JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

POV Marylin Monroe

Llegué a casa exhausta; la madrugada ya teñía el cielo de sombras. Apenas mi cuerpo tocó la cama, el sueño me arrastró sin resistencia, acunando a mi pequeña Lucía entre mis brazos.

Un golpe abrupto en la puerta nos despierta de golpe, como si quisieran derribarla. Me levanto de un salto, con el corazón latiéndome en los oídos, mientras Lucía rompe en llanto, asustada.

Al abrir, me encuentro cara a cara con mi casero. Su ceño fruncido y la expresión de pocos amigos no me intimidan. Yo, en cambio, estoy de un humor de perros. Mejor que no me provoque.

—Señorita Monroe, necesito que desocupe el apartamento antes del mediodía —dice don Omar, su voz grave y cortante.

Lo miro, atónita.

—¿De qué habla? ¡Usted no puede hacer eso! —exclamo, intentando contener la furia mientras trato de calmar a mi pequeña, que sigue llorando y balbuceando.

—Mamá… mamá… tete —solloza Lucía con su vocecita temblorosa.

—Shh, mi amor, mamá va a arreglar esto —le susurro, acunándola contra mi pecho. Su cabecita reposa en mí, con su dedito en la boca, aún sollozando suavemente.

—No hay nada que aclarar —dice don Omar con frialdad—, a menos que tenga el dinero de los tres meses de alquiler que me debe.

Mis ojos se abren como platos.

—¡Eso no puede ser! He pagado cada mes a tiempo —protesto, sintiendo la indignación hervirme en la sangre.

—Pues no sé a quién le ha pagado, porque a mí no. Ni siquiera en especie —insinúa el desgraciado, esbozando una sonrisa asquerosa. Con su panza abultada y su cara de pervertido, solo me provoca náuseas.

—¡Maldito Martín! —exclamo, apretando los puños. Luego miro a don Omar con rabia contenida—. Eso no pasará ni en mis peores pesadillas. Antes duermo bajo un puente.

—Pues vaya preparándose para eso —responde con crueldad—. Al mediodía la quiero fuera… y no quiero tener que venir a arrojarle sus trapos. Los muebles se quedan como pago por los meses que me debe.

—¡Usted está loco! —grito, sintiendo la furia treparme por la garganta.

Lucía se sobresalta y rompe en llanto otra vez. La culpa me golpea al instante. Maldigo en silencio.

—Perdona a mamá, mi amor —susurro, acunándola contra mi pecho mientras su cuerpecito tiembla. Su respiración entrecortada me parte el alma.

—Sí puedo. En el contrato de alquiler está especificado —dice el malnacido con satisfacción—. Aquí tiene una copia.

Me arroja un papel y lo atrapo con los dedos crispados. Mis ojos recorren las líneas impresas, pero la rabia me nubla la vista. Todos mis esfuerzos… a la basura. Todo por confiar en el imbécil equivocado.

Pero no tengo tiempo para lamentarme.

Cierro la puerta con un portazo y respiro hondo, tragándome la furia y la frustración.

Voy a la cocina y preparo una mamila para mi pequeña. Su carita sigue húmeda de lágrimas, pero no se queja. Es tan fuerte, mi pequeña… La siento en su sillita del comedor y bebe en silencio, con sus ojitos aún vidriosos, aferrando el biberón con sus manitas pequeñas.

Me quedo mirándola, sintiendo un nudo en la garganta. No importa lo que pase, no dejaré que nos hundan.

Tomo el teléfono y marco a mi supervisora para disculparme por no haber asistido ayer.

📞 —Buenos días, señora Martha.

📞 —Marylin, muchacha… ¿en qué lío te has metido?

📞 —En ninguno, señora Martha. Solo que la policía se llevó mi automóvil por dejarlo mal estacionado y…

Soy interrumpida antes de poder terminar la explicación.

📞 —El jefe, el señor Mateo, ordenó tu despido inmediato. Sin derecho a indemnización. Dice que ya son demasiadas faltas reiteradas.

