UN NUEVO COMIEZO
Cuando su vista se aclaro se encontró en una cama sencilla, en una habitación rústica de paredes de madera y suelo tambien de madera. Sentado a su lado, vio a una joven de cabello color miel y ojos marrones, vestida con un sencillo vestido celeste algo descolorido por el uso. Un pañuelo blanco recogía parte de su cabello, dejando ver su rostro de facciones suaves e inocentes.
Ayanos, aún aturdido y con un leve dolor en el pecho, se tranquilizó al ver la expresión preocupada y amable de la muchacha, que parecía tener más o menos su edad.
La muchacha parecía haberlo estado cuidando desde hacía un tiempo. Al ver un gesto de dolor en el muchacho, que intentaba reincorporarse, dijo con voz dulce:
—Tranquilo, no deberías levantarte tan repentinamente.
Antes de que pudiera agregar algo más, la voz de la joven fue interrumpida por el sonido de la puerta abriéndose. A través de ella entró un hombre de edad avanzada, de poco cabello y apariencia curtida por años de trabajo en el campo. Ayanos lo notó de inmediato; había trabajado en el campo en su vida anterior y reconocía bien esos rasgos.
El hombre, de voz clara pero incapaz de controlar su volumen —aunque su tono era pacífico—, exclamó:
—¡Al fin despertó nuestro huésped!
Se acercó a la cama y se colocó junto a la joven, que lo saludó con una sonrisa:
—Buenos días, abuelo.
Con notable cariño, el abuelo saludó gentilmente a su nieta y, con cortesía, al joven postrado en la cama. Este, haciendo un esfuerzo por incorporarse, les respondió con una leve reverencia:
—Buenos días. —Y, tras una breve pausa, agregó—: Muchas gracias por su hospitalidad, y perdón por las molestias que les he causado.
La muchacha sonrió, aceptando sus agradecimientos y disculpas, mientras el hombre soltaba una fuerte carcajada. Luego, colocando una mano robusta sobre el hombro de su nieta, se dirigió al muchacho:
—¡Es bueno ver a los jóvenes ser agradecidos y respetuosos!
Acto seguido, le dijo a su nieta que debían dejar al joven para que pudiera levantarse con calma.
—En el desayuno nos cuentas qué te sucedió —concluyó el abuelo.
El muchacho asintió en silencio y, quedando solo en la habitación, se levantó cuidadosamente. Notó entonces que, en una mesita en un rincón de la habitación, su ropa estaba limpia y cuidadosamente doblada.
"Que limpia esta" penso mientras tomaba con una sonrisa las prendas
La escena cambió a la cocina, tan rústica como la habitación, pero llena de una calidez especial, tal vez por el cariño entre el abuelo y su nieta, o quizás por el delicioso olor a pan recién horneado que impregnaba el aire. Se sentía acogedora.
El anciano esperaba sentado a la mesa, frente a un desayuno sencillo pero abundante: salchichas, huevos, pan, y una humeante taza de té de hierbas. La joven, mientras tanto, terminaba de servir el último plato.
En ese momento, el muchacho, ya vestido, entró en la cocina. El hombre sonrió ampliamente y le hizo un gesto invitándolo a sentarse con ellos.
Antes de comer, la joven, sin decir palabra, tomó la mano de su abuelo y la del joven. Los dos hombres, entendiendo el gesto, se tomaron de las suyas, cerrando así el círculo. La muchacha, con una expresión serena, se dispuso a hacer una oración:
—Dios Creador, que lo has planeado todo, te agradecemos de corazón que nos hayas hecho parte de tu plan divino.
Luego, los tres guardaron un momento de oración en silencio, con los ojos cerrados y las cabezas gachas.
Aprovechando este instante, Ayanos pensó en su interior, como si sus palabras pudieran llegar a ella:
"Fildi, estoy bien. Espero que tú también lo estés. Mantén esa hermosa sonrisa brillando... diosa tonta."
Al concluir la oración, comenzaron a comer. Sin embargo, antes de probar bocado, el joven decidió hablar:
—Me llamo Ayanos. Y, si les soy sincero, lo que me pasó ni siquiera para mí está claro. Así que lamento no poder despejar sus dudas aún —dijo, con un tono tranquilo y seguro, como parecía ser costumbre en él—. Pero puedo asegurarles que pagaré su amabilidad con trabajo, ya que, por ahora, no poseo dinero.
Mientras decía eso, Ayanos pensaba que revelar información sobre lo que realmente le había sucedido era peligroso, y que, por el momento, una mentira piadosa era la mejor opción. Concluyó diciendo que provenía de un pueblo muy lejano, y que no recordaba qué había pasado ni cómo había llegado hasta allí.
La muchacha lo miraba con atención, al igual que el anciano. Entonces, ella le dijo:
—Está bien, pero Ayanos, debes comer. Te encontré inconsciente hace tres días y aún no has probado bocado. Debes de tener hambre, y con el estómago vacío no deberías hablar de trabajo —añadió con una risa amable.
El anciano asintió, coincidiendo con ella, y agregó:
—Mi nieta tiene razón. Come. Además, a quien debes agradecer y retribuir es a ella, no a mí.
Luego, subiendo la animosidad de su tono, alzó el vaso y exclamó:
—¡Aunque admito que es bueno oír a los jóvenes hablar de trabajo!
Los tres en la mesa rieron con el comentario, relajando aún más el ambiente.
Tres días atrás, en un salón de concreto áspero, la atmósfera era opresiva. La escasa iluminación, fría y mortecina, solo acentuaba las sombras que trepaban por las paredes. Un círculo de personas vestidas con túnicas oscuras rodeaba el centro del salón, sus manos extendidas hacia el vacío, canalizando una energía brillante que formaba un complejo círculo mágico en el suelo.
