Noveno libro de saga colores.
El reino se tambalea con la llegada de la nueva reina proveniente de una tierra desconocida, Sir Levi, ayudante del rey, emprenderá un viaje para hacer un trato con el gobernante, Eudora, la aspirante espía, insistirá en acompañarle, una tentación a la que el sir no podrá resistirse.
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1. Eudora
...EUDORA:...
El castillo era frío, con sus torres siendo tocadas por los copos espesos que caían sin cesar.
Las puntas de cada torre estaban cubiertas de blanco y las gárgolas tenían estalactitas de hielo en sus hocicos. Mi grueso abrigo apenas lograba mantenerme caliente, como si eso no fuese suficiente, tenía que esperar en el patio.
Los guardias en las torres de los muros observaban de vez en cuando hacia mí.
Las puertas enormes al final de la escalera se mantenían cerradas.
Exhalé otra nube blanca de mi naríz.
¿Cuánto iba a tardar esto?
Escuchaba el sonido de una pala, apartando la nieve de los adoquines del patio.
Era pésima entrenando, uno de los espías de la hermandad de Escuchas apenas me dió dos lecciones y ya me consideró mala para ser espía.
Era buena abriendo cerraduras y entrando a lugares sin dejar rastro de mi presencia, pero eso no bastaba. Decían que mi apariencia sería suficiente para ser descubierta, no tenía un rostro común, ni rasgos que pasaran desapercibidos, no servía para escuchar sin que nadie me tomara en cuenta.
Donde quiera que estuviera, era considerada algo extraño y llamaba mucho la atención.
Sir Levi estaba demasiado ocupado para tratar personalmente conmigo.
Por eso estaba aquí.
Si él no aceptaba encargarse de mi entrenamiento como ordenó el rey, yo volvería con la Duquesa Pepper para seguir siendo su doncella, al fin y al cabo era lo mejor que podía hacer.
Servir para la duquesa era un trabajo sin peligros.
Siendo mujer, sin título ni posesión, no se esperaba nada de mí. Mi vida era sencilla, sin experiencias, ni altibajos, no había emoción.
Ese era mi lugar desde que nací.
Hasta que me metí a la casa del capitán para impedir que se casara con mi señora.
No podía permitir que siguiera triste y acongojada por unir su vida a un hombre tan desagradable.
Me conformaba con haber hecho algo peligroso al menos una sola vez.
Por dentro me sentí distinta.
La vida de una doncella no era relevante, una parte de mí quería hacer mucho más y de no ser así, no estuviera congelada hasta los huesos, esperando pacientemente.
Pude haberme retirado sin molestar al sir, volver al palacio de la duquesa y seguir con mis obligaciones, pero no lo hice.
La pala sonó más cerca, el sonido de una bola de hierro siendo arrastrada por el suelo me saco de mis pensamientos.
Me giré.
Me encontré con un hombre con una barba muy larga y ropas harapientas. Reconocí sus ojos, era el capitán quien quitaba la nieve del patio.
Un trabajo sin fin, ya que no paraba de nevar, tendría que volver a cargar nieve dentro de un par de horas.
— La fisgona está aquí — Dijo, con voz áspera, las cadenas sonaban, se veían pesadas — Te dieron un trabajo digno de ti.
Nunca fue mi intención que terminara así, no sabía que al entrar a su casa descubriría lo que había detrás de su mente, la libreta que evidenciaba lo que planeaba ese ser. Abusó de su poder y su puesto solo para atormentar a los presos.
Tenía planes desquiciados y gracias a mí eso había acabado.
— Basta — No quería caer en sus provocaciones.
Retrocedí.
No le convenía atacarme, no ante los guardias.
Tenía una sentencia de por vida como limpiador de letrinas y ya no podía empeorar más las cosas para él.
— No toleras que hable con la verdad — Se aproximó, arrastrando la bola conectada a su tobillo — Dime ¿Qué encontraste? ¿Qué chisme vienes a traerle al perro faldero del rey?
— No vine a traer ningún chisme.
Soltó una risa.
Era un traidor, un conspirador, estaba derrotado y aún así seguía comportándose como si no estuviese encadenado.
— ¿Ah no? — Arqueó las cejas, las tenía casi congeladas — Entonces vienes a prestar otros servicios.
— No es de su incumbencia.
— Pensé que serías menos regalada, eras una dulce doncella que aparentemente solo seguía a su señora limpiando sus suelas, pero resultaste más listas de lo que creía, sacaste las garras — Siseó, observando por debajo de mi capucha — Mira lo que lograste — Enseñó los grilletes en sus manos — Por tu culpa estoy aquí.
