Alison nunca fue la típica heroína de novela rosa.
Tiene las uñas largas, los labios delineados con precisión quirúrgica, y un uniforme de limpieza que usa con más estilo que cualquiera en traje.
Pero debajo de esa armadura hecha de humor ácido, intuición afilada y perfume barato, hay una mujer que carga con cicatrices que no se ven.
En un mundo de pasillos grises, jerarquías absurdas y obsesiones ajenas, Alison intenta sostener su dignidad, su deseo y su verdad.
Ama, se equivoca, tropieza, vuelve a amar, y a veces se hunde.
Pero siempre —siempre— encuentra la forma de levantarse, aunque sea con el rimel corrido.
Esta es una historia de encuentros y desencuentros.
De vínculos que salvan y otros que destruyen.
De errores que duelen… y enseñan.
Una historia sobre el amor, pero no el de los cuentos:
el de verdad, ese que a veces llega sucio, roto y mal contado.
Mis mejores errores no es una historia perfecta.
Es una historia real.
Como Alison.
NovelToon tiene autorización de Milagros Reko para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 13- "Liliana"
Capítulo 11- Liliana
Sharon siempre olfateaba la oportunidad como un depredador hambriento huele la sangre. Aquella mañana, frente al espejo de su tocador, decidió que había llegado el momento de mover ficha. No se limitó a ponerse perfume; se bañó en él, envolviendo cada centímetro de su piel en esa fragancia que ella sabía que dejaba una estela irresistible, casi narcótica. Eligió un vestido ajustado, más ceñido de lo que el reglamento de la empresa hubiese tolerado, y unos tacones que resonaban como campanadas de advertencia sobre el piso encerado.
—Hoy, querido Alexander, caés sí o sí —murmuró frente al espejo, retocando su labial rojo fuego con una sonrisa cargada de veneno.
Cruzó los pasillos con la seguridad de una reina que avanza hacia su trono. Cada paso era un espectáculo calculado, cada movimiento de cadera un mensaje cifrado. Se detuvo frente a la puerta del despacho de Alexander y golpeó suavemente, con los nudillos, como si ya supiera que la estaban esperando.
—¿Puedo pasar? —preguntó con una voz melosa, tan aterciopelada que parecía deslizarse por debajo de la puerta.
—Adelante, Sharon, ingresá —respondió Alexander, acomodándose en su asiento, con una sonrisa que delataba sus intenciones. Sus ojos recorrieron su silueta sin ningún disimulo—. Decime, hermosa, ¿qué se te ofrece?
Sharon avanzó con un andar lento, exageradamente sensual, como si cada paso estuviera cronometrado para hipnotizarlo. Se inclinó apenas sobre el escritorio, lo suficiente para que el escote hablara por sí solo, y lo miró desde abajo con una expresión entre inocente y descarada.
—Me enteré de que Almita fue despedida… ¡qué lástima! —dijo, llevándose la mano al pecho en un gesto teatral—. Una verdadera pérdida para la empresa. Aunque, claro, un lugar vacío siempre es una oportunidad.
Alexander entrecerró los ojos, curioso.
—¿Qué estás tramando ahora, Sharon?
Ella ladeó la cabeza y dejó escapar una risa suave, casi una caricia.
—Tramar… qué palabra tan fea. Yo nunca tramaría nada contra vos —dijo, rozando con un dedo la orilla de la mesa, como si jugara con la idea de acercarse más—. Solo pensaba en vos, en la empresa… y en mi hermana. Pobrecita, está desempleada, y yo sé que vos podrías darle una mano.
Se acercó todavía más, inclinándose tanto que su perfume se mezcló con el aire que respiraba Alexander.
—Podrías hablar con Robert para que la entreviste en recepción. No tiene demasiada experiencia, pero… —hizo una pausa estratégica, con una sonrisa traviesa— puede aprender cualquier cosa. Todo lo que vos quieras enseñarle.
Guiñó un ojo con descaro. Alexander tragó saliva, como un adolescente atrapado en un juego que no entendía del todo pero que lo dominaba.
—Mañana mismo traela para la entrevista —balbuceó, intentando mantener la compostura.
Sharon sonrió como una gata satisfecha. Sabía que lo tenía en la palma de la mano.
