La traición en las murallas

La cima del acantilado todavía estaba impregnada del eco lejano de la caída. El viento arrastraba consigo jirones de niebla, y con ella, el rumor de una traición consumada.

—Ya está muerto, jefe. Cayó por el acantilado —dijo uno de los soldados, con una carcajada ahogada saliendo de su pecho—. ¡Jajajaja! El Príncipe Lucas, el mejor guerrero de Rubí, no pudo resistir una simple emboscada… ¡Eso sí que es gracioso!

Saúl no se rió. Solo clavó su mirada en el horizonte, donde las torres de la capital se dibujaban en la distancia como promesa y desafío. Luego, volvió su atención al grupo, su voz cargada de firmeza:

—Bien. Daremos el siguiente paso. Iremos al palacio de la capital. Muchos de los nuestros ya están listos para atacar. Solo necesitamos atravesar las murallas.

Abrió su zurrón con calma peligrosa y sacó un uniforme manchado de barro seco, con el emblema del príncipe aún brillante bajo la luz grisácea del amanecer.

—Ponte esto —le ordenó al más ágil del grupo, lanzándole la prenda—. Entrarás tú. Irás gritando que el príncipe ha muerto. Llora si puedes... grita con rabia, con dolor fingido. Las puertas se abrirán para ti.

El soldado asintió, esbozando una sonrisa torcida.

—A sus órdenes.

Las botas comenzaron a marchar cuesta abajo, hacia la ciudad adormecida. En las sombras de sus pasos, el destino de Rubí comenzaba a reescribirse.

El sol de la mañana acariciaba las copas de los árboles mientras una brisa ligera hacía bailar las flores del jardín. Cerca del antiguo laberinto, donde el tiempo parecía detenerse, la princesa Lucía reía con su madre, rodando por la hierba en un juego improvisado de escondidas.

—¡No me atrapas, mamá! —gritaba Lucía, con su vestido claro ondeando tras de sí como una estela de luz.

Su madre la seguía fingiendo lentitud, con una sonrisa cálida y el cabello suelto que el viento mecía suavemente.

por otro lado fuera del palacio

A lo lejos, el retumbar de los cascos sobre el empedrado anunció la llegada del jinete. El sol, filtrado por nubes proyectaba sombras alargadas sobre los muros de Rubí. El soldado montado tiró de las riendas bruscamente frente a la puerta principal del palacio, su voz rasgada por la urgencia:

—¡El príncipe ha muerto! ¡Abran las puertas! ¡Llevo un mensaje para Su Majestad!

Los guardias en lo alto de las murallas intercambiaron miradas breves y tensas. Uno hizo una señal. El portón comenzó a crujir, sus hojas de hierro y madera abriéndose con lentitud, como si la propia ciudad dudara.

En ese instante, antes de que la lógica pudiera alcanzar al presentimiento, una lluvia de flechas silbó desde la espesura cercana. Los guardias de la entrada apenas tuvieron tiempo de girarse: los proyectiles los atravesaron sin piedad, y algunos cayeron sin emitir un sonido.

Desde la polvareda surgieron filas de soldados enemigos, armados y sin escudo, lanzándose a través de la entrada aún abierta. La traición había sido efectiva.

Dentro del palacio de Rubí, el estruendo del combate alcanzó los patios. Los guardias reales desenfundaron sus espadas mientras el eco del acero chocando con acero anunciaba que la batalla había comenzado… y que nadie en la corte estaba a salvo.

Las torres del palacio de Rubí vibraban con los ecos de la batalla. El cielo comenzaba a teñirse de humo cuando un sirviente irrumpió en los jardines, jadeando, con el rostro cubierto de polvo.

—¡Majestad… el palacio está siendo atacado!

La reina detuvo su andar. Por un instante, su rostro mostró el peso de la noticia, pero solo fue un suspiro lo que dejó escapar antes de girarse hacia su hija. Lucía seguía jugando entre las flores, ajena al caos que se cernía.

La reina se arrodilló frente a ella, acariciándole las mejillas con ternura.

—¿Recuerdas el lugar secreto que tu padre te mostró? —preguntó suavemente.

—Sí, madre… me dijo que era nuestro secreto especial.

—Muy bien. ¿Qué te parece si jugamos a las escondidas? Yo cuento, y tú te escondes allí… pero prométeme algo, mi estrella: no salgas, pase lo que pase. No importa lo que escuches, tú no salgas, ¿entendido?

—Está bien, madre… lo prometo.

La reina sonrió con dulzura fingida y se cubrió los ojos.

—Uno… dos… tres…

Lucía corrió sin mirar atrás, sus pasos veloces la guiaron por los setos conocidos del laberinto. Al llegar al corazón oculto, empujó la puerta secreta y entró en la habitación, Cerró la puerta con cuidado. Se sentó en la cama, abrazando sus piernas, y esperó en silencio… creyendo que era solo un juego.

Mientras tanto, la reina dejó de contar. Se puso de pie, su expresión endurecida por la determinación. Siguió al sirviente por los corredores, donde los ecos del combate se acercaban. Al pasar por una sala adornada con tapices ancestrales, arrancó una espada del muro. El metal aún estaba frío… pero no por mucho tiempo.

—Si Rubí debe caer —susurró con firmeza—, lo hará luchando.

Y sin más palabras, se lanzó hacia el estruendo del acero y los gritos, lista para escribir el final de una era con su propia espada.

El salón del trono temblaba con cada impacto. Las columnas de mármol reflejaban el fuego que comenzaba a devorar los tapices reales, y las estatuas parecían testigos mudos del fin de una era. En el centro de todo, el rey Arturo luchaba como si el reino aún dependiera solo de él… y quizá así era.

Su espada —la misma que había blandido en batallas legendarias— trazaba arcos firmes, precisos, como si bailara al ritmo de la guerra. Su capa desgarrada ondeaba con cada giro, manchada de sangre y humo, pero su postura seguía erguida. Un enemigo se abalanzó con lanza en mano, pero el rey giró sobre su talón, desarmándolo con un solo golpe, y lo derribó sin perder el aliento.

—¡Por Rubí! —bramó, su voz resonando en las paredes como un trueno.

Varios enemigos vacilaron, intimidados no por la corona, sino por el fuego que ardía en sus ojos. Arturo no peleaba por gloria ni por venganza. Luchaba por su hija. Por su reina. Por la memoria de lo que ese palacio alguna vez significó.

Cada golpe que daba no era solo un acto de guerra, sino una promesa silenciosa: mientras él respirara, el corazón de Rubí no se rendiría.

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Tu talento es inigualable, no detengas🙌

2025-06-24

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