—¡Esto no puede estar pasando! —gritaba mi madre al ver que ninguna de las monlies se abría bajo la luz de la luna.
Nuestras preciosas flores... las que nos salvaban la vida, las que sanaban las heridas causadas por el veneno mortal de la plata, las que nos consolaban cuando nuestro compañero de alma nos abandonaba o rechazaba. ¿Qué haríamos sin ellas?
—Madre, por favor, cálmate. Tal vez solo sea un retraso. Quizá abran en un rato —le dije, aunque ni yo creía en mis palabras.
Cada vez eran menos las que florecían, y muchas ya estaban marchitándose. Sentía un nudo en la garganta, un vacío helado en el pecho.
Estoy convencido de que esto es un castigo de la Luna. Y cómo no habría de castigarnos, después de todo lo que la manada ha hecho. Soy el hijo del alfa, su heredero, pero ahora él yace en el hospital de la manada, herido de gravedad por balas de plata... y no tenemos ninguna monlie que pueda salvarlo. ¿Qué pasará si muere? ¿Qué pasará si debo ocupar su lugar? ¿Qué pasará si la Luna nos da la espalda para siempre?
Mi padre y su beta han sembrado el terror, dentro y fuera de la manada. Convirtieron a Silverclaws en la más temida, sí, pero también en la más odiada. Han matado, torturado, violado a inocentes. Han traicionado pactos, roto alianzas, aniquilado enemigos. Han desafiado a la Luna con cada acto impío.
Muchos lobos y sus familias huyeron a otras manadas. Yo he hecho todo lo que he podido para ayudarles a escapar de este infierno que antes fue mi hogar. He mentido, desobedecido, arriesgado mi vida. He hecho lo que fuera necesario para salvar a quienes pude.
De cachorro, admiraba a mi padre. Era un lobo imponente de pelaje azabache, el líder fuerte y justo que todos respetaban. Era mi héroe. No sé en qué momento se transformó en eso... en esa criatura cruel, despiadada, ese monstruo que me repugna y me aterra. Pero aun así... no quiero perderlo. Sé que soy débil por sentir esto. Debería odiarlo. Debería desearle todo el dolor que ha provocado... pero no puedo.
—Vamos, quiero estar con él hasta el final —suplicó mi madre, con lágrimas resbalando por sus mejillas.
Yo sabía que aún vivía. Ella lo sentía por el vínculo que compartían como mates. Pero también era evidente que su vida se apagaba. Yo también lo percibía: el dolor de su agonía, la sensación del lazo debilitándose. Él era mi padre. Mi alfa. Y lo estaba perdiendo.
Llegamos al hospital. En la entrada estaba el beta, gritándole a la compañera del delta, que lloraba desconsolada. A mi padre y a él siempre les había disgustado la debilidad. Supuse que ella lloraba por su compañero herido… o algo peor.
—¡Ya cierra la boca y deja de llorar, Bris! —le gritó Droch con evidente desprecio—. Él ya murió. Tus lágrimas de mierda no lo van a traer de vuelta. Ve a casa, recoge tus cosas. Ahora me perteneces.
Y le dio una bofetada que la hizo caer.
Me congelé. No solo por la violencia, sino por lo que implicaban sus palabras. ¿Cómo habíamos llegado a este punto? ¿Cómo era posible que Bris le perteneciera ahora a Droch?
Vi a Bris alejarse, cojeando, con sangre corriéndole por la comisura del labio. Me acerqué al beta, intentando mantener la compostura, y le pedí un informe sobre los heridos.
Ocho lobos. Dos ya recuperados, gracias a nuestras habilidades de sanación. Tres seguían en cirugía, con heridas profundas. Dos muertos… entre ellos, el delta. Y mi padre... aferrándose a la vida, apenas resistiendo el veneno.
La manada WhiteMoon se había defendido. Había sido nuestra manada la que atacó primero. Los nuestros, los de mi padre, quienes invadieron su territorio, secuestraron y ultrajaron a sus hembras sin distinción de edad. No éramos lobos. Éramos monstruos.
Entré en la habitación. Lo primero que recibí fue lo de siempre: su desprecio. Me llamó inútil por no haber conseguido ni una sola flor para curarlo. Rió con amargura, mirándome como si fuera una decepción andante. Luego, al ver a mi madre, su rostro se suavizó un poco.
—Mujer, ya deja de llorar. Estaré bien. Droch fue por una bruja para ayudarme —le dijo, sosteniéndole el rostro.
Él la amaba, o al menos eso creía. Pero mi madre… ya no. Era el vínculo lo que los mantenía juntos, nada más. Ella me miró con una mezcla de tristeza y determinación. Sabía lo que vendría. Ninguno de los dos había logrado detener la sed de poder de mi padre. Luego miró la ventana.
—Sé que es tarde, sé que es cruel —dijo mi madre, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.
—Mi luna, tranquila. Estoy seguro de que el inútil de mi hijo y mi beta podrán vengarnos mientras me recupero.
—Padre, te prometo cuidar bien de la manada mientras te curas.
—Me importa poco esa promesa —interrumpió él con desdén—. Yo quiero que acabes con la manada WhiteMoon —tosió—. Max, júrame que acabarás con todos. No dejes ni un cachorro con vida. Quiero que los extingas.
Lo miré, horrorizado. No iba a prometer eso. Sentí el miedo atenazarme el pecho. ¿Y si me obligaba? ¿Y si mi madre me dejaba solo?
—Padre, lo siento, eso no...
Mi madre me tomó la mano, llamando mi atención. Se separó de él y lo miró. Lo miró de verdad. Y entonces habló:
—Sé que es tarde. Sé que esto no compensa todo lo que permití… pero ya no más —se irguió con firmeza. Tomó aire, y sentí cómo apretaba mi mano, como si tomara fuerza de mí.
—YO, DAYANA KING, LUNA DE LA MANADA SILVERCLAWS, TE RECHAZO, TORIK WARRIK, COMO MI MATE Y COMPAÑERO DE VIDA.
Mi padre gritó. Un alarido desgarrador. Llevaban más de sesenta años unidos. Y ahora... el vínculo se rompía.
No podía creerlo. Miraba a uno y a otro, incapaz de procesarlo. Vi las lágrimas silenciosas de mi madre.
—Te amé desde el momento que la Luna nos emparejó —dijo ella, con voz quebrada—. Pero dejé de hacerlo cuando te vi disfrutar el daño que causabas… a tu manada. A tu cachorro. Creí que podías cambiar, pero no. Las monlies no eran para ti.
—Maldita… te di todo —susurró él, mientras sus ojos se cerraban—. ¿Por qué? ¿Por qué ahora?
—Porque no vas a contaminar más a mi hijo. Porque no vas a seguir siendo el monstruo que eres. Porque no mereces mi amor ni mi lealtad.
Y entonces... murió. Su corazón se detuvo. Su cuerpo quedó inerte. Su rostro reflejaba dolor, rabia e incredulidad. El vínculo se rompió. Y mi madre se desplomó.
La abracé, sintiendo en mis propios huesos el vacío, la confusión.
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Comments
✨✨Esmeralda Guzman✨✨
hola aquí acompañándote en esta nueva aventura a este lobito si lo dejaron terminar de hornearse bien jajajaja pero lamentablemente su padre no es un buen ejemplo 🤦🤦🤦🤦
2025-06-18
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