Capítulo 1 — La fotografía
Ariadne no creía en el destino.
Ni en los amores eternos.
Ni en esas historias en las que alguien promete encontrarte “en otra vida”.
Hasta que encontró la foto.
Había ido al mercado de antigüedades buscando un marco para un proyecto de arte. Entre los objetos viejos, amarillentos por el tiempo, una fotografía cayó al suelo.
En ella, una pareja sonreía frente a un lago.
Él llevaba un abrigo gris, ella un vestido azul.
Ambos parecían felices…
Pero lo que heló su sangre fue la mujer.
Tenía su cara.
Sus mismos ojos.
La misma cicatriz sobre la ceja derecha.
Y, al reverso, una fecha:
5 de octubre de 1925.
Exactamente cien años atrás.
Y un nombre escrito a mano con tinta negra:
“Para Lysander, con amor eterno. —A.”
Capítulo 2 — El retrato
Esa noche, Ariadne no pudo dormir.
La fotografía la miraba desde la mesa de luz, como si fuera una ventana abierta a otro tiempo.
En la madrugada, el reflejo del espejo la sobresaltó: por un instante creyó ver su rostro con aquel vestido azul.
Decidió investigar.
El anticuario le dijo que la foto pertenecía a una antigua hacienda abandonada en las afueras de la ciudad, conocida como Villa Nerea.
Ariadne fue.
La casa estaba cubierta de hiedra y polvo, pero algo en su interior parecía esperarla.
Subió las escaleras, guiada por una sensación inexplicable.
Y en una de las paredes, lo vio.
Un retrato al óleo, cubierto por una capa de polvo.
El hombre de la foto.
Cabello oscuro, mirada melancólica.
Abajo, la firma del pintor: Lysander Vale.
Y una frase escrita con pinceladas suaves:
> “Te encontraré, aunque el tiempo me odie.”
Capítulo 3 — El reloj roto
Cuando bajó al salón principal, un reloj de péndulo comenzó a sonar.
Las agujas marcaban las 3:15 p.m., pero no se movían.
Ariadne lo tocó.
El aire se estremeció, el suelo pareció temblar, y por un segundo el polvo se disipó.
Frente a ella, la casa ya no estaba abandonada.
Luces encendidas.
Música de piano.
Y un hombre, con el mismo rostro que el del retrato, se acercaba a ella.
—Tardaste —dijo con una sonrisa triste.
Ariadne retrocedió, confundida.
—¿Quién sos?
—Soy quien juró esperarte. —Sus ojos se ablandaron—. Lysander.
Ella negó con la cabeza.
—Esto no puede ser real.
—Tampoco lo fue morir sin despedirme. —Su voz se quebró—. Llevás un siglo prometiéndome volver.
El reloj volvió a sonar.
El mundo se estremeció.
Y antes de que pudiera reaccionar, todo se desvaneció.
Capítulo 4 — Las cartas
Durante los días siguientes, Ariadne buscó respuestas.
En la biblioteca local, halló una colección de cartas entre Ariadne Solen y Lysander Vale, datadas de 1925.
En la última carta, fechada el mismo día que la fotografía, ella escribía:
> “Si el tiempo se atreve a separarnos, le juro que sabrá de mí en otra vida.”
El corazón le latía con fuerza.
El reloj, el retrato, el nombre.
Todo coincidía.
Y entonces lo comprendió:
Ella era Ariadne Solen.
Renacida.
Cumpliendo su promesa.
Capítulo 5 — Donde el tiempo se detuvo
Volvió a la hacienda al anochecer.
El reloj seguía marcando las 3:15 p.m.
Lo tocó de nuevo.
Y, como antes, el aire se rompió.
La casa revivió.
Y Lysander estaba allí, esperándola.
Esta vez no huyó.
Lo abrazó.
Él la sostuvo con la misma ternura de cien años atrás.
—Pensé que el tiempo te había borrado —susurró él.
—El tiempo no puede con lo que es eterno —respondió ella.
El reloj sonó una última vez.
Y se detuvo.
Los dos quedaron atrapados entre los segundos de un amor que desafió al tiempo.
La hacienda se volvió silencio, pero en el aire quedó el eco de una promesa cumplida:
> “Donde el tiempo se detuvo, el amor siguió latiendo.”
FIN