Alejandra quien a sus 5 años fue alejada de su padre por el echo de ser la hija de una empleada y nacida fuera del matrimonio. La quiso proteger de la humillación y del maltrato, la llevó a vivir a Colombia con su familia materna. La cuido y velo por ella desde la distancia sabiendo que era la hija de su gran amor. Después de 20 años creció como una hermosa mujer, educada y valiente. Una hermosa joya... quien será la presa de un delicioso hombre que la absorberá y amará hasta que sus vidas se apaguen.
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Miradas
El jet privado aterrizó suavemente en suelo colombiano, bajo la oscuridad cómplice de la noche. No había comité de bienvenida, ni banderas ondeando. Solo el silencio de un aterrizaje cifrado, orquestado con precisión por Miles, como todo lo que rodeaba a Graham Callahan cuando algo —o alguien— le interesaba de verdad.
Graham se levantó del sillón de cuero, apagando la pantalla que había proyectado datos sobre Alejandra durante todo el trayecto. Iba preparado, no para abordarla como un empresario, sino como un desconocido cualquiera. El plan era claro: verla antes del trabajo, observarla desde lejos si era necesario, interactuar con ella si el momento se prestaba... pero conocerla. En sus propios términos. Sin firmas ni contratos de por medio.
Miles lo esperaba en la escalerilla, discreto, impecable.
— Todo está controlado. Nadie sabe que llegó. El chofer tiene la ruta alternativa y el hospedaje ya está reservado. Bajo otro nombre, como lo pidió.
— Perfecto. — Murmuró Graham, acomodándose el reloj y descendiendo con paso firme.
Colombia lo recibía en silencio. Era un viaje de apenas cuatro o cinco días, pero suficientes para lo que necesitaba. Para lo que quería.
Su padre lo sabía. Solo él. Porque Bruno Callahan entendía de estrategias tanto como entendía a su hijo.
Graham respiró hondo. No venía a negociar. Venía a confirmar si Alejandra Espinosa valía el riesgo.
Y si lo valía, entonces haría lo que fuera necesario.
Subieron al auto sin intercambiar muchas palabras. No hacían falta. Todo estaba perfectamente cronometrado, limpio, como a él le gustaba. En cuanto el vehículo blindado se puso en marcha por las calles silenciosas de Medellín, Graham se acomodó en el asiento trasero, cruzó una pierna y cerró los ojos un momento. Estaban en territorio nuevo, pero no era un hombre que se dejara impresionar.
Llegaron al hotel sin contratiempos. Un lugar discreto, elegante, alejado de los típicos puntos turísticos. Uno de esos lugares donde nadie hace preguntas porque todo el mundo tiene secretos.
Una vez instalado, Miles le dejó el itinerario ajustado y lo dejó solo.
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A la mañana siguiente, Graham cambió el traje por algo más relajado: jeans oscuros, una camisa blanca remangada y gafas de sol. Medellín tenía un clima amable, casi primaveral, y él no tenía prisa. No todavía.
Decidió salir a desayunar. Un lugar tranquilo, con buena vista, lejos del bullicio. Aprovecharía la estancia para observar, para entender los ritmos de la ciudad. Había estado antes en Colombia por negocios, pero esta vez era diferente.
Mientras sostenía su café entre los dedos, pensaba en Alejandra. A esa hora, seguramente estaría entrando al trabajo. No era momento de cruzarse aún. Debía hacerlo bien. Todo debía parecer casual.
Graham no era un hombre que se dejara llevar por impulsos. Pero esa mujer... había despertado algo. Algo que lo tenía fuera de su país, ocultando su llegada y bajando el ritmo por primera vez en años.
La partida había comenzado. Y él tenía la ventaja: sabía a quién buscaba.
Ella aún no sabía que estaba siendo buscada.
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Eran casi la una de la tarde cuando el auto negro se estacionó frente a la empresa. Graham no dijo una sola palabra. Miraba por el vidrio polarizado, recostado contra el asiento como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Miles, a su lado, consultaba el reloj.
— Debería salir en unos minutos. — Dijo sin levantar la vista.
— Lo sé. — Respondió espondió Graham con tono neutro, aunque en el fondo, la ansiedad le hacía un leve nudo en el estómago. No por nervios. Por expectativa.
Y entonces la vio.
Salió del edificio con paso firme, la melena suelta ondeando levemente con la brisa. No vestía de forma provocativa, pero tampoco pasaba desapercibida. Se notaba segura, centrada, hablando por teléfono mientras sonreía. Iba acompañada de una amiga, Camila, según la información de Miles.