De aquella intensa luz emergieron cinco figuras: tres varones y dos mujeres, vestidos con ropas modernas. Sus edades variaban entre los dieciséis y los veinticuatro años. La confusión era evidente en sus rostros: ojos desorbitados, bocas entreabiertas, miradas errantes. El entorno les resultaba completamente ajeno.
Frente a ellos, sobre un estrado de piedra tallada, se erguía un hombre imponente, vestido con ropajes reales y una corona que resplandecía bajo la pálida luz mágica. Con voz solemne, les dirigió unas palabras:
—Bienvenidos, héroes. Hoy comienza su leyenda como los salvadores de este mundo.
La escena regresó al pequeño pueblo donde se encontraba nuestro protagonista. Ayanos estaba de pie junto al anciano, frente a un campo que estaba siendo trabajado para el cultivo de trigo. El hombre le entrego una azada y dijo:
—A mí no me debes nada, pero... hoy hace falta una mano en el campo.
Ayanos, que no era ajeno a esas labores y deseoso de agradecer, no titubeó: tomó la herramienta y comenzó a trabajar. Con el tiempo, la confianza entre él, el anciano y la muchacha había crecido. Supo entonces que se llamaban Ronan y Beatriz, y que vivían solos en aquella casa.
El pueblo de nombre Pilati era pequeño, estaba situado en el rincón más alejado del continente. Su gente dependía casi por completo del cultivo y la crianza de animales para subsistir. Muy de vez en cuando, una carreta llegaba desde otros lugares, trayendo productos que no podían obtener por sí mismos.
Era un lugar pacífico.
Mientras Ayanos trabajaba, observaba cómo todos eran amables entre sí y también con él. La disposición de ayudar era algo natural en aquella comunidad, y esa calidez le llenaba el alma de una paz que hacía mucho no sentia.
Entre días de trabajo, mañanas de paz y noches de fiestas en la taberna, el joven comenzó a tomarle un profundo cariño a este mundo que la tonta diosa Fildi le había regalado por accidente.
Una nueva mañana comenzaba, y Ayanos, como ya era costumbre, se levantó temprano para iniciar su rutina. Después de un ligero desayuno, salió a correr como cada dia por medio, adentrándose en lo más profundo del bosque, donde la vista de los pobladores no podía alcanzarlo.
Allí, lejos de las miradas curiosas, practicaba sus habilidades. Tras casi un mes, había comprendido casi todo lo que Fildi le había otorgado: una mejora abrumadora en su fuerza, agilidad, visión y reflejos, que combinaba con su conocimiento en artes marciales, adquirido durante su juventud le permitian pulir su propio estilo de combate.
La manipulación de mana era especialmente útil. Gracias a sus enormes reservas, prácticamente no tenía límites en lo que podía lograr. Además, había perfeccionado una habilidad crucial: Creador de Hechizos, que le permitía combinar atributos como fuego, agua, gravedad, oscuridad y rayo para inventar conjuros nuevos o mejorar los que aprendiera.
Otra de sus habilidades únicas era Amo Auténtico, que le permitía formar contratos con casi cualquier ser vivo, siempre y cuando este aceptara de forma voluntaria.
Ahora, podíamos verlo en un descampado junto a la entrada de una cueva, en medio del espeso bosque. Sentado con las piernas cruzadas, extendía una mano hacia el frente, manifestando pequeños círculos mágicos del tamaño de un plato. Los círculos se entrelazaban, cambiaban de color y de simbología mientras Ayanos experimentaba con nuevas fórmulas.
Crear hechizos no era sencillo. Conseguir la combinación correcta requería paciencia y precisión, pero gracias a su vasto mana podía permitirse probar sin preocupación. Además, gracias a su experiencia en la Sala Blanca, había aprendido a absorber mana del entorno —aunque en cantidades menores—, algo que le daba aún más libertad.
Después de un rato de "jugar" con combinaciones, se puso de pie, sacudiéndose el pantalón con entusiasmo, y exclamó:
—Bueno... ¡Ahora probemos si funcionan!
Ayanos relajó su cuerpo y limpió su mente. Mientras exhalaba, juntó la punta de los dedos de ambas manos, formando un triángulo frente a él. Casi en un susurro, pronunció:
—Multiplicar Barreras.
Un brillo verde tenue lo envolvió por un instante, seguido de uno azul, luego rojo, y finalmente púrpura. El hechizo que acababa de crear, al que llamó Multiplicar Barreras, le permitía cubrirse simultáneamente con múltiples protecciones: anulación de estados alterados, resistencia al dolor, sanación reactiva y defensa contra ataques de mana.
Sonriendo con satisfacción, murmuró:
—Con esto podré estar tranquilo. No necesito mantenerme concentrado para que funcionen. Mientras tenga mana, no habrá de qué preocuparse... Y al conectarlas con la absorción de mana, seguirán activas aunque esté dormido o inconsciente. Además, no me agotarán ni a mi ni a mis reservas de mana...
Ayanos reflexionó en silencio.
"Ojalá en el futuro pueda aumentar la cantidad de barreras... pero por ahora, esto será suficiente."
Regresando al pueblo, Ayanos reflexionaba en silencio. Quizá ya era hora de aventurarse en este mundo desconocido. Sentia que ya había saldado su deuda, había forjado grandes amistades, y ahora sentía que su lugar estaba más allá de las fronteras conocidas. El deseo de hacerse más fuerte latía con fuerza en su pecho, impulsado por un sueño que compartía con todo fanático del género isekai: convertirse en un auténtico aventurero y no ibaa desaprovechar esta inusual oportunidad.
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