📞 —Pero… —mi voz se quiebra. Un nudo de angustia se forma en mi garganta y las lágrimas me nublan la vista.

📞 —Lo siento, Marylin, fue una orden directa.

Cuelga.

Aprieto el teléfono con fuerza.

No es por mis faltas. El maldito lo hizo porque me vio con su esposa la otra noche, la señora Leticia. Es una represalia por reírme de los comentarios sobre él tamaño de su cosito.

Respiro hondo, obligándome a no derrumbarme. Mis manos tiemblan mientras busco mi pequeña agenda con los números de mis clientas. No puedo darme por vencida.

Marco el primer número.

📞 —Lo siento, Marylin, pero no puedo volver a contratarte…

Cuelgo. Intento otra vez. Y otra. La respuesta es siempre la misma.

Mis dedos aprietan el teléfono con desesperación, el pulso acelerado, la garganta seca.

Hasta que, finalmente, una de ellas se apiada de mí. Su voz suena vacilante, cargada de pena.

📞 —Marylin… el señor Mateo dio la orden de que nadie te contrate en esta ciudad.

Un escalofrío me sacude de la cabeza a los pies. Me cuesta respirar.

"No solo me dejó sin trabajo".

Mis lágrimas caen sin control.

"¿Cómo voy a sobrevivir con una niña de meses?"

Me aferro al teléfono, temblando. Solo hay una persona que puede ayudarme.

"La señora Leticia."

No pierdo tiempo. Corro a la recámara, tomo dos mudas de ropa y las cosas esenciales de mi bebé. Debo salir antes de que caiga la noche.

Coloco a mi pequeña en su carriola y abro la puerta…

Ahí está.

El desgraciado. El inútil que arruinó mi vida.

La rabia me estalla en el pecho y, sin pensarlo, me lanzo sobre él, lista para descargar toda mi ira.

Pero antes de que mi mano siquiera lo roce, alguien la detiene en el aire con firmeza.

—Señora, deténgase y no complique más las cosas —dice una voz grave.

Parpadeo, desconcertada. No me había dado cuenta de la presencia del policía… ni de los padres del inútil, bueno para nada.

"Bueno para algo si sirvió, hacerme un bebé" sonrío amargamente ante mis estúpidos pensamientos.

Regreso a la realidad.

Mi pecho sube y baja rápidamente.

Esto no puede significar nada bueno.

Me libero del agente y corro hacia la carriola para tomar a mi bebé… pero el horror me paraliza al verla en brazos de una mujer desconocida.

—¡Entrégueme a mi hija! —grito desesperada, sintiendo el miedo apoderarse de mí. Intento arrebatársela, pero el mismo oficial me detiene con fuerza.

—Señora, tranquilícese.

Lo miro con furia, con desesperación.

—¡Devuélvanme a mi hija! —sollozo, sintiendo que mi mundo se desmorona.

La mujer que la sostiene la entrega… pero no a mí.

Se la pasa al desgraciado de su padre.

Y él, con una maldita sonrisa de burla, se la da a su madre.

—Señora Monroe… —habla la mujer que la tenía en brazos, con una mirada cargada de lástima—. El juez ha decidido otorgarle la custodia temporal de su hija al padre.

Un golpe directo al alma que me deja sin aire.

—¿Q-qué…?

—En dos meses debe presentarse ante el tribunal para que el juez evalúe si usted está apta para recobrarla.

—¡NOOOO! ¡Pero… ¿Por qué?!

—En la primera evaluación… Usted no cuenta con la estabilidad necesaria para tener a la menor.

Mis ojos se abren llenos de incredulidad, mis piernas tiemblan.

—¡No pueden hacerme esto! —grito con el alma desgarrada—. ¡Ese maldito solo aportó el esperma, jamás ha cuidado de ella! ¡Ni un peso ha dado para su crianza!

La mujer baja la mirada.

Pero aún así… Se lleva a mi hija.

Y yo me quedo allí.

Vacía.

Rota.