ENTRE EL AYER Y EL HOY

Valentina estaba de reposo en casa, la doctora había sido bastante clara, debía descansar y evitar el estrés, se sentía agobiada y decidió que una visita al lago de la ciudad era la única forma de encontrar un poco de paz. Aunque la última vez, sintió mayor confusión. Encendió su scooter y se dirigió hacia el parque. El ruido del motor la ayudaba a concentrarse, y el aire fresco en su rostro era un alivio para la jaqueca que no la dejaba.

Mientras tanto, en una esquina cercana, Andrew y Theodor intentaban descifrar el caótico flujo de autos. Acostumbrados a carruajes y caminos de tierra, el asfalto y los semáforos eran un enigma. Sin entender la señalización, Andrew, con su orgullo herido y su paciencia al límite, decidió cruzar la calle sin esperar. Theodor lo siguió, con el medallón oculto en el bolsillo, sintiendo una extraña vibración que se hacía más fuerte a cada segundo.

— ¡Vamos, Theodor! Esta gente no sabe cómo caminar —vociferó Andrew, haciendo caso omiso de los autos que se acercaban.

Valentina, con la mente en sus recuerdos, no se dio cuenta de los dos hombres que cruzaban de forma imprudente. Fue demasiado tarde. Un chirrido de frenos y un golpe metálico la arrojaron del scooter.

— ¡Pero qué rayos...! —gritó Valentina, dolorida y confundida.

Andrew sobre el asfalto su expresión era de pura furia.

— ¡Mira lo que has hecho, mujer! ¿Acaso no ves por dónde vas? _Molesto habla Alexander.

— ¿Estás bien, mi lady? —le preguntó Theodor con amabilidad.

Andrew, sin embargo, seguía reclamando.

— ¡Miren mi ropa! ¡Está sucia! - Obviamente más de lo que ya estaba.

— ¡Bah, plebeyos! Nunca ven por dónde caminan —dijo el príncipe, levantándose con un gesto de fastidio.

La joven respondió de inmediato.

— ¿¡Disculpa!? —dijo en un tono cargado de sarcasmo. Él, sin siquiera mirarla, se sacudía el polvo invisible de su ropa, ajeno a los cláxones de los autos que pasaban y personas que les gusta un poco el chisme que comenzaron a rodearlos.

— Las acepto. No estoy para discutir en este momento —respondió Andrew con arrogancia.

— ¿Quién debería disculparse eres tú? Cruzas sin mirar, ¿estás loco o ebrio? —lo retó Valentina, mirándolo de arriba abajo y escudriñando sus vestimentas extrañas.

Theodor, con una reverencia, se acercó para ayudarla a levantar el scooter.

Valentina, desconfiada, aceptó su ayuda y se aferró a su mochila.

— ¿No sabes con quién hablas, plebeya? —Andrew se sintió ofendido y apartó a Theodor. Las personas alrededor reían y grababan con sus móviles. El vestuario y la forma de hablar, era como si un teatro callejero estuviera actuando.

En ese momento, sus miradas se encontraron. Los ojos ambarinos de ella y los azules de él se cruzaron en una danza casi imperceptible. Era como si sus almas reconocieran un viejo lazo, una melodía que ambos habían olvidado. En ese instante, una ráfaga de imágenes y sensaciones pasó por su mente: un acantilado, un príncipe, una despedida. El reflejo fue tan fugaz que casi lo consideró una alucinación, pero la conexión era innegable. El corazón le latió con fuerza, y por un momento olvidó el dolor de la caída.

Era alto, de cabello castaño claro casi rubio y ojos de un tono azulado, como el cielo en primavera inconfundible. Vestía vieja y antigua, pero su porte era tan elegante y varonil que parecía salido de otro tiempo, aun con su comportamiento arrogante. Por un instante, la imagen del joven príncipe de su sueño se superpuso a la de este hombre. A Valentina Se le detuvo el aliento.

El hombre mantuvo su mirada fija. Sus ojos se abrieron con asombro, como si acabara de ver un fantasma. Había una mezcla de shock, confusión y una profunda tristeza en su rostro. Ella lo reconoció. No era el joven Alexander, pero la conexión era innegable. Era su mirada con un ligero cambio, el mismo brillo en sus ojos, pero diez años más viejo, más cansado.

Pero la confusión y la rabia del momento impidieron que entendieran lo que estaban sintiendo. La conexión se rompió tan rápido como había llegado.