El ambiente en la habitación se tensó con la partida de los hombres. El atardecer que antes me había parecido hermoso ahora proyectaba sombras largas y amenazantes sobre las paredes blancas del hospital. La idea de ir a vivir bajo el mismo techo que River y su padre me llenaba de angustia. No confiaba en ninguno de los dos. River era un sádico que disfrutaba de mi sufrimiento, y su padre... había algo en su mirada fría y sus palabras amenazantes que me helaba la sangre.
Unos minutos después, la puerta se abrió de nuevo, revelando la figura imponente del padre de River. Su expresión era impaciente.
—¿Estás listo, muchacho? No tengo todo el día.
Asentí en silencio, con un nudo en la garganta. Las enfermeras me ayudaron a levantarme de la cama. Cada movimiento era un recordatorio punzante del brutal ataque de mi padre. Con pasos lentos y torpes, seguí al padre de River fuera de la habitación. River nos esperaba en el pasillo, con los brazos cruzados y una expresión de fastidio en el rostro.
—Por fin. Ya era hora —murmuró, rodando los ojos.
El padre de River le lanzó una mirada de advertencia, y River se calló al instante. Caminamos en silencio por los pasillos fríos y asépticos del hospital hasta llegar al estacionamiento. Un coche negro y brillante nos esperaba. El padre de River abrió la puerta trasera y me indicó con un gesto brusco que entrara. Me acomodé con dificultad en el asiento, sintiendo el dolor punzante en cada movimiento. River se sentó a mi lado, manteniendo una distancia considerable, como si temiera contagiarse de mi desgracia.
El trayecto hacia la casa fue silencioso y tenso. Yo miraba por la ventana, sintiendo cómo la oscuridad de la noche reflejaba la oscuridad que se cernía sobre mi futuro. La casa de River era grande y lujosa, un contraste abrumador con la atmósfera opresiva que sentía. Al entrar, la decoración elegante y fría no me ofrecía ningún consuelo. Todo parecía ajeno, amenazante.
—Esta será tu habitación —dijo el padre de River, señalando una puerta al final de un pasillo amplio. —Es pequeña, pero suficiente para ti. No causes problemas y mantén todo limpio.
Entré en la habitación. Era austera, con una cama individual, un pequeño escritorio y un armario vacío. No había nada que me hiciera sentir bienvenido.
—La cena estará lista en una hora. Baja cuando te llamemos —ordenó el padre de River antes de marcharse, dejando a River y a mí solos en el pasillo.
River me miró con una sonrisa sardónica. —Bienvenido a tu nuevo hogar, Jean. Espero que disfrutes tu estadía. No esperes mucha hospitalidad. Después de todo, sigues siendo el mocoso que arruinó un poco mi vida "perfecta".
Sin esperar una respuesta, se giró y se fue, dejándome solo en la pequeña habitación, sintiéndome más vulnerable y desdichado que nunca. El miedo se apoderaba de mí, y la incertidumbre de lo que me deparaba el futuro en esa casa se convirtió en una pesada losa en mi pecho. Sabía que estos serían días difíciles, y la presencia constante de River, con su odio palpable, haría que cada momento fuera una tortura. Solo podía aferrarme a la esperanza de que mi madre se recuperara pronto y pudiera sacarme de este infierno.
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