Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 14
A LA MAÑANA SIGUIENTE…
El sol apenas despuntaba sobre los campos de entrenamiento del castillo, tiñendo de dorado la hierba húmeda por el rocío. El mago supremo, como era habitual, ya se encontraba en el campo de batalla, esperando con los brazos cruzados y la mirada aguda. Neftalí fue la primera en llegar, con el cabello recogido y el rostro decidido. Caminaba con paso firme, aunque su corazón latía con fuerza ante la idea de lo que estaba por venir.
—Buenos días, alteza —saludó Regulus con una leve reverencia, casi burlona—. Muy bien, hoy comenzaremos a practicar su magia. Por lo que he visto, su destreza física es admirable…
—Tengo algunos conocimientos de lucha —interrumpió ella con naturalidad—, pero sé que aún necesito práctica.
Regulus sonrió, complacido por su actitud.
—Sabía que diría eso, por eso el emperador Mauricio se ofreció a entrenar con usted esta mañana.
Justo en ese momento, el emperador apareció a lo lejos, vestido con ropas ligeras de combate, sin corona ni capa, solo con la determinación reflejada en su andar. Al llegar, saludó con una leve inclinación de cabeza.
—Buenos días, alteza —dijo con cortesía—. Empezaremos con movimientos simples y básicos, quiero ver en qué nivel se encuentra realmente.
Neftalí, o mejor dicho, Alexandra, le sonrió con una chispa traviesa en los ojos.
—Me parece justo… aunque me gustaría enseñarle también algunas combinaciones.
Mauricio alzó una ceja, intrigado, y adoptó posición. El entrenamiento comenzó de manera rutinaria, pero pronto Alexandra se lanzó al ataque sin previo aviso. Utilizó su agilidad con precisión, girando en el aire y lanzando una serie de patadas calculadas. Su estilo era completamente distinto a todo lo que Mauricio había visto. No peleaba como una princesa… sino como una guerrera entrenada en disciplinas que él desconocía. Brazos firmes, defensa limpia, piernas veloces.
El emperador, sorprendido, apenas lograba bloquear algunos de los ataques, forzado a retroceder más de una vez. Alexandra no estaba jugando.
Desde la entrada del palacio, las princesas Isabel y Úrsula, junto con el joven príncipe Alcides, observaban en silencio. Al principio, con curiosidad. Luego, con asombro. Jamás habían visto al emperador combatir así, y mucho menos con tal intensidad.
—¿Está peleando en serio? —preguntó Alcides en voz baja.
—Sí —respondió Isabel, sin apartar la mirada—. No lo hacía desde la guerra pasada…
Mauricio finalmente detuvo un ataque directo con el antebrazo y retrocedió un par de pasos, jadeando ligeramente.
—¿Dónde aprendió a pelear así? —preguntó con un dejo de admiración en la voz.
Alexandra giró sobre sí misma, retomando posición. No parecía agotada. Al contrario, su rostro irradiaba determinación.
—En el único lugar donde una mujer aprende a sobrevivir cuando no tiene otra opción —contestó enigmática—. El mundo real.
Mauricio soltó una carcajada breve y sincera, frotándose el brazo adolorido.
—Entonces será mejor que me prepare… porque esto apenas comienza, ¿verdad?
—Exacto —dijo ella, y volvió a atacar.
Desde la distancia, Regulus sonreía. No porque ella fuese buena… sino porque, en efecto, aquella muchacha sería capaz de cambiarlo todo.
La lucha continuó por varios minutos más. El sonido de los golpes, los pasos firmes sobre la tierra y las exclamaciones contenidas de quienes observaban llenaban el aire. Alexandra mantenía el ritmo, combinando movimientos de defensa y ataque con la precisión de alguien que había peleado por necesidad, no por deporte. Mauricio, aunque resistía, comenzaba a verse superado. No por falta de habilidad, sino por sorpresa.
Fue entonces cuando una figura descendió los escalones del palacio con paso firme. Lyanna, la princesa de en medio, vestida con una túnica de entrenamiento ajustada a su cuerpo esbelto, se detuvo a pocos metros del campo de batalla. Observó durante unos instantes, sin decir palabra. Su expresión era indescifrable.
Cuando Neftalí se apartó brevemente para recuperar el aliento, Lyanna avanzó unos pasos.
—Padre… —dijo con voz firme—. ¿Me permitiría a mí enfrentarla ahora?
El silencio cayó sobre el campo. Mauricio alzó la mirada, sorprendido.
—¿Estás segura? —preguntó con cautela—. No es una simple pelea amistosa, Neftalí sabe luchar… y no se contiene.
—Por eso mismo quiero intentarlo —replicó Lyanna, mirando a la muchacha con ojos curiosos—. Quiero saber cómo pelea una princesa de otro imperio…
Alexandra respiró hondo y asintió con respeto.
—Será un honor, princesa.
Mauricio se hizo a un lado, aún frotándose el brazo. Regulus, desde lejos, no intervino. Observaba en silencio, evaluando. Isabel y Úrsula se acercaron, tensas, mientras Alcides contenía una exclamación.
Ambas jóvenes tomaron posición. Lyanna era ágil, elegante. Su estilo era más técnico, aprendido en los mejores salones de armas del reino. Alexandra, en cambio, se movía como un lobo libre, adaptándose al terreno, al movimiento de su oponente, sin coreografías.
Los primeros choques fueron sutiles, casi como un baile. Pero en cuanto Alexandra decidió atacar en serio, Lyanna tuvo que utilizar toda su concentración para no perder el equilibrio. Patadas bajas, fintas rápidas, giros impredecibles… Alexandra no tenía un patrón, y eso la hacía peligrosa.
Lyanna retrocedió, jadeando.
—Tu estilo no es noble… —dijo con la frente perlada de sudor—. Es salvaje.
—Así es como sobreviven los que no nacen en palacio —respondió Alexandra, sin arrogancia.
Lyanna asintió, y por primera vez, sonrió.
—Entonces enséñame.
Alexandra se detuvo por completo. Parpadeó, confundida.
—¿Qué?
—No quiero solo pelear contigo. Quiero aprender. Enséñame...
Los presentes se miraron unos a otros. Incluso Mauricio enmudeció.
Regulus, desde la distancia, dejó escapar una breve carcajada.
—Tal vez esta princesa no solo vino a cambiar el destino del imperio… sino también el corazón de sus herederos.
Y así, bajo el sol de la mañana, comenzó un nuevo tipo de entrenamiento. No entre rivales… sino entre aliadas.