Todo Por Amor A Tí

—Son dos, Max.

Mía seguía en shock por la impresión. No esperaba que el doctor le diera esa noticia; estaba blanca como un papel. Si antes se sentía mal, ahora estaba peor.

—Tranquila, Mía. Yo voy a estar para ti y para mis sobrinos. No tienes de qué preocuparte —dijo Max, tratando de ocultar su gran sonrisa; estaba más que feliz.

No hablaron más hasta llegar a la empresa. Cuando llegaron al piso donde estaba la oficina de Max, Mía trató de actuar calmada, pero, ni bien entró en la oficina de Max, corrió al baño.

—¿Qué pasó? ¿Por qué viene así? —preguntó David.

—Son dos. Mira, le saqué una foto —respondió Max, feliz. Se había tomado el tiempo de sacar una foto al monitor donde se proyectaba la ecografía de los bebés.

—Ya entiendo por qué entró así. Voy a prepararle otro té para los nervios —dijo David.

—Te voy a mandar una copia de la foto a tu celular. Hazme el favor de imprimirla y ponerla en un cuadro. La quiero tener en mi escritorio —pidió Max.

David asintió y salió de la oficina.

Mía, después de un rato, se calmó y salió del baño. Pero salió maldiciendo a Alexis.

—Maldito bastardo, me tenía que embarazar de dos niños al mismo tiempo. Max, yo no sé si voy a poder con todo esto. Prométeme que no me vas a dejar sola, que te levantarás conmigo a la madrugada y nos pelearemos por ver a quién le toca cambiar los pañales —decía Mía mientras lloraba.

—Por supuesto, nena, pero ya no te pongas así. Yo estoy feliz, porque nuestra familia de dos ahora va a ser de cuatro.

—Eso dices porque tú no los vas a tener.

David llegó con otro té para Mía y la felicitó por los bebés. Después de eso, siguieron trabajando hasta que se hizo la hora de irse.

—Max, ya me siento mejor. ¿Vamos a festejar a un restaurante con pizza?

—Por supuesto, espera que le aviso a David que ya puede retirarse también.

—No, David viene con nosotros. Él también tiene que estar en mi pequeño festejo.

Max miró a Mía con cara de sospecha; sabía que Mía traía algo entre manos, pero con lo feliz que estaba, no le tomó mucha importancia.

Mía hizo pasar a David a la oficina y preguntó.

—¿David, tienes algo que hacer? Es que se me ocurrió la idea de ir a festejar la noticia a un restaurante y comer pizza. También quiero compartir mi festejo contigo.

—Oh, gracias, señorita...

—Nada de "señorita", ya terminaron las horas laborales, me puedes decir solo Mía. Y vamos, David, di que sí, mira que tenemos mucha hambre.

—Está bien, Mía. Deja que recoja mis cosas y vamos.

—Ok, David, te esperamos.

Así salieron los tres de la empresa rumbo a un restaurante de pizzas. Max pidió una botella de vino para él y para David, y mientras Mía comía, ellos dos tomaron hasta quedar totalmente ebrios.

—Max, dame las llaves, yo manejo.

—Ok.

—¿David, dónde vives?

—No, me tomo un taxi, no quiero molestar.

—De ninguna manera. Puedo dejar que te vayas solo a esta hora.

—No hace...

—Ya sé, te quedas en casa. Ya es muy tarde, vamos.

—Oh, no...

—Sí, Mía tiene razón. Vamos a mi casa, digo, a la casa donde vivo con Mía y muchas personas más. Digo, no vamos a estar solos.

—Ya lo arruinaste, Max, no aclares más que oscurece.

—Jajaja, está bien.

Mía condujo hasta la mansión donde vivían ellos, y una vez llegaron, los dos que iban atrás de ellos se ayudaban para caminar.

—Shhh... vamos a despertar a Juanita.

Subieron a los tumbos y Mía los dejó solos. Ella no iba a ser mal tercio; además, ya era hora de que esos dos se relajaran un poco. Desde que llegó aquí, no había visto a su amigo distraerse o divertirse, y por lo que pudo notar, David tampoco.

Mía se dirigió a la cocina y allí se encontró a Juanita, sentada tomando un café.

—Por fin llegaron, niña. Estaba preocupada porque ustedes nunca llegan tarde.

—No te preocupes, Juanita. Solo salimos a festejar.

—Me imagino que ustedes no bebieron, ¿no es así?

—No, Juanita. Solo me dediqué a comer mientras Max celebró por los dos.

—El joven Max... jamás lo vi ebrio. Pero si no es mucha intromisión, ¿qué celebraron?

—Bueno, digamos que ahora voy a comer por tres.

—¿Comer por tres? Espera, no me digas que estás esperando gemelos.

—Sabes qué, no sé. Lo que pasa es que cuando me dijo el doctor que eran dos, ya no escuché más nada, pero mañana le preguntamos a Max.

—Está bien, Mía. Felicidades. ¿Y a qué venías a la cocina a esta hora?

—Mmm... ¿me has hecho la chocotorta?

Juanita sonrió y le sirvió una porción grande de chocotorta. Ella era feliz de prepararle los postres que Mía pedía. Además, desde que Mía llegó a la mansión, las cosas cambiaron para bien. Ahora había luz, y no solo eso, sino que su jefe se reía más seguido, algo que nadie había visto en él desde que llegó.

Por otro lado, Max y David subieron las escaleras como pudieron, y Max lo llevó a una de las habitaciones de invitados y dijo.

—Cualquier cosa que necesites, me avisas. Mi habitación es aquella.

—Oh, está bien. Buenas noches, señor...

—David, dime Max, ¿sí? Cuando no estemos en la oficina, puedes decirme por mi nombre.

—Ok, Max.

—Buenas noches, David.

Cuando Max se estaba por marchar, David le tomó del brazo y dijo:

—Yo no tengo sueño aún. Si quieres, puedes pasar.

Max lo miró a los ojos por unos segundos y entró a la habitación sin decir nada más...