De vuelta en la soledad de mi habitación, el cansancio físico y emocional me pesaba como una losa. Me recosté en la cama, sintiendo el cuerpo dolorido palpitar bajo las vendas. Cerré los ojos, intentando bloquear las imágenes de mi padre enfurecido y la sonrisa cruel de River. Pero era inútil. Los fantasmas de la tarde me perseguían, haciéndome sentir atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.
Mientras luchaba contra el sueño, un ruido suave en la puerta me hizo abrir los ojos de golpe. No había llamado. La puerta se entreabrió lentamente, revelando la silueta de River en la penumbra del pasillo. Su rostro estaba oculto por la sombra, pero percibí una tensión diferente en su postura. No parecía el mismo chico burlón y sádico de antes.
—¿Jean? —susurró, con una voz que apenas reconocí. Era más suave, casi insegura.
Me incorporé en la cama, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. ¿Qué quería ahora? ¿Más burlas?
—¿Qué quieres? —respondí, mi voz aún ronca por el llanto y la tensión.
River dudó por un instante, como si estuviera debatiéndose entre entrar o marcharse. Finalmente, abrió la puerta un poco más y se deslizó dentro de la habitación, cerrándola con cuidado detrás de él. La poca luz que se filtraba del pasillo iluminó parcialmente su rostro, y por primera vez, no vi rastro de burla en sus ojos. Parecían... preocupados.
—Escucha —comenzó, su voz apenas un susurro—. Sé que... todo esto es una mierda. Y lo que te dije en el hospital... fui un idiota.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. ¿River disculpándose? Era algo que jamás habría esperado.
—¿Qué estás...? —comencé a preguntar, sintiendo la confusión apoderarse de mí.
—Mi padre es... complicado —continuó River, interrumpiéndome—. No es la persona más agradable del mundo. Y lo que dijo en la cena... no siempre es así. A veces... bueno, a veces se pasa.
Lo miré con incredulidad. ¿Estaba tratando de advertirme? ¿O era otra de sus tácticas retorcidas?
—¿A qué viene todo esto, River? ¿Estás planeando algo?
Negó con la cabeza lentamente, sus ojos azules fijos en el suelo. —No. Solo... ten cuidado. Con él. Y... conmigo también, supongo. No siempre soy... la mejor compañía.
Hubo un momento de silencio incómodo en el que ambos nos miramos, una conexión extraña formándose en medio de la oscuridad. Por primera vez, vi un atisbo de vulnerabilidad en River, una grieta en su fachada de chico cruel y desalmado. Quizás, solo quizás, la situación en esa casa era más compleja de lo que había imaginado. Tal vez River también era una víctima, atrapado en la misma red de opresión que yo.
Antes de que pudiera decir algo, un ruido de pasos pesados en el pasillo nos sobresaltó. Los ojos de River se abrieron con alarma.
—Mierda, es él. Tengo que irme.
Se acercó rápidamente a la puerta y la abrió con cuidado, asomándose al pasillo. Al ver que estaba despejado, me lanzó una última mirada, una mezcla indescifrable de advertencia y algo parecido a la súplica, antes de desaparecer en la oscuridad, dejando la puerta entreabierta tras de sí.
Me quedé sentado en la cama, con el corazón latiendo con fuerza, intentando procesar lo que acababa de suceder. ¿Qué significaba esa extraña conversación? ¿Por qué River, el chico que se había burlado de mi sufrimiento, me había advertido sobre su padre? Y ¿sobre sí mismo? La atmósfera en la habitación había cambiado. La opresión seguía ahí, pero ahora se mezclaba con una punzada de confusión y una creciente sensación de intriga. Tal vez sobrevivir en esa casa no sería tan simple como contar los días hasta la recuperación de mi madre. Tal vez había secretos ocultos tras las paredes de esa lujosa prisión, y River, el chico al que odiaba, podría ser la clave para descubrirlos.
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