Después de recibir la mejor y la peor noticia el día de su boda.
Mía muere trágicamente en un accidente donde ella iba manejando. En sus últimos momentos solo pide una segunda oportunidad para ser feliz con el amor de su vida.
ACTUALIZACIONES TODOS LOS DÍAS UN CAPITULO.
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capitulo 17
Mía, Max y Donato se encontraban en la puerta del hospital. Ella seguía visiblemente afectada por todo lo sucedido, y aquellos hombres podían verlo reflejado en su rostro. Max y Donato habían acordado que, una vez salieran del hospital, él los dejaría a solas. Quería distraerla un poco y ofrecerle su ayuda.
—¿Qué les parece si vamos a desayunar? Aunque, viendo la hora, creo que sería mejor un almuerzo.
—Por mí no hay problema. ¿Qué dices, Mía? Tienes que comer algo, todavía no has desayunado.
—Sí, está bien.
—Oh, un momento.
Se alejó un poco, fingiendo hablar por teléfono. Mía solo sonrió. Luego volvió y dijo:
—Creo que será otro día. Tengo una reunión y David no pudo cancelarla a tiempo, así que debo ir. Pero ustedes vayan a comer, no te preocupes, Mía, no te voy a descontar el día.
—Está bien, Max. Ve tranquilo.
—No te preocupes, yo la llevo a su casa más tarde.
—Ok. Come bien, por favor.
Le dio un beso en la frente y los dejó solos.
—Vamos.
Mía asintió y subieron al auto. Durante el trayecto fueron en silencio, hasta que ella decidió hablar.
—¿Y de quién fue la idea?
—¿Qué idea?
—Vamos, ¿no pensarás que me creí eso de "justo tengo una reunión"?
—Fue mía. Quería que te distrajeras un poco. ¿Pero en qué momento te diste cuenta? Si hasta yo me lo creí.
—Jajaja, Max fue muy obvio. Conozco a mi amigo y sé cuando trama algo. ¿Y qué planea hacer conmigo, señor Mascardi? Digo... ¿a dónde me piensa llevar?
—Ya lo verás.
—Gracias.
Donato solo la miró y se dispuso a llevarla a un restaurante con una hermosa vista al Coliseo.
Mía quedó maravillada con el lugar. Desde que había llegado, no había tenido tiempo de recorrer nada en Roma.
—Donato, esto es hermoso. Gracias.
—Me alegra que te guste. Y la vista no es lo mejor, lo mejor es que aquí hacen las mejores pastas.
—¿Este también es tuyo?
—No. Quise convencer al dueño de vender, pero no hubo caso. ¿Pedimos?
Pidieron la comida y, minutos después, se la trajeron. Mientras comían, Donato habló.
—Mía, el propósito de esta invitación, además de que comas las mejores pastas de Italia, es para que sepas que en mí tienes un amigo. Puedes contar con mi ayuda.
—¿Tú estuviste presente? Digo... cuando...
—Sí. Vi todo. No tienes que contarme nada si no quieres. Pero para mí es importante que sepas que puedes contar conmigo.
—Gracias. Pero no quiero generarte algún problema más adelante. Ya bastante culpable me siento por haber ocasionado semejante escándalo en el estacionamiento de la empresa de Max. Oh por Dios... ¿cómo voy a volver ahí sin sentirme avergonzada?
—No tienes por qué estarlo. Lo que pasó no fue tu culpa.
—Debí suponer que no se iba a quedar tan tranquilo. Pero no entiendo qué es lo que quiere ahora, si él me iba a abandonar el día de mi boda...
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
—Disculpa, no quería ponerte mal.
—No, está bien. Es solo que, con el embarazo, estoy muy sensible. Por más que quiera actuar como que está todo bien, mis sentimientos salen a flote.
Mía logró calmarse y comenzó a contarle su historia a Donato, un poco modificada para no tener que decirle que había muerto y vuelto en el tiempo.
—Nunca fui de andar pensando en chicos. Mis padres fallecieron en un accidente automovilístico y, más allá de una casa, no nos dejaron nada a mi hermana y a mí. Ella es un año menor, y cuando quedamos solas, sentí que era mi responsabilidad que las dos termináramos nuestros estudios. Trabajé en casas de comida rápida, bares, de mesera… en todo trabajo de medio tiempo que me dejara tiempo libre para estudiar.
—¿Y ella?
—Sofía nunca fue tan aplicada en el colegio, así que cuando solicité una beca para ella en la universidad, se la negaron. Tuve que pagarle la carrera completa. Max es mi mejor amigo desde los once años. Siempre quiso ayudarme con dinero, pero yo lo rechazaba. Me gustaba ganarme lo mío. Aun así, él hacía compras grandes de comida para que no nos faltara nada.
Suspiró, recordando.
—Vivía prácticamente en la biblioteca. En mis ratos libres me ponía a estudiar para no atrasarme y no perder mi media beca. Hasta que un día lo vi entrar. Lo miré y seguí con lo mío. No estaba interesada en tener novio ni nada. Tenía miedo de perder mi meta si me distraía con esas cosas. Pero como vio que fui la única que no se interesó en él, vino hacia mí y me preguntó si podía ayudarlo con algunos asuntos de finanzas. Luego me regaló una sonrisa coqueta.
—¿Y qué le dijiste?
—“¿Y por qué debería ayudarte?”, le pregunté. Me acuerdo de su cara, se desconcertó. Sabía que estaba acostumbrado a que todas las chicas hicieran lo que él quería sin pedir nada a cambio. Me preguntó qué quería, y ahí fui astuta. En ese momento, mi jefe en el trabajo era un explotador y muchas veces no quería cumplir el trato de dejarme salir temprano para mis clases. Lo vi como una oportunidad.
—¿Y qué le pediste?
—Un sueldo, obvio. Le dije que si vivía buscando quién le hiciera los trabajos, así nunca iba a aprender. Que yo lo ayudaría a estudiar, a aprender y entregar todo a tiempo… pero por eso me tenía que pagar.
—¿Y aceptó?
—Sí, aunque le pareció raro que una chica como yo le pidiera dinero. Pero aceptó. Poco a poco fuimos conociéndonos. Se empezó a interesar en mí, pero yo conocía su fama de mujeriego. Lo hice sufrir. Me rogó por un año. Y bueno, después de eso decidí confiar en él. Nos pusimos de novios, conocí a sus padres y a su hermana. Ella vive viajando, por eso tuve poco trato con ella. Pero sus padres... ellos me amaban. Y yo a ellos. Ahora que lo pienso... ni me despedí. Deben pensar que soy una desagradecida.
—No creo, Mía. Si es como tú dices y ellos te amaban como a una hija, deben estar muy enojados con su hijo por haberte hecho sufrir. Pero por favor, continúa.
—¿No te estoy aburriendo?
—Jamás. Aparte, por lo que veo, te hace bien hablar de esto.
—En ese caso... ¿Dónde me había quedado? Ah, sí. Bueno...