Desde pequeña me enseñaron que la naturaleza era algo sagrado, místico, casi divino.
Los elfos hemos mantenido nuestra unión con La Madre Naturaleza, a diferencia de otras especies a las que no quiero nombrar —Ejem Humanos —, los cuales han mancillado dicho pacto, riéndose de la naturaleza misma.
Recuerdo la primera vez que entré en conexión con la naturaleza, con la diosa Eva. Sólo tenía siete veranos, me encontraba en el jardín trasero del palacio real.
Madre, bailaba con el viento no muy lejos de padre y yo. Las hojas que yacían en el suelo y las que se adherían al cerezo bajo el cual se encontraba mi madre, se movían al ritmo de su danza. Sumisos, obedientes a la reina que manejaba el viento a su antojo.
Yo la miraba embelesada.
—Padre —Llamé sin apartar mi vista de madre—, Yo también quiero mandar al viento como mamá.
Padre negó con la cabeza, adornando su rostro con una sonrisa.
El Rey estaba sentado bajo un roble, su espalda apoyando el mismo.
—Tu madre no manda al viento.
—Yo veo que sí —Protesté—. Ella manda al viento.
—No.
Puse los ojos en blanco mientras me ponía de pie. Antes estaba sentada de frente a él, pasé a mirarle por encima del hombro.
—¡Lo que pasa es que le tienes envidia a mi mamá porque ella le manda al viento y tú no!
Padre enarcó una ceja, se puso de pie y posicionó sus manos en sus caderas. Casi tuve que caerme de espaldas para mirarlo a los ojos.
—Tu madre no le manda al viento, además yo sé hacer algo más divertido que eso.
—¿Qué cosa?
Padre, sin darme tiempo de procesar nada, me cargó con sus dos manos. Cerré los ojos dejando escapar una carcajada, cuando los abrí me encontraba sentada en sus hombros.
Todavía riendo, utilicé su calva como tambor; pero no muy fuerte, había que ser un poco compasiva.
—Ser un tambor no es divertido —Continúe quejándome—, todos podemos ser tambores.
Padre posicionó sus manos en mis pies, mientras retrocedía, alejándonos del roble; cada paso que daba me hacía sentir como si estuviera cabalgando un Pegaso.
—Presta atención hija.
Asentí aunque sabía que no podía verme.
Observé el roble, mientras padre murmuraba no sé qué.
De pronto, las ramas del árbol se extendieron por los lados, lo hacían despacio.
—¡Papá el roble tiene vida!—Abrí los ojos como platos— ¡Nos invaden!
Él sólo río, mientras el enemigo se acercaba a nosotros.
Las ramas del roble estaban ya cerca de mi cara, yo todavía permanecía boquiabierta.
—La naturaleza no recibe órdenes de nadie Eléia, sino que oye tu petición y decide si ayudarte o no.
Las ramas del roble me rodearon y me zafaron de los hombros de papá mientras el hablaba.
»Si eres amable con la naturaleza, la naturaleza lo es contigo. Es un balance.
Las ramas me alzaron lentamente, casi veía la ventana de mi alcoba.
Y cesaron sus movimientos.
Pero no sé qué pasó, quería bajar, estar en la tierra.
Y las ramas parecían obedecerme mi deseo.
Me soltaron de repente y de no ser por la ráfaga de viento de mamá me habría roto una pierna.
Ése fue el primer y único contacto directo que tuve con Eva.
Desde entonces no volví a lograr tal cosa. Los árboles no me obedecían ni el viento o el agua me hacía caso.