Al tercer día después de la llegada de Leo, decidimos aventurarnos más profundo en el bosque. La cabaña, aunque útil, ya no era suficiente. Necesitábamos más información sobre los monstruos, provisiones frescas y, en lo posible, señales de otros sobrevivientes.
El aire estaba espeso y húmedo. El bosque se volvía más oscuro a medida que avanzábamos, como si la naturaleza misma nos advirtiera que no siguiéramos. Tania caminaba cerca de mí, con el arma en las manos, intentando imitar mi seguridad. Leo nos seguía, atento, aunque notaba en él una tensión creciente, como si presintiera algo.
Llegamos a un antiguo pueblo abandonado. Las casas estaban cubiertas de maleza, y los techos caídos daban la impresión de bocas abiertas dispuestas a tragarnos. El silencio era absoluto, roto solo por el crujido de nuestros pasos. Sabía que algo no estaba bien.
Y entonces lo vimos. Una criatura emergió de entre las sombras de una calle estrecha. No era como las demás: su cuerpo estaba cubierto de heridas que se cerraban en cuestión de segundos, y sus movimientos eran tan rápidos como erráticos. Un monstruo altamente evolucionado.
—Atrás —ordené, levantando el rifle.
Disparé. La bala impactó en su hombro, y por un instante pareció detenerse… pero en un segundo la herida se cerró. Avanzó hacia nosotros con un rugido ensordecedor.
—¡Abuela! —gritó Tania, intentando apuntar.
El monstruo se lanzó contra mí con una fuerza brutal. Sentí el golpe en el pecho, el aire escapando de mis pulmones. Caí al suelo, un dolor ardiente me atravesó. Apreté los dientes, sabiendo lo que significaba.
—¡Karen! —escuché la voz de Leo, desesperada.
Intenté levantar el arma, pero mis brazos ya no respondían con la misma fuerza. Vi a Tania disparar, su cuerpo temblando, lágrimas en sus ojos. El monstruo retrocedió unos segundos, lo suficiente para que Leo lo atacara con su cuchillo en un intento desesperado de distraerlo.
El frío comenzaba a recorrerme, lento pero implacable. Mis fuerzas me abandonaban. Miré a mi nieta, que seguía luchando con todo lo que tenía. Sus ojos se encontraron con los míos.
—Sobrevive… tú eres fuerte… —susurré, mi voz apenas un hilo.
En ese instante entendí que mi tiempo había terminado, pero que mi misión estaba cumplida: había preparado a Tania para sobrevivir.
El rugido del monstruo volvió a llenar el aire, y las balas de Tania impactaron una y otra vez hasta que la criatura quedó inmóvil, paralizada al menos por un instante. Leo cayó de rodillas, jadeando, cubierto de sudor y sangre.
Yo ya no podía moverme. El dolor se transformaba en un vacío frío. Sentí la mano de Tania sobre la mía, su llanto ahogado, su desesperación por no poder detener lo inevitable.
—No me dejes… —susurraba ella.
Quise responder, pero mis labios apenas se movieron. Mi último pensamiento fue ella, su fuerza, todo lo que aún debía enfrentar. Cerré los ojos con la certeza de que debía continuar, que debía sobrevivir y usar todo lo que le había enseñado.
El mundo se desvaneció, y lo último que escuché fue el grito de Tania, mezclado con el eco de un bosque que parecía llorar conmigo
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Comments
Habibah Habibah
Tu forma de describir los personajes y escenarios es tan vívida que me sentí como si estuviera dentro de la historia. 😍
2025-09-01
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