— No fue mi culpa, fue suya, por hacer cosas malas.
Se rió — Todos hacen cosas malas, todos actúan sucio para lograr lo que quieren y tú no eres la excepción, mírate, ahora pisas el castillo como si pertenecieras aquí, ya no bajas la mirada como cuando eras doncella, lo que significa que siempre quisiste estar en una posición más elevada.
— Capitán Morfall...
— ¡No me llames así! — Gruñó y me tensé — ¡Fui degradado para siempre, estaré así hasta el final de mis días, lo perdí todo, ya no soy un maldito capitán!
— Es el precio por sus acciones.
— El rufián Roquer es la misma basura, en cambio a él se le dió honor, un puesto de caballero ¿No te parece que el rey tiene preferencias al impartir su justicia? — Me evaluó detenidamente.
— Son las decisiones del rey, no deben ser cuestionadas.
Apretó sus puños.
— Si eso es así, muchos criminales estarán en las filas de sus ejércitos, piensa en lo que podría pasar si empieza una guerra, no les temblará la mano para matar niños, violar mujeres, saquear.
— ¿Por qué tanto odio en contra de ellos? — Pregunté, con mucha curiosidad.
Las puertas dobles se abrieron.
La Princesa Ania bajó las escaleras.
Hice una reverencia cuando se aproximó.
— ¡Cumple con tu trabajo, no te quedes ahí parado! — Ordenó la princesa.
El capitán se marchó, lanzando una mirada antes de volver a tomar la pala.
— ¿La estaba molestando?
— No.
— Sir Levi está ocupado, lo lamento, tendrás que volver luego.
— ¿Cuándo? — Pregunté, decepcionada.
— No lo sé, pronto se marchará a un viaje — Dijo, tenía una capa de invierno y su armadura, pantalones de cuero y botas forradas con lana.
— Los espías no me consideran apropiada, dicen que no sirvo para el trabajo — Gruñí, indignada — Sir Levi sería el encargado de formarme como Escucha y hasta ahora no le he visto el rostro desde que estuve en el juicio.
— Le informaré de lo que está sucediendo, nuestras atenciones están en otra dirección.
La reina, lo entendía, había escuchado de su apariencia similar a la de la tirana y su extraño acento.
— ¿Cuánto demorará en su viaje? — Pregunté a la princesa.
— Es indefinido, son asuntos confidenciales.
Observé detrás de la princesa, Sir Levi bajó las escaleras del castillo.
— Ya está aquí, habla con él — Ordenó la princesa.
Me acerqué.
El sir se desvió para ir a la parte trasera.
— ¡Sir Levi! — Llamé y se detuvo en seco.
Observó por encima de su hombro.
— ¿Qué desea?
Parecía disgustado.
— Soy la señorita Eudora ¿Recuerda?
Se giró lentamente, sus ropas de invierno también eran negras, el cabello se le agitaba por el viento, rozando su delgado y cincelado rostro pálido, los aretes de plata se inclinaron cuando hizo un movimiento de cabeza.
Me evaluó.
— Señorita Eudora, debería estar entrenando.
— Los espías no me consideran buena para el trabajo, me corrieron de la hermandad — Dije, elevando una ceja.
— Ah, es una pena, lamento tener que dejarle a terceros incompetentes mis obligaciones, pero en estos momentos no puedo lidiar con todo, tengo asuntos de urgencias que atender, saldré de viaje mañana temprano, debo organizarme — Cortó, volviendo a girarse para marcharme.
Antes actuaba cordial, ahora parecía un arrogante que no podía tratar con una molestia como yo.
— ¿Qué pasará con mi entrenamiento?
— Fue de utilidad en su aporte, gracias por su colaboración para detener al capitán, le haré llegar una recompensa, pero temo que ahora no es buen momento para encargarme de su preparación — Dijo, sin siquiera observarme.
— Fue una orden del rey.
— El rey está lidiando con sus propios problemas, al igual que la hermandad de espías y la hermandad de caballeros, todos tenemos asuntos que atender, su entrenamiento puede esperar hasta después de resolver esos asuntos — Dijo, con el ceño fruncido.
— ¿Cuándo será eso?
— No lo sé, le haré llegar una carta.
Me sentí enojada, me dieron una oportunidad y ahora me la quitaban.
El sir empezó a caminar.
