Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 13
Serena se encontraba a media noche aún despierta en su habitación. Solo una vela iluminaba tenuemente el espacio, frente a ella, el espejo devolvía su reflejo: pálido, delicado, con esos ojos que parecían brillar con la misma tonalidad de la luz de la vela.
Se inclinó un poco hacia adelante, apoyando ambas manos sobre la mesa, y su propia imagen le devolvió la mirada con una mezcla de fragilidad y firmeza. El recuerdo de aquel día, de los ojos indiscretos que la habían seguido en el pueblo, volvió con fuerza. Podía sentir aún el peso de esas miradas sobre su piel.
—¿Qué es lo que tanto vieron en mí? —susurró apenas audible, como si no quisiera que ni el aire la escuchara.
Su mirada descendió hacia la ropa que vestía. Era evidente que no encajaba con los atuendos sencillos y prácticos del pueblo; aunque no fuera un vestido ostentoso, cada detalle del tejido, el corte y la caída del paño la delataban como alguien de otro estatus.
—Quizá fue eso— , pensó, con un ligero nudo en el estómago. Si iba a mezclarse entre ellos nuevamente, debía ser más discreta, aprender a pasar inadvertida.
Pero cuando sus ojos regresaron a su reflejo, no fue la ropa lo que más la perturbó. Fue su cabellera. Esa cascada plateada que caía en ondas suaves, brillante incluso bajo la débil luz de la vela. Era imposible no fijarse en ella. En el pueblo no había visto a nadie con un color semejante, ni siquiera cercano. Esa diferencia la convertía en un faro entre sombras, imposible de ignorar.
Se llevó una mecha entre los dedos, la miró fijamente y sus labios temblaron en un gesto de inseguridad.
—Esto… también debo ocultarlo… —murmuró.
A la mañana siguiente, Serena despertó con una determinación distinta. Apenas estuvo libre por la tarde, recogió con prisa los vestidos que guardaba en el arcón. La mayoría eran demasiado elaborados, bordados con hilos delicados, telas suaves y cortes que destacaban de inmediato. Precisamente lo opuesto a lo que necesitaba.
Con tijeras, aguja e hilo en mano, comenzó la tarea de descoser, cortar y recomponer. Durante horas trabajó en silencio, concentrada en transformar lo que había sido pensado para resaltar en algo que pasara inadvertido. Al final, de la seda brillante y las faldas amplias surgió un vestido sencillo, de tonos apagados, con un faldón estrecho y sin decoraciones. Nada en él llamaría la atención, al contrario, se confundía con la sobriedad que había visto en la ropa de las mujeres del pueblo.
El siguiente desafío era su cabello. Frente al espejo volvió a mirarlo, esa cabellera plateada que parecía brillar incluso bajo la luz tenue del anexo. Su reflejo le devolvió la misma pregunta que había rondado su mente la noche anterior, ¿cómo esconder algo tan evidente?
Recordó a las mujeres que había observado en los puestos del mercado, con la cabeza cubierta por pañoletas y pañuelos de tela rústica. Inspirándose en ellas, improvisó con un retazo de lino que había guardado. Lo cortó y cosió hasta darle la forma adecuada. Luego pasó varias horas practicando frente al espejo, una y otra vez, hasta que el paño quedaba bien ajustado y natural, sin resbalarse, sin dejar escapar mechones rebeldes.
Al tercer intento se frustró y casi lo arrojó al suelo, pero no podía rendirse tan fácilmente. Con el paso de los días perfeccionó los pliegues, el modo de anudarlo bajo la nuca, incluso la manera de acomodarlo con un ligero movimiento de manos que no llamara la atención. No descansó hasta que, al mirarse en el espejo viera a una niña más del pueblo.
Finalmente, cuando sintió que estaba lista, decidió regresar al pueblo.
Serena sabía que estaba tomando un gran riesgo al salir de nuevo; la Condesa podría llamarla en cualquier momento. Aun así, se encaminó hacia el pueblo, elevando silenciosas plegarias para que no la llamaran mientras estuviera fuera.
