No te amé por lástima, sino porque, por primera vez, sentí algo que no sabía nombrar.
Nunca había dicho “me gustas”, ni había querido tanto hacer sonreír a alguien.
Solo quise ser una luz chiquita en tus días tristes, sin imaginar que terminaría apagándome un poco en el intento.
Me ilusioné con tus palabras —con esos “eres hermosa”, con tus bromas, con tus silencios—
y confundí tus gestos con cariño.
No supe ver el rechazo, porque no quería verlo.
Y aunque no fuimos nada, yo creía que tal vez sí.
No fuiste cruel, pero fuiste confuso.
Y yo, sin saber amar, te di todo lo que creía que era amor.
Hoy no te culpo… ni me culpo.
Solo entiendo que fui una chica aprendiendo a sentir por primera vez,
que confundió atención con afecto, ilusión con amor verdadero.
Fuiste mi primer error bonito,
el que me enseñó que no todos los “casi” merecen quedarse.