Durante más de un año y medio, Aylin estuvo enamorada en silencio.
De un chico que nunca le habló, pero que habitaba todos sus pensamientos. Era tímida, reservada, de esas que sonríen bajito y prefieren mirar desde lejos.
Un día, en la heladería de la escuela, el destino pareció jugarle una broma.
Él estaba ahí, con sus amigos. Entre risas, uno de ellos lo empujó y su brazo rozó apenas la espalda de Aylin.
Ella sintió el contacto, reconoció el toque, y aunque todo su cuerpo le gritaba que mirara atrás, no se atrevió. Siguió caminando, el corazón latiéndole tan fuerte que apenas escuchaba a sus amigas. Detrás, el chico solo alcanzó a regañar a sus amigos, nervioso.
El fin de ciclo escolar llegó, y una vez más el destino los cruzó. En la parada del autobús, Aylin lo vio. Quiso hablarle, juntar el valor, pero su transporte llegó demasiado pronto. Solo alcanzó a mirarlo de reojo... y descubrió que él también la estaba mirando.
Subió al camión con las manos temblando.
Pasaron las vacaciones sin volver a verlo. Vivían en pueblos distintos, pero eso no impidió que Ailyn pensara en él todos los días.
Contaba emocionada las horas para regresar a clases.
Una semana antes del inicio, tuvo que ir a inscribirse. Y ahí estaba él.
Solo fue un instante, pero su corazón latió tan rápido que el mundo se le hizo pequeño.
Fue el mejor momento de todas sus vacaciones.
De regreso a clases, todo volvió a la rutina. Pero un día, en el recreo, Ailyn y su amiga Nadia se sentaron a comer en una de las mesas del patio. Esperaban a sus otras dos amigas, Lucia y Maya.
De repente, los amigos del chico —y él mismo— se sentaron justo en su mesa.
A se quedó paralizada.
No dijo una palabra, apenas respiraba. Escuchaba sus voces y reía en silencio, sin atreverse a levantar la vista.
Aylin y Nadia se fueron del lugar, su corazón seguía desbocado.
Llegó el Día de Muertos y con él, los ensayos para el desfile.
Aylin no participó, pero el chico sí. Llegaba temprano, y aunque Aylin entraba más tarde, siempre lo buscaba inconscientemente con la mirada. Y cuando lo encontraba… él también la estaba mirando.
Los amigos de él comenzaron a notarlo.
Cada vez que Aylin pasaba cerca, los codazos se hacían presentes, las risas disimuladas también.
Y ella, cada vez más confundida, más ilusionada.
Pero la historia no era justa.
Una noche, un mensaje desconocido llegó a su teléfono. Era un chico de la misma escuela, César.
Aylin respondió, por cortesía. Hablaron por semanas, se volvieron cercanos.
Hasta que César le preguntó si quería ser su novia.
Aylin no supo qué decir.
Contó todo a sus amigas. Maya, entusiasmada, tomó el celular y dijo sí sin pensar.
Aylin se sintió avergonzada, arrepentida. Quiso explicarlo, pero ya era tarde.
Nadia, intentando consolarla, le dijo:
—Acéptalo. De todos modos, el chico que te gusta nunca te hará caso.
Aylin se quedó callada. Esas palabras la hirieron más de lo que imaginaba.
Y, entre la tristeza y la inseguridad, terminó aceptando.
Un día, vio al chico que le gustaba mientras estaba con César.
Sus miradas se cruzaron. En su rostro, él mostraba una sorpresa silenciosa.
Y ella… sintió que algo dentro de sí se rompía.
No quería lastimar a César, ni enfrentarse a sus sentimientos. Pero tampoco podía olvidar a aquel chico.
Pasó un mes.
Y entonces Nadia, su amiga, le contó emocionada que tenía novio.
Aylin sonrió, hasta que Nadia dijo su nombre.
Era él.
El chico al que Aylin había amado por tanto tiempo.
El mundo se le vino abajo.
No dijo nada, solo apretó los puños mientras las lágrimas le quemaban los ojos. Aunque en el fondo Aylin, se sentía estúpida por enojarse con Nadia, porque no tenía derecho en enojarse.
Lucia la apoyó, furiosa por la traición.
Maya trató de calmarla diciendo:
—No vale la pena pelear por un chico. La amistad es más importante, ¿no?
Aylin asintió.
Pero en su interior, sabía que había perdido algo que nunca fue suyo,
y que esa pérdida dolía más que cualquier ruptura.
.
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★★★
Pasaron los meses.
Aylin y Nadia terminaron en escuelas distintas, y el tiempo hizo lo suyo: enfriar las palabras, curar a medias las heridas.
Una tarde, entre mensajes, Nadia le confesó algo que dejó a Aylin en silencio.
El chico, aquel que Aylin amó tanto y por quien había llorado en secreto,
solo había salido con Nadia por una apuesta.
Por un momento, Aylin no supo qué sentir.
No fue alegría, ni venganza, ni consuelo.
Solo un vacío.
Porque en el fondo, eso no cambiaba nada.
No borraba el amor que ella sintió, ni la ilusión con la que lo miraba a escondidas, ni las veces que deseó tener valor para hablarle.
Tampoco borraba el cariño que tenía por Nadia.
Aylin solo respiró hondo y escribió:
—Ya no importa.
Y de verdad, ya no importaba.
No porque el dolor se hubiera ido, sino porque había aprendido a vivir con él.
Aylin comprendió, finalmente,
que algunas personas solo están destinadas a ser recuerdos.
Y que incluso los recuerdos más tristes pueden tener algo de belleza.
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No todas las historias necesitan un final feliz.
Algunas terminan en silencio, pero ese silencio también guarda lo que el corazón no pudo decir.
Porque no todos los amores están hechos para quedarse; algunos solo vienen a doler un poco y a recordarnos que sentir también deja cicatrices.
A veces lo que no fue… también deja huella.
Y aunque duela, eso también es amor.