La emboscada

—¿Lucas, es cierto que te vas? —dijo Lucía a su hermano, mientras él preparaba su caballo para partir hacia la frontera.

—Sí, es verdad, Luci. Me ausentaré por un tiempo, pero volveré.

—¿Lo prometes?

—Sí, lo prometo —dijo con una sonrisa—. Volveré pronto. Pero tú cuidarás a mamá mientras no estoy, ¿de acuerdo?

—Sí, hermano. Lo haré. Te voy a extrañar mucho.

—Yo también, pequeña. Te extrañaré —respondió, y la abrazó.

—Querido hijo, el deber llama… pero antes de partir, déjame mirarte una vez más como madre, no como reina —dijo la reina Olivia, su voz temblando suavemente.

El príncipe Lucas se inclinó con respeto.

—Defenderé nuestras tierras con honor.

La reina Olivia asintió, luchando por contener las lágrimas.

—Que los vientos de Rubí te sean favorables… y que el estandarte que portas regrese sin mancha… ni luto. Cuídate mucho, hijo.

—Sí, madre —respondió Lucas, con

Una mezcla de valor y ternura.

El rey Arturo dio un paso al frente, con la mirada firme.

—Eres un gran guerrero. Sé que regresarás con la victoria.

—Serviré con honor, mi señor. Ningún enemigo quebrará la voluntad de nuestro pueblo —afirmó Lucas, antes de montar su caballo y partir entre los clarines del alba. Directo a la frontera, Lucas partió con su ejército, pero a mitad del camino fueron emboscados: una lluvia de flechas apareció en el cielo.

El cielo, qué momentos antes lucía sereno, se tornó repentinamente oscuro con la sombra de cientos de flechas descendiendo en silencio mortal. El silbido agudo y creciente quebró la calma del camino, y el sonido seco de la madera contra metal y carne llenó el aire. Los soldados apenas tuvieron tiempo de alzar sus escudos. Algunos cayeron sin comprender siquiera de dónde provenía el ataque. Desde la espesura, a ambos lados del sendero, figuras ocultas entre los árboles aprovechaban la confusión, Lucas, sorprendido, pero aún firme, gritó órdenes, intentando reagrupar a sus hombres mientras las flechas seguían cayendo como una tormenta implacable.

Se encontraba en el centro del caos, con la capa agitada por el viento y el rostro endurecido por la sorpresa. Sus ojos, abiertos de par en par, escaneaban rápidamente el campo, buscando entre el humo y el estruendo a los suyos. Aunque la emboscada lo tomó desprevenido, no titubeó. Su voz emergió potente, cortando el zumbido de las flechas.

—¡Escudos al frente! ¡Formación tortuga, ahora!

Sus soldados, aunque desorientados, reconocieron de inmediato la voz que tantas veces los había guiado. Guiados por sus gritos, comenzaron a reagruparse, cubriéndose entre ellos, levantando los escudos por encima de sus cabezas como una coraza viviente. Lucas, con sangre en la ceja y barro en las botas, se desplazaba entre ellos, jalando a los rezagados de las capas, empujando a los heridos hacia una pequeña hondonada a la derecha del camino.

—¡Arqueros, a retaguardia! ¡Esperen mi señal! ¡No disparen aún!

La lluvia de flechas comenzaba a menguar, y él sabía que el momento de responder se acercaba. Daba órdenes con autoridad, sin permitir que el pánico le robase la voz. Organizó dos flancos: uno que cubriría la retirada si era necesaria, y otro que avanzaría por el lateral derecho, donde los árboles eran menos densos.—¡Infantería ligera, por la izquierda! ¡Flanquéenlos! ¡No dejen que se retiren sin sentir el filo de nuestras espadas!

El bosque hervía de gritos y acero. Lucas se abrió paso entre la espesura como una fuerza imparable. Cada enemigo que surgía era una sombra en su camino, y a cada uno lo enfrentaba con ferocidad y determinación.

