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Brujas

Brujas

Status: En proceso
Genre:Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:264
Nilai: 5
nombre de autor: Ninja Tigre Lobo

Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro

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Refugio de Descanso

El Zifini de Tora parpadeó con una alerta luminosa.

Registro activado: absorción crítica. Riesgo vital: 72%.

Tora dio un paso al frente, observando cómo la esencia roja se retorcía bajo la piel de Meli como si buscara una salida.

—El pueblo está limpio, pero ella pagará la factura. —Su tono no era de sorpresa, sino de certeza.

Meli, entre jadeos, alzó la mirada hacia las tres y forzó una sonrisa temblorosa.

—No… importa… al menos alguien… podrá vivir…

Y entonces su cuerpo cayó contra Syra, inconsciente, mientras una última exhalación de vapor rojizo escapaba de su boca como un presagio oscuro.

Tora se quedó en silencio, pensativa, mientras Marina, con el mismo aire grave, se llevó la mano al mentón.

—Su cuerpo… comenzará a evolucionar —dijo Marina la de cabellos azules, como si esa certeza le quemara en la lengua.

Syra, cargando a Meli, notó el peso de la tensión en el aire. El pueblo, en vez de agradecerles, retrocedía con miradas turbias, casi de miedo. Donde debía nacer gratitud, había un germen de desconfianza. Rebecca, en lo alto, recorrió a todos con la vista, intentando ocultar la angustia que se dibujaba en su rostro.

—Cuando recuperen sus fuerzas… vendrán por nosotras —murmuró, apenas audible.

Marina, sin embargo, seguía firme en su fe ciega. Tora avanzó para ayudar a Syra con el peso de Meli.

—No importa… —dijo con calma, aunque sus ojos brillaban con severidad—. Si hacen algo, yo me encargaré de ellos. Ahora lo urgente es llevarla a un sitio donde pueda evolucionar.

Un hombre de no más de cuarenta años se adelantó entre la multitud. Su voz tembló, pero no de miedo, sino de decisión.

—Yo… yo quiero darles hospedaje.

Tora asintió, al igual que el resto. Así llegaron a una posada sencilla, donde recostaron a Meli. Su fiebre era tan intensa que parecía un horno bajo la piel. Tora tomó unas toallas húmedas y las colocó sobre su frente y su cuello.

—Deduzco que este maná rojo tiene una nueva propiedad… —dijo en voz baja, con los ojos fijos en Meli—. ¿Cuándo crees que se cure?

Marina levantó la mano y convocó una leve llovizna sobre la muchacha, como un rocío purificador que calmaba el calor que la consumía.

—Aún no hemos absorbido por completo el maná rojo. Debemos conocer su origen… y cómo se expande.

En ese momento, Tora se estremeció. Bajo el suelo percibió algo: un cristal oculto que latía, liberando ondas de energía como si fuese el corazón enfermo del pueblo.

—No sé cuándo terminará su evolución… —dijo, con la voz apenas firme—. Todas las brujas parecen absorber su elemento, como si estuvieran condenadas a ello.

De pronto, la nariz de Tora comenzó a sangrar. Se tambaleó y, sin más fuerzas, se retiró a su habitación, dejando a las demás mirándola con asombro.

Marina se inquietó, pero pidió a Syra que continuara cuidando de Meli. Ella misma entró en la habitación de Tora y cerró la puerta tras de sí.

—Aún conservo mi espíritu —dijo Marina, observándola con seriedad—, y pude ver a través de tu registro espiritual todo el viaje hasta aquí. Felicidades… ahora tienes una nueva anfitriona que cuenta tus hallazgos.

Tora, jadeando sobre la cama, abrió una ventana de estado frente a sus ojos. Los símbolos espirituales se desplegaron en el aire, y vio el número ascender.

—Veinte… ya tengo veinte anfitriones —susurró con incredulidad.

Su mirada se clavó en Marina.

—¿Qué son exactamente los anfitriones?

Marina no respondió de inmediato. Caminó despacio hasta sentarse en el borde de la cama, como si temiera que la verdad misma pudiera quebrar el frágil equilibrio de Tora.

—Los anfitriones… —dijo al fin, con voz profunda— no son simples números en tu registro. Cada uno es un ser que lleva tu huella espiritual en su interior.

Tora arqueó una ceja, el cansancio no le impedía la intriga.

—¿Huella… espiritual?

—Sí. Son los testigos de tu viaje. Al abrirte paso por este mundo y tocar sus fuerzas, cada espíritu, cada ser que conecta contigo, te concede un fragmento de sí mismo. A cambio, una parte de tu esencia queda grabada en ellos. Así se convierten en anfitriones: portadores de tu memoria, guardianes de tus actos, espejos que nunca se borran.

Tora parpadeó, con el sabor metálico de la sangre aún en la boca.

—Entonces… ¿son como un ejército?

Marina negó con la cabeza.

—No. Son más peligrosos que un ejército. Porque mientras vivan, tu historia vivirá en ellos. Y cuando mueran… todo lo que presenciaron de ti volverá a ti. No como recuerdos, sino como fuerza.

Un escalofrío recorrió la espalda de Tora.

—Eso significa… que si alguno de ellos muere, yo…

—Evolucionas —la interrumpió Marina con dureza—. Pero no sin costo. Su final se convierte en tu cicatriz. Sus dolores, sus miedos, sus derrotas… todo lo sentirás como si fueran tuyos.

El silencio de la habitación se quebró con un zumbido extraño. El Zifini de Tora, guardado entre sus ropas, vibró como un corazón impaciente. Al abrirlo, las letras flotaron en el aire, temblando en un resplandor azulado:

“¿Cuándo buscarás el cristal?”

“¿Ya comenzaste una evolución?”

Tora parpadeó incrédula. El resplandor iluminaba su rostro cansado, y por un instante se sintió observada desde un lugar que no era este mundo.

—¿Esto es…? —murmuró, sin comprender.

Marina, aún junto a la ventana, giró apenas el rostro. Sus ojos parecían conocer demasiado.

—Es el canal de comunicación con los espíritus —explicó con serenidad—. A través de él pueden comentar tus decisiones, advertirte… o tentarte. Es un pacto sutil: si uno de ellos muere, todo su poder correrá hacia ti. Pero mientras vivan, pueden mantener un vínculo, hablarte, exigirte.

Tora sintió un escalofrío. Antes de poder responder, una nueva notificación apareció en el aire:

“Marina te obsequió la habilidad Rocío de Río. ¿Aceptar?”

El texto resplandecía con insistencia, como un contrato sin retorno. Tora alzó la mirada hacia Marina, buscando respuestas.

La mujer sonrió, aunque en su sonrisa había un matiz de resignación.

—Acabo de sacrificar cinco años de mi existencia para entregártelo —dijo con calma, como si hablara de algo trivial—. Una pena, ¿no crees? Si te esforzaras un poco en lucir más femenina, podrías atraer más anfitriones. Al fin y al cabo, la feminidad se sigue considerando un sinónimo de pureza.

Tora bufó, arqueando una ceja con desdén.

—Ay sí, ajá…

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Ninja Tigre Lobo
hola
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