El amanecer en Tinsel olía a galletas recién horneadas, pero en la colina Esmeralda olía a… mal humor.
Grax se levantó con aún más ganas de odiar la Navidad que el día anterior. Se asomó por la ventana y vio algo que lo hizo resoplar con fuerza:
Lía subiendo la colina con dos cajas enormes llenas de adornos.
—No… no, no, no… —murmuró—. ¿Por qué no se rinde esa mujer?
Max II ladró alegremente, como si estuviera emocionado por verla.
—Tú también estás en mi contra —le gruñó Grax.
Unos minutos después, tres golpes optimistas sonaron en la puerta.
“Toc-toc-toc… ¡Buenos díassss!”
Grax abrió apenas un poco, lo suficiente para sacar un ojo verde.
—No pedí nada.
—Pero yo sí vine —respondió Lía pasando a su lado con las cajas—. Vamos a empezar contigo o vas a romper el récord de “el grinch más difícil de tratar”.
—Ese récord ya lo tengo —bufó él.
Lía dejó las cajas en el suelo y se puso las manos en la cintura.
—Hoy pondremos luces exteriores. Es un paso básico. No te va a matar.
—Eso dices tú —refunfuñó Grax—. Esas luces parecen armas de tortura emocional.
⸻
Mientras Lía instalaba una escalera afuera, varias personas del vecindario pasaron cerca del camino que iba hacia la casa del Grinch. Todos la miraban con los ojos muy abiertos, en plan “¿qué demonios hace allí?”.
Una señora mayor, la Sra. Candelaria, se acercó a Lía rápidamente.
—Hijita, ¿tú qué haces ahí arriba en esa colina? —preguntó preocupada.
—Trabajando con Grax, ayudándolo con la decoración —respondió ella, sonriente.
La señora casi se ahoga con su propio aliento.
—¡Ay, niña! ¡Pero ese grinch está loco! No le hables mucho, que tiene mirada de secuestrador festivo. Y dicen que habla solo con un tono escalofriante.
Lía se contuvo la risa.
—No es para tanto…
—¡¿Cómo que no?! —interrumpió el panadero Don Ron–. A mí una vez me miró fijo… y sentí que me analizaba el alma.
—Eso se llama tener ojos —respondió Lía, divertida.
Otro vecino agregó:
—Dicen que si lo miras mucho tiempo, te insulta en voz baja. Y también huele a bosque mojado.
—Ay, por favor —soltó Lía—. Solo necesita compañía.
Todos se quedaron en silencio… y luego, al mismo tiempo, movieron la cabeza negando con fuerza.
—¡Mira, niña! ¡Ese ser no necesita compañía! Necesita exorcismo navideño… o terapia, o algo —dijo Don Ron.
—Es raro, sí —concedió la señora—. Y da un poquito de miedo. Pero tú eres valiente.
Lía les dio una sonrisa amable.
—Gracias por preocuparse, pero estaré bien.
Los vecinos retrocedieron como si ella fuera a subir al Monte Maldito.
—Bueno… tú sabrás. Pero si no regresas en una hora… —dijo Don Ron señalando su reloj—. Mandaremos una patrulla de villancicos armados.
Lía soltó una carcajada y regresó donde Grax.
⸻
Grax estaba sentado en el porche, completamente decidido a no cooperar. Su expresión era una mezcla de aburrimiento, fastidio y sospecha.
—¿Y ahora qué te dijeron? —preguntó sin levantar mucho la vista.
—Que eres raro, que das miedo y que no debería estar aquí —dijo Lía, como si comentara el clima.
Grax sonrió con orgullo.
—Por fin algo inteligente sale de ese vecindario.
—Ay, por favor —dijo ella—. Deja el drama. Ayúdame a conectar las luces.
—No pienso tocar esa cosa —gruñó él—. Si me electrocutan será tu culpa.
—Grax… solo pon tu dedo en este cable.
—¿Para qué?
—Para que te dé un mini toquecito motivador.
—¡NO! ¡Aléjate de mí con esa cosa!
Lía rodó los ojos.
—Está bien, gruñón. Yo las conecto.
Mientras ella intentaba encender las luces, Grax la observaba desde la puerta, cruzado de brazos. No quería admitirlo, pero estaba impresionado de que no hubiera salido corriendo después de todas esas advertencias.
Lía chasqueó la lengua.
—No prende la tira de luces. Dame un minuto.
Grax levantó una ceja.
—¿Qué? ¿Tu magia navideña no sirve hoy?
—Puede fallar a veces —respondió ella—. No soy un duende, Grax.
Él la miró fijamente.
—¿Segura? Porque hablas demasiado para ser humana.
—Y tú gruñes demasiado para tu edad.
Ambos se miraron con una mezcla de desafío y… ¿curiosidad? No, imposible. Grax no podía sentir curiosidad por un ser tan brillante y ruidoso.
Lía volvió a la caja, sacó otra tira de luces y las probó. Esta sí encendió con fuerza.
—¡Perfecto! —exclamó—. A ver cómo se ven.
Colgó las luces alrededor de la entrada de la casa. Y cuando terminó, se apartó con las manos en la cintura.
—¡Tarán!
Grax salió unos pasos para verlas.
Las luces parpadeaban suavemente, iluminando la cabaña con un brillo cálido… demasiado cálido para su gusto.
Grax entrecerró los ojos.
—Parece que mi casa tiene fiebre.
—Tu casa ahora tiene vida —corrigió Lía—. Algo que tú no demuestras casi nunca.
Grax bufó.
—¿Ya terminaste? Tengo cosas más importantes que hacer.
—¿Como qué? —preguntó ella.
Grax se quedó callado.
Porque… no tenía nada importante que hacer.
Lía sonrió en silencio, dándose cuenta.
—Mañana sigo con el árbol —dijo ella, guardando sus herramientas—. Y te aviso desde ahora: no me voy a rendir contigo.
Grax se puso más tenso de lo normal.
—Haz lo que quieras —dijo, intentando sonar indiferente—. Pero no esperes que te agradezca.
Lía lo miró con una expresión suave, casi comprensiva.
—No lo hago para que me agradezcas, Grax. Lo hago porque… creo que necesitas un poco de luz.
Grax apartó la mirada rápidamente, molesto.
—Lárgate ya —murmuró.
—Nos vemos mañana, gruñón —dijo Lía mientras bajaba la colina.
Max II se sentó junto a su dueño.
Grax suspiró.
—No entiendo, Max… ¿por qué sigue viniendo?
Max II ladró una sola vez.
Como diciendo:
Porque eres más bueno de lo que tú crees.