— Me parece injusto, confíe en que podría ser de utilidad para el reino — Dije, lanzando una mirada furiosa.
Se detuvo en seco.
— Lo será, en un futuro.
— Si hay un problema, cada persona cuenta para apoyar — Me crucé de brazos.
— Señorita Eudora, estos asuntos no son de su incumbencia, el problema no se escapa de nuestras manos — Me evaluó de perfil — No se mortifique por ello.
Se alejó y lo seguí.
— ¿Significa que también considera que no soy buena para el trabajo?
— Tiene potencial, pero ya le dije, en estos momentos carezco de tiempo — Se giró en seco y retrocedí, tenía que elevar la mirada para observarlo.
Era delgado y esbelto.
— Podría entrenarme mientras viaja.
— ¿A qué se refiere? — Frunció el ceño.
— Ir con usted...
— Ni siquiera lo piense.
— Necesitarás una ayudante para tu viaje — Dijo la princesa, detrás de mí.
Él apretó su mandíbula.
— Su alteza, no necesito ayudante.
— Serviría de mucho.
— Por favor, no de ideas tan absurdas, sabes a donde voy — Gruñó a la princesa — Esto no es un juego, ni siquiera conozco que tan peligroso puede ser ese lugar.
— Si va a ser Escucha, siempre estará cerca de peligros, serviría para ver si tiene lo necesario — Sugirió ella.
— No está calificada, no voy a arriesgarme — Cortó, alejándose — Fin de la discusión.
— Es un hueso duro de roer — La princesa se encogió de hombros.
...****************...
Entré al palacio de la Duquesa Pepper.
— Dígale a su excelencia que he venido a visitarla.
— La duquesa está de reposo, en su habitación — Dijo el mayordomo.
Me preocupé.
— ¿Está enferma?
— No, pero hace dos días dió a luz.
— Subiré a verle.
Me acerqué a las escaleras y empecé a subir hacia el piso de su habitación.
Toqué la puerta al llegar.
— Adelante.
Abrí.
La duquesa estaba recostada en la cama, un poco pálida.
Sir Roquer estaba cargando al bebé, envuelto en una gruesa manta.
— Eudora, me alegra verte de nuevo.
Me aproximé e hice una reverencia.
— Su excelencia, perdone que no había podido venir a visitarla.
— No te preocupes, entiendo que tienes tus propios asuntos con los espías — Dijo, sonriente.
— La verdad es que me rechazaron.
— ¿Por qué? — Frunció el ceño.
— Dicen que no poseo el perfil para ser espía, rasgos físicos que puedan ser comunes y no demasiado llamativos.
— Tonterías — Protestó — Demostraste ser capaz al desenmascarar al capitán.
— ¿Sir Levi sabe de esto? — Preguntó Roquer.
Se veía tierno cargando a su bebé.
— Estaba en castillo, tratando de explicarle, pero saldrá de vieja y lleva prisa — Suspiré pesadamente — Vine a ver si podía volver a servirle como doncella — Observé a Pepper.
— ¿Es lo que quieres?
— No me molesta servirle y lo sabe, podría ayudarle con la bebé — Dije.
— Es niño, se llama Pryor.
— Muchas felicidades.
— Gracias — Suspiró la duquesa — No preocupes, puedes quedarte, pero no como sirvienta, si no como invitada.
— Pero... No me molesta en lo absoluto...
— Roquer lo está haciendo bien, cuida mucho a Pryor, Eudora, puedes hacer mucho más que servir y lo sabes.
— Se ha vuelto muy sabia — La elogié — Pero, a veces no se puede hacer más, ser doncella es lo que más sé hacer, no me quite eso.
— Te quedarás como invitada, es mi última decisión.
Suspiré pesadamente.
— Bien, pero déjeme sostener a Pryor — Me acerque a Roquer.
Él me tendió el niño.
Lo sostuve, no pesaba casi.
Su piel era oscura, como la de su padre, aunque la delicadeza pertenecía a la duquesa.
— Eres muy lindo, mi pequeño Pryor.
— ¿A dónde irá el sir? — Preguntó Roquer.
— No lo sé, es confidencial.
— Estoy seguro de irá a Polemia, como mano derecha del rey, será enviado a dialogar con el otro gobernante.
— ¿Polemia? — No había escuchado de un lugar así.
— Es el reino de donde proviene la reina Freya, según escuché de su propia boca, es un lugar en caos dominado por salvajes caníbales.
Eso sonaba peligroso, eso me gustaba.
Eudora: