cap 2

UNA DIOSA, UN ERROR Y VARIAS RESPUES

Un latido.

Otro más.

La consciencia regresó de golpe.

Ayanos se incorporó con un sobresalto, el corazón aún desbocado. Miró a su alrededor, parpadeando varias veces. Estaba en su sala de estar, reconocible aunque ligeramente desordenada: unos cuantos libros abiertos sobre la mesa, una taza vacía a medio caer en el borde, y su consola de videojuegos todavía encendida.

Todo parecía normal, casi demasiado normal.

Frente a él, el televisor proyectaba con colores vivos el primer capítulo de Tensei Shitara Slime Datta Ken, su anime favorito. La risa animada de Rimuru resonaba en la habitación, llenando el silencio incómodo que lo envolvía. Por un instante pensó que tal vez todo había sido un sueño, una alucinación causada por otra noche de desvelo viendo anime... pero entonces la sintió.

Una calidez en su pecho.

Bajó la mirada y allí estaba: una muchacha pelirroja, acurrucada contra él, con sus ojos brillando de emoción mientras seguía atenta el anime. Era la misma que había visto en aquel vasto mundo blanco.

Ayanos se quedó inmóvil, la garganta seca. El peso de su cuerpo, el roce de su cabello, la sutil presión de su respiración contra su costado... todo era real.

No fue un sueño.

Respiró hondo, tratando de calmar la avalancha de pensamientos. Luego, con la tranquilidad forzada de quien se adueña de su propia casa después de un terremoto, le habló:

—Espero que esta vez hables un poco más.

La muchacha levantó la cabeza, sonriéndole con dulzura. Cerró los ojos un instante y, como si hubieran compartido mil charlas antes, respondió con voz melodiosa y cálida:

—Por supuesto que sí, Ayanos.

Ambos usaban un tono informal, natural, como si ya hubieran vivido juntos mil vidas en ese pequeño rincón del mundo.

Ayanos la miró de nuevo, luego recorrió con la vista su sala de estar... y volvió a mirarla, frunciendo ligeramente el ceño.

—Supongo que esta no es mi sala de estar —dijo, medio en broma, esperando confirmar su sospecha.

La muchacha se rió suavemente, llevándose una mano a la boca como si hubiera escuchado el chiste más encantador del mundo.

—Nop... estamos en tu subconsciente —explicó, sus ojos brillando con un destello de diversión—. O mejor dicho, en la manifestación de él.

Ayanos parpadeó, procesando lo que acababa de oír. Luego, con una calma tensa, preguntó:

—Ya veo... ¿y puedes explicarme qué me pasó? ¿Acaso morí?

Ella, en lugar de responder de inmediato, señaló el televisor, donde Rimuru seguía sonriendo en su aventura animada.

—Digamos que es algo parecido a eso —dijo, refiriéndose al anime—. Aunque tranquilo... no moriste ni vas a reencarnar.

Ayanos soltó una carcajada nerviosa, que se disolvió en un suspiro resignado.

"Por alguna razón, no me tranquiliza esa explicación..." pensó, sintiendo que apenas estaba rascando la superficie de algo mucho, mucho más grande.

Ella pareció ponerse un poco más seria, aunque sin perder ese brillo juguetón en la mirada.

—Escucha, mi nombre es Fildi, y soy la gran diosa del Paso —anunció, como si fuera la mayor obviedad del mundo—. Lo puedes ver por mi belleza incomparable. Y... por un error mío serás enviado a otro mundo —concluyó con una sinceridad tan descarada que casi resultaba graciosa.

Ayanos la miró como quien observa a un comediante intentando ser serio. Hubo una pausa incómoda entre ambos, hasta que finalmente explotó:

—¿¡Quéeee!? ¿Quién en sus cabales podría cometer un error así? —exclamó, casi indignado.

Pero apenas terminó de hablar, se dejó caer de espaldas sobre el sofá, rindiéndose, y clavó la vista en el techo. Con un tono más calmado, casi resignado, suspiró:

—Gracias por no darle vueltas al asunto...

Luego, con una sonrisa irónica y algo cómica, agrego.

—Al menos no tendré que trabajar más. Es un alivio.

Incorporándose un poco, miró a Fildi, quien jugueteaba avergonzada con uno de sus mechones rojizos, claramente sintiéndose culpable.

—Sé que mi vida no era perfecta —admitió Ayanos, inclinando la cabeza hacia atrás, mirando el techo con una expresión melancólica—. A veces parecía una tortura... pero tampoco era tan mala.

Fildi abrió la boca, queriendo decir algo, pero Ayanos, de pronto, volvió a mirarla, esta vez con una expresión serena, animada, casi desafiante, como si quisiera enfrentar la situación de la única forma que conocía: con actitud tranquila y animada.

—Ya no importa... —dijo, encarándola—. Explícame todo, Fildi.

Fildi, al notar la disposición de Ayanos, pareció relajarse aún más. Inspiró profundamente y, con un pequeño y elegante flotar, se puso de pie. Su expresión cambió: ahora tenía la seriedad meticulosa de una profesora dedicada, a punto de explicar un complicado pero fascinante tema a un alumno hambriento de conocimiento.

—Pues mira, existen tres diosas que conectamos tu mundo con el que te dirigirás —empezó, moviendo suavemente las manos como si dibujara los conceptos en el aire—: la diosa de la humanidad, la diosa de las almas y yo, la diosa del paso.

La primera se encarga de los invocados mediante rituales mortales, la segunda guía a las almas de los fallecidos aptos para reencarnar... y yo soy responsable de los portales que conectan a los invocados y a las almas con esas dos diosas, para luego enviarlos al otro mundo según lo que ellas indiquen.

Por eso recibí el título de "Gran Diosa del Paso".

Hizo una pausa, mirando de reojo a Ayanos para asegurarse de que seguía atento, y luego continuó, su voz un poco más baja, casi avergonzada:

—Pero... accidentalmente, mientras probaba unas cosas, abrí un portal justo frente a ti, cuando salías de tu casa.

Y una vez que entras en un portal, no hay forma de volver. Funcionan en un solo sentido... así que devolverte a tu mundo es imposible, incluso para mí.

Terminado su discurso, Fildi flotó ligeramente hacia abajo y se dejó caer con suavidad sobre la mesa ratona. Bajó la cabeza, como una niña regañada, mientras su voz se volvía un susurro triste:

—Y si pidiera ayuda a las demás... tal vez perdería mi puesto como diosa. Podría incluso... desaparecer.

Ayanos, omitiendo darle un regaño innecesario a esas alturas, asumió una postura pensativa, analizando en profundidad toda la información que Fildi le había brindado. Permaneció en silencio unos momentos, como si intentara encajar cada pieza del rompecabezas en su mente. Finalmente, rompió su trance con una voz tranquila:

—Entiendo... —dijo, asintiendo ligeramente—. Haber visto tantos isekai me ayuda a comprender mejor la situación. Además, me sentiría mal si desapareciera una diosa tan bonita por mi culpa.

Fildi, al escuchar el comentario, no pudo evitar sonrojarse, flotando un poco más bajo, como si quisiera ocultarse tras su cabello. Ayanos, con una leve sonrisa, añadió:

—Bonita, pero tonta...

Fildi soltó un pequeño bufido avergonzado mientras él continuaba, con la misma calma inquisitiva:

—Entonces explícame... ¿qué fue todo lo de la sala blanca?

Fildi se acomodó en el aire, moviendo sus piernas como si estuviera sentada en algo invisible, antes de hablar con una risita nerviosa:

—Ahh, eso... —comenzó, bajando la mirada un segundo antes de volver a verlo—. La sala blanca es un espacio entre ambos mundos. En ella te proporcioné poder y habilidades que necesitarías... ya que en el otro mundo, la magia y la fantasía son reales, y sin esas mejoras no durarías mucho.

Ayanos la observaba en silencio, sin interrumpirla, mientras Fildi continuaba, moviendo las manos como si dibujara en el aire las ideas que explicaba:

—Y... también agregué un regalo, como forma de disculpas —dijo, inflando ligeramente las mejillas, aún un poco avergonzada—. Te permití absorber ese lugar en tu interior, porque vi que tu potencial para reservar maná —que es la energía que mueve toda la magia allá— era enorme.

Se detuvo un momento, mirándolo como para asegurarse de que seguía entendiendo.

—Pensé que absorber todo el espacio, que estaba hecho completamente de maná, sería un gran regalo. —Sonrió, aunque su expresión se tornó un poco más asombrada al recordar—. Lo que jamás pensé es que tus reservas serían tan grandes que... ¡hasta te sobró espacio para almacenar todavía más!

Ayanos, aún recostado en el respaldo del sofa, soltó un breve silbido, impresionado.

—¿Así que no solo me diste un power-up, sino también una especie de batería mágica infinita? —comentó, medio en broma.

Fildi asintió con entusiasmo, flotando un poco más alto, como si su orgullo de "diosa" hubiera vuelto a inflarse.

—¡Exactamente! Bueno, infinita no, pero... muy, muy, muy grande y con entrenamiento podria volverse aun mas grande—corrigió, haciendo un gesto de tamaño exagerado con las manos.

Ayanos rió suavemente, su sonrisa ladeada.

—Ya veo... bonita, tonta, peligrosa... y generosa. —La miró de reojo—. Espero que no haya más sorpresas ocultas.

Fildi miró hacia otro lado, silbando de forma inocente.

Ayanos cerró los ojos un segundo, exhalando con resignación.

—Eso fue un "sí", ¿verdad?

Fildi, acelerada y agitando las manos, intentó convencerlo:

—¡Sí, sí! No quise intervenir más de la cuenta para no volver a meter la pata —confesó, inflando las mejillas.

Ayanos suspiró, tratando de creerle, y comentó en tono humorístico:

—Mejor así, entonces. Si sigues metiendo cosas en mí, quizás termine explotando.

Ella soltó una risita nerviosa, flotando cada vez un poco más arriba.

—Bueno, Ayanos, el tiempo se está agotando... Ya estás por despertar de verdad. Pronto nos volveremos a ver, tenlo por seguro. ¡Estaré esperando ansiosa ese día!

Ayanos, poniéndose de pie mientras la miraba elevarse más y más, le sonrió de lado:

—Es una pena no volver a verte, hermosa diosa... Pero seguro nos cruzaremos de nuevo. Aunque espero que no sea por otro errorcito —rió.

Ella, ya brillando con un tenue resplandor, le respondió desde arriba:

—Disfruta esta segunda vida al máximo... y cuídate mucho.

Rápidamente, Ayanos levantó la voz, curioso como buen fan del género isekai:

—¡Espera! ¿No tengo que salvar al mundo de un Rey Demonio o enfrentar alguna calamidad o algo así?

Fildi soltó una carcajada musical:

—¡Para nada! Tú no eres un héroe. Deja ese trabajo a los invocados. —Le guiñó un ojo—. Solo trata de vivir una vida de la que no te arrepientas... ¡y nunca dudes de esta bellísima diosa!

—Ah, y cuando despiertes, ¡no vayas a asustarla! —añadió con una sonrisa pícara, justo antes de deshacerse en un remolino de partículas de luz.

De pronto, Ayanos despertó de un sobresalto.

Con una sensacion de ya haber pasado por esto.

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