Esther renace en un mundo mágico, donde antes era una villana condenada, pero cambiará su destino... a su manera...
El mundo mágico también incluye las novelas
1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa
** Todas novelas independientes **
NovelToon tiene autorización de LunaDeMandala para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Provocaciones
A la mañana siguiente, Arturo revisaba mapas y notas en su despacho, sumergido en cálculos y estrategias. El sol entraba a raudales por la ventana, iluminando el escritorio repleto de papeles. Tan concentrado estaba que no notó de inmediato la entrada de Esther.
Ella se detuvo un instante en el umbral, observándolo con una sonrisa cómplice. La postura recta, los músculos de sus brazos tensos bajo la camisa ajustada, el gesto severo en su rostro… era la imagen de un príncipe guerrero. Y justo eso era lo que más le gustaba: que detrás de esa armadura de disciplina había un hombre al que podía desestabilizar con solo un gesto.
—Buenos días, mi señor —saludó con voz melodiosa, inclinándose exageradamente como si estuviera en medio de una corte.
Arturo levantó la mirada, arqueando una ceja.
—No es necesario tanto teatro, Esther.
Ella avanzó lentamente, con pasos felinos, hasta situarse a su lado.
—Oh, pero tú mereces reverencias… —replicó con picardía, apoyando una mano sobre la mesa, inclinándose para mirar el mapa, aunque en realidad sus ojos se desviaban a su perfil—. Nadie luce tan apuesto midiendo rutas y calculando emboscadas.
Él carraspeó, intentando volver al papel.
—Estás interrumpiendo mi trabajo.
—¿Interrumpiendo? —repitió ella, ladeando la cabeza con fingida inocencia—. Yo diría inspirando.
Antes de que pudiera protestar, Esther deslizó suavemente sus dedos por el antebrazo de Arturo, deteniéndose en la muñeca, como si estudiara el pulso que latía fuerte bajo su piel.
—Vaya… late muy rápido —susurró con sonrisa traviesa—. ¿Será por los mapas… o por mí?
Arturo apartó la mano bruscamente, aunque sin brusquedad dañina, solo con un torpe gesto defensivo. Su rostro, sin embargo, se tiñó de un rubor evidente.
—Esther… —advirtió, con la voz más grave de lo normal—. No deberías…
—¿No debería qué? —lo interrumpió, acercándose un poco más, de modo que su hombro rozó el suyo—. ¿Decirte que eres un hombre que me atrae? ¿Tocarte porque me gusta sentir tu fuerza?
Arturo retrocedió apenas un paso, necesitando aire, aunque cada movimiento suyo parecía confirmar lo que ella sospechaba: que la tenía contra las cuerdas.
Esther lo miró con triunfo disimulado y, con una risa suave, se apartó como si nada hubiera pasado.
—No te preocupes, Arturo. Algún día dejarás de huir.
Él la siguió con la mirada, incapaz de responder. Su silencio era más elocuente que cualquier palabra.
El despacho estaba silencioso, apenas roto por el roce de la pluma sobre el pergamino. Arturo intentaba concentrarse, pero todavía sentía el calor del roce de la mano de Esther sobre su brazo minutos antes. Su corazón seguía acelerado.
Ella, en cambio, permanecía cerca, observándolo con esa sonrisa traviesa que lo desarmaba. Dio un paso más, tan cerca que el perfume suave de su cabello lo envolvió.
—¿Sabes, Arturo? —susurró con picardía—. Si sigues mirándome con esa seriedad, voy a empezar a pensar que en realidad… te gusto demasiado.
Fue la gota que colmó el vaso. Arturo giró hacia ella con un movimiento brusco, más fuerte de lo que pretendía, y atrapó su muñeca para apartarla de su espacio personal. Sus ojos brillaban con una mezcla de confusión e intensidad.
—¡Basta, Esther! —su voz fue grave, casi dura—. No puedes seguir jugando así conmigo.
El gesto, aunque no fue violento, la sorprendió. Por primera vez, la sonrisa juguetona desapareció de su rostro. Bajó la mirada, sintiendo un nudo inesperado en la garganta.
—Yo… lo siento —dijo en un susurro—. No quería molestarte. Pensé que… que podía acercarme, que no te incomodaba tanto.
Arturo abrió la boca para replicar, pero se detuvo al ver cómo ella apretaba los labios, como conteniendo algo más profundo.
—Está bien —continuó Esther, retirando con suavidad su mano de la suya—. Ya no lo haré más. No volveré a provocarte ni a decirte esas cosas si de verdad te incomoda.
El príncipe quedó descolocado. Nunca la había visto así: sin la máscara de picardía, sin la seguridad que siempre desplegaba. Vulnerable, frágil… casi temerosa de haberlo alejado.
—Esther… —murmuró, sorprendido, con un peso en el pecho que no supo cómo manejar.
Ella, evitando sus ojos, añadió en un hilo de voz:
—Perdóname.
El silencio que siguió fue espeso, cargado de emociones no dichas. Arturo sintió que algo dentro de él se removía: un deseo de protegerla, de consolarla… y, al mismo tiempo, la culpa por haber sido tan brusco.
Durante los días siguientes, Esther cumplió su palabra.
No más comentarios juguetones, no más sonrisas provocadoras, no más roces furtivos en el brazo o el hombro. Se mantenía correcta, amable y respetuosa… pero distante.
En los pasillos, se inclinaba con un gesto cordial, como cualquier dama con un príncipe. En las reuniones, se sentaba a su lado, tomando notas con dedicación, pero sin buscar su mirada. En las comidas, respondía lo justo y necesario, sin esa chispa que lo había acostumbrado a su presencia constante.
Al principio, Arturo sintió alivio. La calma le permitió concentrarse en los informes y en los movimientos de Fabio. Pero esa calma pronto se volvió un silencio incómodo, un vacío que lo descolocaba más que las provocaciones de antes.
La primera noche, notó su ausencia en los jardines, donde ella solía aparecer de improviso con algún comentario burlón.
La segunda, se encontró repasando las cuentas con un humor extraño, sorprendiéndose a sí mismo esperando que Esther interrumpiera con una de sus ocurrencias.
La tercera, comprendió lo que pasaba: la extrañaba.
Se sorprendió recordando su risa, la calidez de sus dedos cuando lo tocaban, el brillo en sus ojos cuando lograba hacerlo ruborizar. Y junto a esos recuerdos vino la punzada de culpa.
La había apartado con brusquedad, y ella, en lugar de enfadarse o insistir, había retrocedido, mostrándole una vulnerabilidad que aún lo perseguía en la memoria.
Esa imagen la volvía más humana ante sus ojos… más cercana. Y también más peligrosa, porque entendió lo mucho que podía herirla.
Una noche, Arturo se encontró solo en su despacho, mirando fijamente la silla vacía que ella solía ocupar. Apretó el puño sobre la mesa.
—Esther… —murmuró en voz baja, como si el nombre se escapara sin permiso—. ¿Qué me estás haciendo?
El eco de su propia voz fue su única respuesta. Por primera vez en mucho tiempo, sintió un deseo extraño: no que ella lo dejara en paz, sino que regresara.