Vidas Paralelas

Austin

Estaba completamente aturdido. Al recibir la invitación de Sasha, había supuesto que sería una velada íntima, pero lo que se extendía delante de mis ojos era algo para lo que no estaba preparado. La luz tenue, el susurro de risas ocultas y la música suave creaban una atmósfera erótica. Sin embargo, no podía ignorar la incomodidad que palpitaba en mi pecho. Este no era el mundo al que estaba acostumbrado; este era el mundo donde las sombras y los deseos ocultos cobraban vida.

Me adentré en un lugar donde el glamour y la lujuria se entrelazaban. La gala de placeres carnales era un espectáculo de excesos y secretos, y yo, con mi traje sencillo, me sentía fuera de lugar. A mi alrededor, titanes de Wall Street y estrellas de Hollywood reían y conversaban, mientras modelos desfilaban en delicado encaje, sus cuerpos adornados con máscaras que ocultaban identidades. Carteles que decían "cómeme" y "tócame" invitaban a la interacción, provocando un aire de desenfreno. Reconocía a algunos de ellos de los periódicos y redes sociales, pero aquí, en este lugar clandestino, nadie sabía que yo estaba presente. ¿Qué locura era esta?

—Austin, ¡aquí estás! —La voz de Sasha rompió mi ensueño. La vi acercarse, deslumbrante, envuelta en un traje de satén dorado que abrazaba su figura con una abertura provocadora. Me sorprendió ver cómo la multitud en la sala se abría a su paso, como si fuera un imán para las miradas.

—¿Tú… estás aquí? —Fue todo lo que logré articular al acercarme. Ella me entregó una copa de champán, sus labios encontraron los míos en un beso casto, pero lleno de promesas.

—No dudé ni un segundo de que vendrías —dijo, mientras sus ojos brillaban con malicia. Las manos de Sasha buscaron mi piel, y yo respondí a su llamado, recorriendo sus curvas. Era como si cada roce encendiera una chispa en mi interior, un fuego que nunca había sentido en casa.

Pero, de repente, ella se separó y me miró, divertida. Me guio hacia unas imponentes escaleras. Subí con el corazón acelerado, expectante a lo que podría pasar, avanzamos  por un pasillo repleto de puertas, con personas que se entregaban al placer sin importar su género. La atmósfera era electrizante, una combinación de risas y susurros, de cuerpos que se entrelazan en una celebración del deseo.

Entramos en una habitación que, a primera vista, parecía una oficina. Sin embargo, la opulencia continuaba con un toque inquietante. Monitores exhibían diversas áreas de la mansión, mostrando escenas de pasión desenfrenada. Cada imagen era un vistazo a un mundo de indulgencia que nunca había imaginado. Sentí una mezcla de confusión, fascinación y nerviosismo; el deseo de explorar lo desconocido me empujaba a avanzar.

—¿Y qué te parece el lugar? —Sasha rompió mi cadena de pensamientos como si tuviera acceso a ellos. Su rostro era expectante.

—Es… interesante —respondí, intentando ocultar mi confusión. Me acerqué a una de las pantallas que tenía vista al salón principal. La escena era surrealista: cuerpos desnudos se entrelazaban, un torbellino de placer y libertades sin restricciones. Las luces iluminaban sus pieles expuestas en una danza salvaje y despreocupada.

—¿Qué demonios es este lugar, Sasha? —La frustración hizo que mi tono fuera más mordaz de lo que pretendía.

Ella sonrió, una sonrisa que me podía derretir, y en sus ojos había un chisporroteo de diversión. —Digamos que es un lugar especial, un refugio para la libertad.

—Una casa burlesque —dije sin más, intentando encapsular el caos que me bombardeaba en la mente.

—Algo más que eso —y su mirada se volvió traviesa.

—¿Y tú qué papel juegas en todo esto? ¿Es esto la idea de diversión que me planteabas? ¿Orgías colectivas? —Las palabras salieron más cortantes de lo que había previsto.

Sasha soltó una carcajada, estridente; sentí que toda la atención del lugar se centraba en nosotros. —Si eso te apetece, ¿por qué no podríamos satisfacerte? —Me miró mientras su mano acariciaba mi brazo.

—¿Nos? —La intriga y la incredulidad luchaban en mi interior.

—Digamos que soy algo, así como la anfitriona del lugar, respondió con aire de misterio.

—¿Eres la dueña? La pregunta salió de mis labios, pero la respuesta se perdió entre la atracción que emanaba de su piel.

—Paciencia, mi buen doctor, no tan rápido, dijo con un tono juguetón. —¿Quieres un recorrido?

No pude negarme. Mientras me conducía por salones adornados con nombres exóticos, mi corazón latía a mil por hora. El primero era un salón en tonos rojos y dorados que parecía un palacio de ensueño. Allí había casi diez personas, todas desnudas, entregadas a prácticas sexuales que no había imaginado. Sentí un giro en el estómago, una mezcla entre excitación y asombro.

—Esto es… impresionante, murmuré, incapaz de interpretar todas las emociones que pasaban por mi mente.

Un pequeño grupo en el centro estaba atado, sus cuerpos entrelazados en una danza que no conocía. Observadores se acomodaban alrededor, unos se daban su propio placer mientras miraban, otros simplemente disfrutaban del espectáculo.

—¿Te gusta? —Susurró Sasha cerca de mi oído, despertando mi atención. La miré a ella, atónito. Nunca había sentido tanta tensión entre lo correcto y lo prohibido.

Mientras mis ojos se aferraban a la escena, sentí su mirada. Sasha no me había perdido de vista; sus ojos eran un faro en medio de la tormenta. Sin pensar, la besé con pasión; mi cuerpo se movía por instinto. Pero, en el último momento, me detuve, abrumado, y me alejé un paso.

—Necesito… un momento. —Mis palabras salieron entrecortadas, mientras los ecos de mi vida normal regresaban a mí, imágenes de mi esposa y mi hija llenaron mi mente, y el impulso de dejarlo todo me abrumó.

Salí del salón, mis piernas llevándome sin rumbo, mientras mi corazón latía cada vez más rápido. Este lugar no era solo una fiesta; era una revelación, un retablo de mis deseos reprimidos. Recordé mi vida, mis aspiraciones de ser jefe de cirugía, y cómo todo eso contrastaba con mi deseo de estar aquí, en medio de lo prohibido.

Finalmente, llegué al salón principal, donde todo parecía aún más frenético, imponente. La inconsciencia del descontrol me resultaba escalofriante.

Salí, pedí mi auto al valet, sintiendo cómo la tensión en mi pecho iba en aumento. Mientras esperaba, giré mi cabeza en busca de algo que me ayudara a poner mi mente en orden. Quería explicaciones, respuestas, pero no quería matices ni enredos más complicados. Con el auto en mi vista, me di la vuelta y caminé sin mirar atrás.

El viaje a casa estaba en mi mente, pero un rumbo desconocido era lo único que me esperaba. La confusión y el deseo se entrelazaban en un feroz abrazo. Quizás, solo quizás, ese fuera mi momento de verdad, y yo huía de él. No era ningún santo, había escuchado de estas cosas miles de veces, quizás alguna vez participe en una que otra práctica, pero nada me preparó para esta noche y sabía que nada volvería a ser igual.