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AETHERIA

AETHERIA

Status: En proceso
Genre:Aventura / Batalla por el trono / Viaje a un mundo de fantasía / Mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:555
Nilai: 5
nombre de autor: Yohe kim

Tres hermanos crecieron escuchando las historias de Aetheria, un mundo mágico que su madre les contaba. Tras su repentina partida y obligados a ir a un orfanato, descubrirán que Aetheria es más que un cuento... es una llave a un destino que nunca imaginaron. ¿Que sucederá con los tres hermanos?

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CAPITULO #1

..."*Los sueños no siempre son falso**s*."...

Desde pequeños, nuestra madre nos envolvía en una historia mágica, un mundo que parecía existir solo en las páginas de los libros de fantasía. Aún después de mi nacimiento, ella seguía pintando cada rincón y detalle de ese mundo con palabras, aunque mis hermanos se mostraban escépticos. Pero en mi interior, algo me decía que era real. Ese mundo era real.

—Mi pequeña Eli, muchos creen que estoy chiflada por insistir en que Aetheria es más que una fantasía, pero es real, lo siento en mi corazón —susurraba mi madre, Helen, postrada en la cama del hospital, mientras acariciaba suavemente mi cabello negro con su mano frágil. Sus ojos verdes, aunque cansados, aún brillaban con un amor incondicional. Llevaba una bata de hospital blanca, que contrastaba con su piel pálida, y el olor a desinfectante y medicinas impregnaba el aire, mezclándose con el suave aroma a lavanda que siempre emanaba de ella. A su alrededor, las máquinas emitían pitidos constantes, recordándonos la fragilidad de su vida.

—Yo te creo, mami —respondía con una sonrisa, mirando a la mujer frente a mí, consumida por la enfermedad y agotada de depender de medicinas para seguir adelante.

—Eli, cuando sientas que te llaman y el miedo no te paralice, ve a ese lugar —me confió, antes de exhalar su último aliento.

—¿Mami? ¡Mami! —grité, con las lágrimas brotando sin control.

Los médicos inundaron la habitación, apartándome de mi madre. Me quedé afuera, hecha un ovillo, abrazando con fuerza a mi viejo conejito de peluche. Las lágrimas no cesaban de caer. Ailan se acercó y me abrazó en silencio, su cabello castaño oscuro rozando mi mejilla. Erick, con sus ojos marrones llenos de dolor, se mantuvo a nuestro lado, ofreciéndonos su apoyo incondicional.

—Eli, ¿por qué lloras? —preguntó Erick, mi hermano mayor, al encontrarme desconsolada frente a la habitación de mamá. Su voz sonaba apagada, como si también estuviera luchando por contener el dolor. Llevaba una camiseta de rayas y unos pantalones de mezclilla desgastados, reflejando su estilo práctico y sencillo. Ailan se quedó a mi lado, en silencio, ofreciéndome su presencia como único consuelo. Yo solo pude señalar la habitación de mamá, incapaz de articular palabra.

Mis ojos se volvieron vacíos, reflejando la ausencia que sentía en el alma. Madre era nuestro todo, el pilar que nos mantenía unidos. Y lo peor estaba por venir: solo unas semanas después de su partida, toda la responsabilidad cayó sobre los hombros de Erick, que apenas tenía 16 años. Me acerqué a él, con mis manitas aferradas a mi estómago vacío. Ailan, con su mirada seria y protectora, nos observaba desde la distancia, vestido con una camiseta de color verde y pantalones cortos.

—Erick, tengo hambre —le dije, mirándolo con ojos suplicantes.

—Voy a buscar algo para comer. Ailan, cuida de Eli —respondió Erick, con la voz cargada de una preocupación que le pesaba en el alma.

Ailan bufó, pero tomó mi mano con firmeza y me condujo a la sala de estar. —Siéntate tranquila, aquí te voy a dibujar —me dijo, intentando ocultar su propio miedo tras una máscara de calma. Me senté en el sofá, abrazando a mi peluche como si fuera un salvavidas.

—Pero tengo hambre —murmuré, sintiendo un vacío en el estómago que se sumaba al vacío que había dejado la ausencia de mamá.