De entre los árboles saltó un guerrero con armadura de cuero, blandiendo dos espadas curvas. Lucas apenas tuvo tiempo de levantar su escudo: el primer golpe lo desvió, el segundo le cortó superficialmente el antebrazo. Con un gruñido, dio un paso lateral y arremetió con una estocada limpia al abdomen del agresor, que cayó sin un sonido. Pero no había respiro. Otro enemigo le lanzó una lanza desde la distancia. Lucas giró su torso y la evitó por centímetros. Sin dudar, recogió la lanza al vuelo y la lanzó de regreso: el proyectil se clavó en el pecho de su oponente con brutal precisión.

Su respiración era pesada, el sudor y la sangre se mezclaban sobre su frente, y aun así, sus ojos ardían con un fuego inquebrantable. En medio del caos, escuchó un alarido familiar: uno de sus capitanes, acorralado por tres adversarios. Sin pensarlo, Lucas se lanzó en su ayuda. Con un grito que rompió el fragor de la batalla, se abalanzó sobre los enemigos, derribando al primero con el golpe de su escudo y partiendo el yelmo del segundo con un tajo descendente y forzando al tercero a huir con un grito ahogado.

—¡¡Vamos!! —rugió al resto de sus hombres—. ¡¡Estamos vivos, y eso basta para vencer!!

Sus palabras electrificaron la línea. Los soldados, inspirados, cargaron con fuerza renovada. El sol comenzaba a ocultarse detrás de las copas de los árboles cuando el estruendo de nuevos tambores retumbó por el valle. Desde la colina al este, una nueva oleada de enemigos descendía como una marea oscura. Eran más numerosos… y más altos, con armaduras negras que brillaban con el último fulgor del día. Superaban en fuerza y tamaño a los exhaustos hombres de Lucas, y la balanza de la batalla se inclinó de golpe.

Lucas apenas tuvo tiempo de reagrupar a los suyos cuando el choque fue inevitable. Espadas chocaban con escudos, lanzas atravesaban corazas, y el aire se llenaba de gritos, polvo y sangre. Lucas luchaba con el furor de un león herido. A cada estocada, a cada corte, derribaba enemigos, pero sabía que por cada uno que caía, dos más tomaban su lugar. Uno tras otro, sus compañeros caían a su lado. Un espadachín enemigo lo atacó por la espalda, y Lucas se giró justo a tiempo para bloquear el golpe con la empuñadura de su espada. Respondió con un tajo horizontal que abrió el pecho del atacante. Otro rival vino desde la izquierda, y Lucas lo hizo trastabillar con una patada antes de clavarle la hoja en el costado.

Pero la presión no cesaba. Los enemigos lo empujaban sin piedad, y pronto Lucas se vio obligado a retroceder paso a paso, hasta sentir cómo la tierra se desmoronaba bajo sus talones: estaba al borde de un acantilado, la bruma del abismo lamiendo sus pies.

Respirando con dificultad, la espada temblando en su mano ensangrentada, Lucas miró al frente. Los enemigos se acercaban, seguros de su victoria, rodeándolo con lentitud, como lobos tras una presa solitaria.

Y aun así… no bajó la guardia. —Si he de caer —murmuró entre dientes—, lo haré luchando.

Y con un rugido, se lanzó hacia ellos una vez más. Los enemigos rodeaban a Lucas como una tormenta implacable. Él, con la última chispa de fuerza ardiendo en su pecho, se abalanzó contra ellos con un rugido que pareció sacudir la misma tierra. Su espada giraba como un relámpago, cortando el aire, hiriendo, resistiendo. Pero eran demasiados. Uno lo golpeó en el hombro, otro en la pierna, y un tercero lo empujó con el escudo.

Lucas trastabilló.

Sus botas buscaron apoyo, pero solo hallaron vacío. El borde del acantilado cedió bajo su peso, y el guerrero cayó. Primero hubo silencio. Luego, el silbido del viento.

Su capa ondeaba como una bandera desgarrada mientras descendía, su cuerpo cruzando la niebla del abismo. El cielo sobre él se desdibujaba, como si lo estuviera dejando atrás. Y, en ese instante suspendido en el tiempo, sus pensamientos fueron relámpagos: los rostros de sus hombres, los días de gloria, la promesa de volver a casa.

Y entonces, la negrura lo envolvió.

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🦩NEYRA 🐚

🦩NEYRA 🐚

Quiero más😃

2025-06-23

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