Graham no dijo nada. Solo la observó. Como si necesitara grabarla en su memoria.
— ¿La seguimos? — Preguntó Miles.
Él solo asintió con un leve movimiento de cabeza.
El auto se puso en marcha con discreción, manteniendo distancia. Alejandra y su amiga caminaron unas cuadras, conversando entre risas, hasta llegar a un pequeño restaurante de fachada acogedora. Parecía un lugar al que iban seguido. Las recibió el mesero con familiaridad.
— ¿Va a entrar? — Preguntó Miles.
Graham entrecerró los ojos. Analizaba cada detalle. Observaba cómo ella se reía con complicidad, cómo se acomodaba el cabello antes de sentarse.
—Sí. Pide una mesa lejana. Y que nadie se acerque. — No quería contacto todavía. Solo verla. Sentir el ambiente. Reconocer sus gestos, su risa, la forma en que tomaba el vaso o respondía una broma.
Quería entender qué era eso que lo tenía ahí, en otro país, observando desde la distancia a una mujer que aún no sabía que su destino ya había cambiado.
Y mientras se sentaba al fondo del restaurante, tras unas gafas oscuras y el rostro imperturbable, supo una cosa con certeza:
Era ella.
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El restaurante en El Poblado estaba animado, como siempre a esa hora. Una brisa suave movía las cortinas ligeras de las ventanas, y el murmullo de conversaciones se mezclaba con el sonido de platos y cubiertos. Alejandra y Camila ocuparon su mesa de siempre, junto a una pared decorada con arte local.
— Tengo hambre. — Dijo Camila dejando su bolso en la silla. — ¿Sabes qué quiero? Un jugo de mango con jengibre. Me lo merezco. — Alejandra sonrió. Estaba en uno de sus días tranquilos. El trabajo no había sido agotador, y compartir con su amiga siempre le ayudaba a desconectarse un poco. No imaginaba que ese día, su vida daría un pequeño giro.
Dos mesas más atrás, en una esquina estratégicamente ubicada, Graham Callahan se había instalado con una serenidad que solo los hombres como él podían cargar. Vestía informal, pero todo en él gritaba “poder”: el reloj discreto pero costoso, la postura relajada, la expresión inescrutable detrás de las gafas oscuras. Era imposible no notarlo. Incluso sin querer, se robaba el aire de la sala.
Y Camila, por supuesto, lo notó.
— Ey... — Le dijo en voz baja a Alejandra mientras se inclinaba hacia ella. — no te gires todavía, pero hay un tipo buenísimo al fondo. De esos que uno no ve por aquí todos los días. Te juro que parece sacado de una película. — Alejandra no necesitó mirar. Ya lo había visto al entrar. De reojo, claro. Pero lo había sentido también. Esa clase de presencia que no necesita decir ni una palabra para hacerse notar. Sabía exactamente de quién hablaba Camila. — Está solo. — Añadió la amiga. — Y fijo no es de aquí. Tiene cara de extranjero, pero no de turista. Tiene... otra energía. — Alejandra bebió un sorbo de agua sin decir nada. Luego, como por accidente, dejó que su mirada se deslizara por la sala... hasta encontrarse con la suya.
Y ahí estaba.
Graham no fingió desviar la vista. No hizo ningún ademán seductor. Solo la miró. Sereno. Fijo. Como si llevara rato haciéndolo y por fin ella lo hubiera notado.
El corazón de Alejandra dio un pequeño salto. No fue miedo. No fue inquietud. Fue... algo más. Como si lo reconociera sin conocerlo. Como si su presencia le dijera que algo estaba por empezar.
Ella apartó la mirada primero.
Graham sonrió apenas. No era una sonrisa de satisfacción, ni de victoria. Era una especie de aceptación muda: la había visto, y ella también lo había visto a él.
Miles, desde otra mesa, observaba todo y lo registraba en silencio. El plan estaba en marcha.
Y Graham, por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba exactamente donde debía estar.
Y ella pensó que sería fácil desaparecer a Alejandra y Graham no la iba a encontrar y lo hizo habrá boda con todo lo que pasó porque así lo decidió él.
Hay Camila pareces una mona guindando en el palo de Bruno jajaja.
Claro que queremos saber cómo le hicieron ese chupetón a Camila avisa si ya está en el grupo.