Esa noche, Alexander no logró dormir. La imaginación lo mantuvo despierto, construyendo una imagen de la hermana de Sharon que no existía. La fantaseó como una versión aún más voluptuosa: curvas desafiantes, cabello largo y sedoso, labios carnosos y una sonrisa dispuesta a perderlo en cualquier rincón oscuro de la oficina. La expectativa lo embriagaba, le hervía la sangre.
Pero la realidad tenía otros planes.
Al día siguiente, la empresa se agitó con murmullos cuando Sharon apareció tomada de la mano de una mujer que, a primera vista, no se parecía en nada a la fantasía de Alexander. Liliana, su hermana, era al menos diez años mayor, con un rubio chillón que dejaba ver las raíces negras, maquillaje recargado que acentuaba cada arruga y una ropa demasiado ajustada que, lejos de favorecerla, la hacía ver desprolija. Caminaba con una seguridad impostada, como si estuviera convencida de ser el centro de todas las miradas, pero el resultado era casi grotesco.
Alexander y Robert se miraron boquiabiertos. El castillo de imágenes que Alexander había levantado durante la noche se derrumbó de golpe. La decepción fue tan brutal que tuvo que carraspear para recuperar la compostura.
Sabía que oponerse a Sharon no era opción. Ella conocía todos sus secretos: las amantes escondidas, las noches de excesos, las mentiras cuidadosamente maquilladas. Un paso en falso y ella lo hundiría sin piedad.
Robert, con el ceño fruncido, comprendió el dilema en el acto. El CEO valoraba la estética, la imagen impecable frente a clientes y socios. Liliana era todo lo contrario. Pero discutir era inútil: Alexander estaba atrapado.
—Bienvenida —dijo Alexander al fin, con una sonrisa forzada—. Tenés una semana para demostrar que servís para el puesto.
Liliana sonrió con una seguridad inesperada.
—No lo voy a decepcionar.
Sharon, a un costado, observaba la escena con aire victorioso. No necesitaba que Liliana fuese la recepcionista perfecta; su presencia ya era una pieza clave en el tablero. Una aliada que, aunque torpe, reforzaría su propio poder dentro de la empresa.
—Estoy segura de que mi hermana será impecable —exclamó Sharon, exagerando un entusiasmo casi ridículo.
La jugada estaba hecha.
---
Ese mismo día, al mediodía, Alison caminó rumbo al comedor como siempre. A esa hora tenía una cita tácita con Santiago: un ritual que se repetía sin necesidad de palabras.
Se sentaron uno frente al otro, y mientras comían, Alison comentó:
—Hoy vi salir a Robert del despacho de Alexander con una cara de pocos amigos… hasta dejó una manchita en la alfombra de lo rápido que caminó. Rocío y yo nos pusimos a limpiarla enseguida, aunque no sabíamos si tenía importancia.
En ese momento, Sharon pasó por al lado con una sonrisa burlona.
—Chicas, si no fueran tan desordenadas, ya las habrían echado —soltó con ese tonito venenoso.
Santiago soltó una carcajada sarcástica.
—Entonces vos tenés los días contados —le dijo a Alison sin siquiera mirarla.
Alison rió, dándole un codazo suave en el brazo.
—¿Vos no me vas a extrañar? —preguntó, con ese tono entre juguetón y desafiante, mirándolo a los ojos.
Santiago la miró de reojo, con una sonrisa ladeada, como si midiera cada palabra con bisturí.
—¿Extrañar? Nah. Yo no extraño a nadie. Si es importante, sigo en contacto. Si no, ¿para qué andar sufriendo? Y ya.
—¿Y cómo lo tomo eso? —le preguntó Alison, entrecerrando los ojos—. ¿Me voy a dar cuenta de cuando me dejes de hablar?
—No te hagas drama, nena —le dijo con tono despreocupado—. Seguro te consuela otro... Matías, por ejemplo. O quién sabe cuántos más tenés en la fila. Tenés cara de tener un par de suplentes en el banco.
Alison frunció el ceño con una sonrisa burlona.
—¿Así que Matías me va a consolar? Mirá vos… Yo que pensé que vos me ibas a extrañar aunque sea un poquito.
Santiago alzó las cejas, teatral.
—¿Extrañarte sin haber compartido ni una birra? Eso sería como llorar por una serie que nunca vi. Exagerado.
