme y cargada de furia irrumpió en la escena.
—¡Aléjense de ella!
De entre las sombras apareció Shakan. Ya no era el niño que Serena había conocido años atrás, a sus diecisiete años era un joven corpulento, de hombros anchos y mirada encendida. Con pasos rápidos y seguros se interpuso entre ella y los hombres.
Los borrachos apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Con movimientos firmes y decididos, Shakan redujo a los dos sin dificultad. Un empujón bastó para derribar al primero, mientras que un golpe certero envió al segundo al suelo.
El silencio volvió a la calle, roto solo por la respiración agitada de Serena. Shakan se giró hacia ella, y al verla con lágrimas rodando por las mejillas, sus ojos se endurecieron con enojo.
—¡¿Qué estabas pensando?! —exclamó con un tono casi de reproche—. Nunca debiste ir sola. ¡Debiste esperarme!
Serena, aún temblorosa, bajó la cabeza.
—Lo siento… —murmuró entrecortada, intentando contener el llanto.
El enojo en el rostro de Shakan se desmoronó al instante. La vio tan frágil, con los ojos húmedos y los labios temblorosos, que el peso de sus propias palabras lo golpeó de lleno.
—Perdóname… —dijo con voz más baja, rascándose la nuca con incomodidad—. No debí hablarte así. Es solo que… estaba preocupado por ti.
Serena lo miró con timidez, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—Lo entiendo y gracias por tú ayuda Shakan—susurró.
Shakan suspiró, pasando una mano por su cabello revuelto.
—Prométeme que no volverás a irte sola. Espérame, aunque tarde, ¿de acuerdo?
Ella asintió con suavidad, todavía con la voz quebrada.
—Lo prometo.
Una sombra de alivio cruzó el rostro de Shakan. Entonces, sin añadir más, se colocó a su lado y la acompañó hasta llegar a la calle principal, donde las luces y el bullicio devolvían la sensación de seguridad.