Al llegar, notó de inmediato que esta vez no recibía tantas miradas como la primera vez que estuvo allí. Se adentró entre los bulliciosos mercados, buscando en particular aquel lugar donde había visto a los niños realizar recados. Tras caminar unos instantes, finalmente lo encontró y se detuvo a observar cómo funcionaba la dinámica: los vendedores atendían a los clientes mientras estos cargaban muchas cosas, y cuando alguien no podía hacerlo solo, los niños se ofrecían para ayudar a trasladar las compras hasta los carruajes o los lugares indicados. Por este servicio, recibían monedas de bronce, en los mejores casos una de plata y, en raras ocasiones, alguna de oro.
Después de observar atentamente, Serena decidió acercarse a una persona que estaba comprando varios objetos y que claramente no podría cargarlos por sí sola. Con amabilidad y alegría, se ofreció a ayudar.
—Puedo llevar esto por usted. —Su voz era suave y esperanzada.
El hombre la miró con seriedad y dijo:
—Eres una niña… lo siento, pero solo los niños hacen este trabajo.
Serena quedó perpleja por un instante. No había considerado ese detalle; efectivamente, solo eran los niños quienes realizaban esas tareas. La decepción se reflejó en su rostro. Con un suspiro, se disculpó:
—Oh… lo siento.
Se dio la vuelta rápidamente, pero en su precipitación chocó contra algo sólido. Más bien, era alguien.
Al abrir los ojos, se encontró frente a un niño que la miraba sorprendido. Por un instante, se quedaron en silencio, observándose mutuamente.
—¡Torpe! —exclamó el niño finalmente—. Me estás lastimando.
Serena sintió cómo el calor subía a sus mejillas. Se levantó de un salto y se inclinó rápidamente:
—¡Lo siento mucho! De verdad, no fue mi intención.
Cuando estuvo de pie, extendió la mano hacia él. El niño de grandes ojos verdes la miró seriamente durante unos segundos, evaluando su gesto, y finalmente tomó su mano.
—Está bien… pero ten cuidado la próxima vez —dijo, con un leve asentimiento.
Serena volvió a inclinar la cabeza, avergonzada:
—De verdad, disculpame…
Serena comenzó a retirarse, aún con el rostro sonrojado por el pequeño choque, deseando alejarse de la multitud y del momento incómodo. Pero entonces, escuchó la voz del niño detrás de ella:
—¡Espera! —dijo con firmeza, deteniéndola—. Al parecer estabas buscando trabajo.
Serena se detuvo bruscamente y volteó hacia él.
—Sí… —respondió con cautela—, pero parece que aquí no hay ninguno para mí.
El niño la observó atentamente y luego señaló hacia una posada no muy lejos, con un gesto seguro.
—No estés tan segura. Allí —dijo—. Conozco a la dueña, necesita a alguien que la ayude. Tal vez tengas una oportunidad allí.
Los ojos de Serena se abrieron de par en par, brillando con emoción.
—¡Eso sería fantástico! —exclamó, casi sin poder contener su entusiasmo—. ¡Muchas gracias por decirme eso!
El niño la miró con una seriedad que parecía calcular algo antes de hablar.
—Tú nombre es…— Preguntó Serena mientras extendia su mano hacia él con una sonrisa brillante y llena de gratitud.
—Shakan— dijo el.
—Gracias, Shakan. Mi nombre es Serena.
Serena estrechó su mano con firmeza y luego la soltó. Serena, con un renovado impulso, se dio vuelta y comenzó a dirigirse apresuradamente hacia la posada, sin poder contener la emoción que la recorría.
Desde su lugar, Shakan la siguió con la mirada, observando cómo se alejaba entre los puestos y la gente del mercado. Entonces, una leve sonrisa se dibujó en su rostro mientras murmuraba para sí mismo.
—Serena… qué niña tan graciosa…
Quiero leer más.
Finalmente llegó el verdadero novio ❤️❤️❤️❤️
quiero ver la cara de esa princesita, ojalá no se vuelva una enemiga y sea como nuestra odiada Amelia