Soy Anabella Estrada, única y amada hija de Ezequiel y Lorena Estrada. Estoy enamorada de Agustín Linares, un hombre que viene de una familia tan adinerada como la mía y que pronto será mi esposo.
Mi vida es un cuento de hadas donde los problemas no existen y todo era un idilio... Hasta que Máximo Santana entró en escena volviendo mi vida un infierno y revelando los más oscuros secretos de mi familia.
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Capitulo XV Mentiras y verdades
Punto de vista de Anabella
Llegamos a la Clínica del Norte. Era un edificio imponente que respiraba prestigio; aquí trabajaban las mentes médicas más brillantes del país, y sabía que cada minuto en este lugar costaba una fortuna.
A pesar de que el reencuentro con mis padres debería haber sido mi mayor alivio, cada paso hacia la habitación se sentía como caminar sobre carbón ardiente. Sabía que mi vida sería una tortura de ahora en adelante, pero mientras miraba el lujo de los pasillos, me recordaba a mí misma que mi padre viviría y que mi madre no tendría que conocer la miseria.
—Te esperaré en la sala contigua. No intentes nada —advirtió Máximo, deteniéndome un momento frente a la puerta—. Si cometes una estupidez, despídete de ellos.
Él se quedó atrás, una sombra elegante y peligrosa, mientras yo cruzaba el umbral hacia la habitación. La imagen me golpeó con la fuerza de un mazo: mi padre, el hombre que siempre fue mi roca, estaba reducido a una figura frágil conectada a un laberinto de cables y máquinas. Mi madre estaba a su lado, despojada de la altivez que solía caracterizarla; se veía pequeña, cansada y rota.
—Hola, mamá —susurré. El dolor de mi matrimonio forzado pareció adormecerse por un segundo ante el sonido de mi propia voz.
—¡Ana! ¡Hija! ¿Estás bien? ¿Ese hombre no te hizo nada? —Se puso en pie de un salto, buscándome heridas invisibles con la mirada. Su voz vibraba entre la alegría y el terror.
—Estoy bien, mamá. Máximo me ha tratado como a una dama —respondí, forzando una calma que no sentía. Me dolía la garganta de tanto fingir.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Ese demonio mandó a golpear a tu padre de manera brutal!
—Las cosas no fueron exactamente así... —empecé a tejer la red de mentiras que me mantendría cautiva—. Esos hombres actuaron a espaldas de su jefe. En cuanto Máximo se dio cuenta, intervino y ordenó el traslado a esta clínica. Necesitaba que me creyera. Si algún día se enteraba de mi unión con él, necesitaba que la semilla de la duda ya estuviera plantada.
—No, Ana. No te dejes engañar. Ese hombre solo busca nuestra destrucción —insistió ella con desconfianza—. Si es como dices, ¿por qué no viniste ayer con tu padre?
Tenía razón. El plan de Máximo había sido el de un cobarde sediento de poder, pero yo ya no podía permitirme la verdad.
—Tuve un descuido, mamá. Salí descalza y sin abrigo al frío de la noche y perdí el conocimiento. Máximo me encontró y me brindó los primeros auxilios en su mansión mientras el auto de papá ya iba camino al hospital. No podía viajar en ese estado.
Mi madre me miraba con una sospecha punzante, mientras yo me concentraba en la figura inmóvil de mi padre. Verlo tan débil me dio la confirmación que necesitaba: mi sacrificio valía la pena.
—¿De dónde sacaste el dinero para pagar todo esto? —preguntó de repente—. He intentado usar las tarjetas y están bloqueadas. El depósito de esta clínica es una fortuna.
El corazón me dio un vuelco. Mi cerebro trabajó a toda marcha para encontrar una salida creíble.
—Máximo me hizo un préstamo personal —dije, evitando su mirada—. Se lo pagaré trabajando para él. A partir de hoy, seré su asistente personal, mamá. Estaremos viajando mucho, así que... quizá no nos veamos tanto como antes.
Mi madre se quedó en silencio, procesando mis palabras. Sabía que mi explicación era débil, pero era lo único que tenía para protegerla de la verdad: que su hija acababa de venderse al hombre que juró destruirnos.
—¡Eso no lo acepto! Tú no trabajarás para ese demonio —exclamó mi madre, y el miedo se apoderó de su rostro, borrando cualquier rastro de alivio.
—Tranquila, mamá. En cuanto papá se recupere y pueda desbloquear nuestras cuentas, él liquidará ese préstamo y volveré a casa con ustedes —mentí, sintiendo cómo cada palabra me quemaba la garganta—. Por ahora, debo honrar mi palabra y trabajar para Máximo Santana. Soy una Estrada, y nosotros cumplimos nuestras deudas.
La vibración de mi celular en el bolso interrumpió la protesta de mi madre. Al ver que era un mensaje de un número desconocido, un presentimiento amargo me recorrió la espalda. Lo abrí de inmediato, sabiendo que mi verdugo no tenía paciencia.
"Tengo cosas que hacer. Despídete de tus padres y salgamos de este lugar. Te espero en el auto en diez minutos; si no bajas, entraré a buscarte yo mismo."
—Como diga, señor —susurré para mis adentros, sintiendo el peso de la cadena invisible que ahora me unía a él.
Forcé una sonrisa, una máscara perfecta que ocultaba el abismo que se abría en mi interior. No podía permitir que Máximo entrara en esa habitación y echara por tierra la frágil paz que acababa de fabricar para mi madre.
—Me tengo que ir, mamá. Es hora de empezar mi "trabajo". Nos vemos en cuanto vuelva de mi viaje. Por favor, dile a papá cuando despierte que no se preocupe por nada, que Máximo me está tratando muy bien y que pronto... pronto todo esto será solo una pesadilla.
Le di un último beso en la frente y salí de la habitación sin mirar atrás, con el corazón destrozado y los puños apretados. Sabía que la realidad que me esperaba fuera era un infierno muy distinto a la fantasía que les había vendido.
Mi destino estaba escrito con sangre y contratos legales, pero si iba a padecer bajo el yugo de Máximo Santana, no lo haría sola. Él también viviría en carne propia cada dolor que me infligiera; me encargaría de que su victoria fuera el principio de su propia ruina.
Bajé en el ascensor de la clínica con la cabeza en alto. La batalla por mi libertad la había perdido, pero la guerra por su cordura acababa de empezar.