—Capaz soy como esas series que todos recomiendan pero vos te negás a ver —le retrucó Alison, divertida—. Y cuando finalmente las ves, no podés parar.
Santiago chasqueó la lengua, encantado con la respuesta.
—Mirá qué agrandada… ¿Y si sos de esas que te enganchás y después te decepcionan en la segunda temporada?
—Bueno —dijo ella, con un guiño—, hay que correr el riesgo.
—Primero habría que ver si Netflix la sube —respondió él, con tono juguetón—. Porque hasta ahora, ni una cerveza. Mucha conversación de pasillo, pero nada de brindar por la vida.
—Eso se arregla fácil —dijo Alison—. Una lata y ya podés decidir si vale la pena engancharte o no.
Santiago la miró de arriba abajo, con su clásica sonrisa ladeada.
—Bueno, pero solo una lata… tampoco estás tan linda como para que te invite a un bar.
Alison lo miró con fingida indignación, aunque no pudo evitar soltar una carcajada.
—¡Qué atrevido! Yo a eso le llamo ser simpatica.
—Y yo a lo tuyo le llamo caradurismo con encanto —replicó él—. Igual, está bien. Una lata con vos no suena tan mal.
Siguieron charlando entre risas, chicanas y silencios cómodos. Había algo en la forma en que se miraban que iba más allá de las palabras. Santiago, con ese tono entre curioso y burlón, se inclinó un poco hacia ella.
—¿Y vos? ¿Qué hacés cuando no estás limpiando manchas misteriosas o soportando a Sharon?
—¿Yo? —dijo Alison, pensativa—. Cocino, escucho música, leo cuando puedo… y paso tiempo con mi esposo.
Santiago parpadeó dos veces, como si hubiese escuchado mal.
—¿Tu... qué?
—Mi esposo —repitió ella, esta vez con una media sonrisa, sabiendo que esa palabra lo había dejado en jaque—. Estoy casada.
El rostro de Santiago cambió. No por completo, pero sus ojos perdieron ese brillo juguetón por un segundo. Fingió una risa incrédula.
—Mirá vos… Casada. Eso no me lo esperaba. Pensé que el anillo era parte del uniforme de limpieza.
—No todos usamos el uniforme de casados como excusa para espantar pretendientes —dijo Alison, con ironía.
Santiago soltó una risita seca, casi resignada.
—Che, ¿y tu pareja no es de los celosos? —preguntó Santiago, con media sonrisa—. Porque si después salgo escrachado en una historia con la etiqueta "amigo con onda", me hacés quedar como un gil frente a mis seguidores… todos, tres.
Alison soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—No te preocupes —dijo, mientras revolvía con el tenedor la comida en su bandeja—. Llevamos muchos años. Nuestra relación ya es más rutinaria que otra cosa. Más amistad que pasión. Somos prácticamente amigos que se criaron juntos.
Santiago asintió despacio, aunque la sonrisa se le desdibujó un poco. No dijo nada al instante. La miró con atención, como si intentara leer entre líneas lo que ella no estaba diciendo.
—¿Amigos con historia, entonces? —dijo al fin, con tono neutro, casi pensativo.
—Algo así —respondió Alison, encogiéndose de hombros.
—Y sin embargo no llevás anillo —dijo él, sin mirarla directamente.
Alison rió, algo incómoda.
—No estamos casados. Nunca fue su prioridad.
Santiago bajó la mirada un segundo, tragándose el pequeño sabor amargo que le dejó la respuesta. Luego retomó su pose relajada.
"Está todo bien", pensó. "Igual es una salida entre amigos. Nada de enrosques. La paso bien y listo. No es más que eso."
Pero por dentro, algo en él se sintió decepcionado. No por ella. Por la idea. Por lo que había imaginado, aunque no lo hubiera querido admitir.
—Bueno —dijo al fin, con una sonrisa forzada pero digna—. Una birra entonces. Solo una. Porque si encima estás en pareja y te tengo que escuchar hablar de él… ni siquiera valés una pinta entera.
Alison se rió con ganas y le pegó un codazo suave.
—¡Sos un tarado!
—Pero un tarado con estilo, nena. Y eso no abunda.
Ambos rieron, aunque la conversación había dejado flotando algo más entre líneas. Algo que ni el sarcasmo ni las risas podían esconder del todo.