capitulo 3

El silencio en la habitación era casi tan opresivo como el dolor que aún sentía en el cuerpo. Me senté en el borde de la cama, sintiendo el colchón duro bajo mis vendajes. Miré alrededor. No había nada personal, ningún objeto que me indicara que alguien alguna vez se había sentido cómodo en ese espacio. Era una habitación de repuesto, destinada a visitas breves y sin importancia. Tal como me sentía yo en esa casa.

Pasé los dedos con cuidado por las vendas de mi cabeza, recordando la furia en el rostro de mi padre y el golpe seco del tubo de cortina. La pregunta que me había atormentado en el momento del desmayo volvió a mi mente: ¿de verdad había tenido una buena vida? Mirando hacia atrás, la fachada de perfección se había desmoronado, revelando la crueldad latente bajo la superficie. Y ahora, aquí estaba, dependiente de las personas cuya existencia había sido, en parte, el catalizador de mi desgracia.

Un ruido en el pasillo me sobresaltó. La puerta se abrió lentamente, y River asomó la cabeza con una expresión que intentaba ser casual, pero en la que aún percibía un brillo de malicia.

—¿Sigues ahí, Cenicienta? Mi padre quiere verte abajo. La hora de la cena, supongo. No llegues tarde, no le gusta esperar.

Su tono era condescendiente, como si se dirigiera a un sirviente. Me levanté con cuidado, sintiendo un mareo momentáneo. Cada músculo de mi cuerpo protestaba, pero no quería darle a River la satisfacción de verme débil.

Salí de la habitación y lo seguí por el pasillo. Noté que me observaba de reojo, como esperando que tropezara o mostrara alguna señal de debilidad. No le di el gusto.

Al llegar al comedor, el padre de River ya estaba sentado en la misma cabecera de la mesa de la tarde anterior. Su mirada se posó en mí con una frialdad glacial. La mesa estaba puesta con una abundancia de comida que contrastaba con la atmósfera tensa.

—Siéntate, Jean —dijo su padre, sin dirigirme la mirada directamente. —Espero que tengas más apetito que esta tarde. No tolero el desperdicio.

Tomé asiento en la silla que River había ocupado antes, sintiéndome incómodo bajo la mirada de ambos. El silencio durante la cena fue pesado, solo interrumpido por el sonido de los cubiertos contra la porcelana. El padre de River comía con una precisión casi militar, sin pronunciar una palabra. River, por su parte, me lanzaba miradas furtivas, como si estuviera estudiando mis reacciones.

Intenté concentrarme en la comida, pero cada bocado me sabía a ceniza. La presencia de River, con su odio apenas disimulado, y la actitud autoritaria de su padre me hacían sentir como un intruso, un estorbo al que toleraban por pura obligación.

De repente, el padre de River dejó los cubiertos sobre el plato con un ruido seco, sobresaltándome.

—Jean —dijo, finalmente clavando sus ojos en mí. —Quiero dejar algo claro. Mientras estés bajo mi techo, seguirás mis reglas. No toleraré ninguna falta de respeto, ni hacia mí, ni hacia mi hijo. Entiendes?

Asentí en silencio, sintiendo la presión en mi pecho.

—Bien. Y recuerda que tu estancia aquí es temporal. En cuanto tu madre se recupere, te irás. No te hagas ilusiones de que esto es un hogar. Solo estoy cumpliendo con una obligación.

Sus palabras fueron como un balde de agua fría, disipando cualquier atisbo de esperanza que pudiera haber tenido. No era un acto de bondad, sino una carga que él estaba dispuesto a soportar temporalmente.

River sonrió con sorna, disfrutando de mi humillación. —Así que no te acostumbres demasiado, Jean. Este no es tu cuento de hadas.

La cena terminó en un silencio incómodo. Me levanté de la mesa en cuanto el padre de River me dio permiso, sintiéndome aliviado de escapar de ese ambiente opresivo. Mientras subía las escaleras hacia mi pequeña habitación, supe que los días venideros serían una prueba constante. Tendría que ser fuerte y sobrevivir en este hogar ajeno, contando los minutos hasta que pudiera volver a ver a mi madre y dejar atrás esta pesadilla. La única certeza que tenía era que mi odio hacia River solo había crecido en esas pocas horas bajo su mismo techo.

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