—Lo sé, Eli. Yo también tengo hambre, y Erick seguro que también. Pero tienes que entender que estamos haciendo todo lo posible por salir adelante sin mamá —respondió Ailan, con un tono frío que no lograba disimular la tristeza que le embargaba. Con solo 14 años, él y Erick se habían visto obligados a asumir responsabilidades que no les correspondían, cuidando de mí, que apenas tenía 9.

Guardé silencio, sintiendo un nudo en la garganta. Ailan me dedicó una sonrisa forzada, tomó su libreta de dibujos y una pluma, y comenzó a trazar mi rostro sobre el papel. Suspiré cuando un estruendo sacudió la puerta. —¡Abran! ¡Mocosos, paguen el alojamiento! —Miré a Ailan con los ojos llenos de pánico.

Erick entró por la puerta trasera y la cerró de golpe. —¡Rápido, tenemos que irnos! —nos alertó, mientras los golpes en la puerta se volvían cada vez más violentos. Erick me alzó en sus brazos, mientras Ailan guardaba a toda prisa algunas cosas en su mochila. Subimos los tres a las habitaciones y metimos lo que pudimos en pequeños bolsos. Yo guardé una foto de mami, aferrándome a su imagen como si pudiera protegerme.

—¡Abran, pequeños moscos! —gritó aquella voz amenazante, mientras forcejeaba con la puerta. Erick nos guió hasta un escondite improvisado.

—No llores, Eli. Todo estará bien, te lo prometo —susurró Ailan, cubriendo mi boca con su mano y abrazándome con fuerza contra su pecho. De repente, uno de los hombres descubrió nuestro escondite en el armario y me agarró del brazo con brusquedad.

—¡No! —grité, presa del pánico, mientras me arrancaban de los brazos de mi hermano.

—¡Suéltala! —gritó Erick, forcejeando con los otros hombres que lo tenían atrapado.

Los hombres eran figuras imponentes, con rostros endurecidos por la vida en la calle. Sus ojos eran fríos y calculadores, y sus manos estaban marcadas por cicatrices que contaban historias de peleas y sufrimiento. Uno de ellos, el que me sujetaba, tenía una voz grave y rasposa, como si hubiera pasado años gritando órdenes. Su aliento olía a tabaco y desconfianza, y su mirada era la de un depredador que había encontrado a su presa.

—Miren, son unas ratas. Su madre está muerta y tienen deudas. Los mataría si pudiera, pero les servirán a mi jefa. Vámonos —ordenó el hombre que me sujetaba, con una mirada que helaba la sangre. Me arrastró fuera del escondite, llevándonos a un lugar desconocido. Abrazaba con fuerza a mi peluche, mientras agarraba la mano de Erick, buscando en él un poco de consuelo.

Lloraba en silencio, sintiendo que el miedo me consumía por dentro. Miré la gran casa a la que nos llevaban, un lugar sombrío y lúgubre. Al entrar, vi que había más niños, sus rostros reflejaban la misma confusión y miedo que sentía. —¿Qué es esto? —preguntó Ailan, con la voz temblorosa.

—Parece un orfanato —respondió Erick, apretando mi mano con fuerza. Los hombres nos condujeron a una oficina.

Allí estaba una mujer de aspecto severo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Su cabello era oscuro y recogido en un moño apretado, y su vestido era de un color gris apagado que parecía absorber la luz. —Bienvenidos a El orfanato Alegría —dijo, mientras me pellizcaba las mejillas con brusquedad. Ailan apartó su mano de un manotazo, y la mujer respondió abofeteándolo con fuerza. Erick gritó el nombre de Ailan, mientras le revisaba la mejilla enrojecida y el labio roto por el impacto. —Qué niños tan maleducados....

Necesitan una mano dura —dijo la mujer, con una mirada amenazante. Me escondí detrás de Erick, temblando de miedo.

—¿Qué les pasa? ¿Por qué nos han traído aquí? Esto es un secuestro —dijo Erick, colocándose frente a nosotros para protegernos con su cuerpo.

—Llevenlos a sus habitaciones, que se den un baño. Y si se niegan o intentan escapar, denles una lección que no olviden jamás —ordenó la mujer, con una voz gélida. Me aferré a Erick, sintiendo que el mundo se desmoronaba a mi alrededor

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Yorneth Garcia
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