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Caminos que se Cruzan...

Caminos que se Cruzan...

Status: Terminada
Genre:Yuri / Amor a primera vista / Maestro-estudiante / Colegial dulce amor / Completas
Popularitas:1.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Maria Kemps

Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.

NovelToon tiene autorización de Maria Kemps para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 17

Continuación del Capítulo

La noche cayó con un silencio extraño en la calle donde vivía Elisa. Pero ese silencio era solo una fachada: detrás de las cortinas cerradas, ojos curiosos espiaban, lenguas afiladas se preparaban para el día siguiente.

La ropa del marido estaba esparcida por la acera, algunas prendas enganchadas en las rejas, otras en el suelo, mojadas por la llovizna fina que comenzaba a caer. Un par de zapatos había sido arrojado con tanta fuerza que golpeó el contenedor de basura de enfrente. Y él, el marido de Elisa, gritaba desde el otro lado de la verja, insultando, suplicando, amenazando, mientras los vecinos solo... observaban.

Nadie intervino.

Solo susurraban.

—¡Puta! —gritó él, descontrolado—. ¡Te vas a arrepentir! ¡Vas a pagar por esto, tú y tu puterío!

Elisa no respondió. Solo mantuvo la puerta cerrada. Las ventanas con seguro. El corazón acelerado.

—Mamá... —llamó, con voz baja—. Los vecinos no van a hacer nada.

Elisa respiró hondo antes de responder.

—Me cansé, hija. Me cansé de tener miedo. Me cansé de ser agredida en silencio. Hoy... me liberé.

Afuera, el silencio regresó. El hombre se alejó tambaleándose, sin dignidad, llevándose lo poco que pudo recoger de lo que quedaba de él.

Pero la paz duró poco.

A la mañana siguiente, toda la calle comentaba. Algunas vecinas hablaban de «vergüenza», otras susurraban «bien merecido». La vieja de la casa de enfrente decía que «ese tipo de cosas solo suceden cuando la mujer olvida su lugar».

Sofía escuchó todo mientras caminaba hacia la universidad. Las palabras cortaban como navajas.

—La hija debe estar destrozada... —Imagina la humillación, ver al padre siendo expulsado de esa manera... —¿Y encima por otra mujer? Qué absurdo...

Sofía caminaba con la cabeza erguida, pero por dentro, cada frase pesaba más.

En la universidad, tampoco tardaron en seguirla las miradas por los pasillos. Algunas con pena. Otras con malicia. Y algunas... con asco.

A la hora del recreo, se quedó sola sentada en el patio. El almuerzo intacto.

Fue entonces cuando apareció Júlia, sentándose a su lado en silencio.

—Te dije que el amor dolía —dijo, con una sonrisa triste—. Pero tú eres más fuerte que todo esto, Sofi.

Sofía no respondió de inmediato. Después de un rato, solo dijo:

—Ellos no saben lo que pasamos ahí dentro. Solo ven la ropa en la calle.

—Y nunca lo sabrán —respondió Júlia—. Pero tú lo sabes. Y tu madre lo sabe. Y eso es suficiente.

Sofía la miró. En los ojos de Júlia, había firmeza. Y ternura.

—Solo quisiera que pudiéramos vivir sin miedo. Sin juicios.

—Llegará ese día, Sofi. Pero hasta entonces... nos protegemos. Juntas.

Sofía respiró hondo. El dolor seguía ahí, pero a su lado había alguien dispuesto a compartir el peso.

Y, a veces, eso era todo lo que necesitaba para continuar.

Esa semana, el escándalo cobró nuevas proporciones.

Todo comenzó con una publicación anónima en un grupo de alumnos de la facultad donde Elisa enseñaba. Una captura de pantalla de una foto —Júlia, sentada en un aula—. Y la leyenda venenosa:

«¿Así que esta era la alumna aplicada de la profesora Elisa? Ahora entiendo las notas altas…»

En minutos, los comentarios se multiplicaron.

—«Siempre supe que esa profesora era diferente…» —«La chica tiene 22 años, pero parece una adolescente. Qué asco.» —«Imagina a la madre liándose con la mejor amiga de la hija. Eso sí que es una telenovela mexicana.»

Pronto el rumor llegó a los pasillos de la facultad, distorsionado, inflado. Decían que había sido «beneficiada» en las evaluaciones, que la relación era antigua. Algunos llegaron a sugerir que Elisa debía ser apartada.

La directora de la institución, la profesora Camila, la llamó a su despacho.

—Elisa... —comenzó, con semblante tenso—. La situación se está saliendo de control. Sabes que confío en tu profesionalismo, pero la facultad necesita velar por su imagen institucional. ¿Estás dispuesta a responder oficialmente que no hay una relación de poder involucrada? ¿Que Júlia no tiene nada contigo?

Elisa negó, firme.

—Júlia ES mayor de edad, independiente. Lo que tenemos es de la vida privada. No hay ninguna irregularidad en ello.

Camila suspiró.

—Entiendo. Pero... desafortunadamente, el público tampoco está listo para entenderlo. Tienes mi solidaridad, pero prepárate. Esto va a ser difícil.

Elisa salió del despacho con la cabeza erguida. Pero por dentro, sentía el pecho oprimido.

En cuanto a Sofía... ni siquiera tuvo la oportunidad de defenderse.

En la facultad, los cuchicheos eran aún peores.

—«¿Tu madre se volvió lesbiana y se lió con tu amiga, fue eso?» —«¿La vas a llamar tía ahora o madrastra?» —«Imagina crecer y ver a tu mejor amiga convirtiéndose en tu segunda madre. ¡Qué trauma!»

Sofía fingía no oír. Pero cada risa era una cuchilla.

Hasta que no aguantó más. Estaba en el baño cuando escuchó a dos chicas de tercer año riendo a carcajadas.

—«Aquella, Sofía... debe estar aprendiendo cosas nuevas en casa ahora, ¿no? Imagina la cena.»

Ellas no vieron cuando Sofía abrió la puerta del cubículo con fuerza, los ojos encendidos.

—¿Tienen idea de lo crueles que son? —dijo, con voz firme—. ¿Saben lo que es ver a tu madre salir de un matrimonio abusivo, sobrevivir, intentar ser feliz... y aun así ser juzgada como si fuera un monstruo?

Las chicas se quedaron en silencio, sorprendidas.

—Júlia me quiere. Quiere a mi madre también. ¿Y saben qué? Suerte la nuestra haber encontrado amor en medio del caos. Porque ustedes... solo esparcen odio.

Sofía salió sin esperar respuesta. El corazón acelerado, pero por primera vez en días, sentía que respiraba de verdad.

Ese día, en casa, encontró a Elisa sentada en el sofá, con la mirada baja, sosteniendo el móvil.

—Otro correo anónimo. Llamándome corruptora, depredadora...

Sofía se sentó a su lado. Le tomó la mano.

—Mamá... todo esto pasará. Pero estoy orgullosa de ti. Por haberte liberado. Por no esconderte.

Elisa miró a su hija. Una sonrisa cansada apareció.

Y entonces, del pasillo, surgió Júlia. Los ojos llorosos, pero con el mismo aire dulce de siempre.

—Solo quería vivir con ustedes en paz. Amar sin tener que justificarme.

Sofía las miró. A su madre. A su mejor amiga. Y en ese momento, entendió que la familia, a veces, era precisamente eso: un trío imperfecto, pero valiente.

Y juntas, atravesarían la tormenta.

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