En el corazón de la bulliciosa ciudad, vivía un hombre llamado César, un individuo cuya ambición no conocía límites. Desde temprana edad, César se había convencido de que estaba destinado a la grandeza, que era el número uno en todo lo que hacía. Su ego inflado lo cegaba ante las necesidades de los demás, y su sed de poder lo consumía por completo.
César se abrió camino en el mundo de los negocios con una determinación implacable, pisoteando a cualquiera que se interpusiera en su camino. Su lema era "el fin justifica los medios", y no dudaba en recurrir a la manipulación y la traición para alcanzar sus objetivos. Su riqueza y su poder crecieron rápidamente, y César se convirtió en una figura prominente en la ciudad.
Sin embargo, a medida que César ascendía en la escala del éxito, su arrogancia crecía en proporción. Se comparaba a sí mismo con el rey Nabucodonosor, quien, en su orgullo, se creyó un dios (Daniel 4). Al igual que Nabucodonosor, César se olvidó de la humildad y la gratitud, y se atribuyó todo el mérito de sus logros.
Un día, en la cima de su poder, César pronunció un discurso ante una multitud de admiradores. "¡Miren todo lo que he logrado!", exclamó con voz altiva. "¡Soy el hombre más grande de esta ciudad, y nadie puede igualarme!".
En ese momento, como un eco de la historia de la Torre de Babel (Génesis 11), un terremoto sacudió la ciudad, y el edificio más alto, la torre de oficinas de César, se derrumbó sobre sí mismo. La multitud huyó despavorida, y César quedó solo, rodeado de escombros.
En medio de la devastación, César se dio cuenta de la futilidad de su ambición. Había construido su imperio sobre la arena del egoísmo, y ahora todo se había desmoronado. Recordó las palabras de Jesús: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?" (Marcos 8:36).
César había perdido su alma en su búsqueda de poder y riqueza. Había sacrificado su integridad, sus relaciones y su propia humanidad en el altar de la ambición. Ahora, solo y arrepentido, César comprendió la verdad: la verdadera grandeza no se encuentra en la cima del éxito, sino en la humildad y el servicio a los demás.
Miles de oportunidades da la vida, pero si estas cegado por tu propio egoísmo, es muy probable que aprendas de la peor manera que no todo es el egoísmo del yo, césar lo tuvo todo, pudo ser un ejemplo para otros, pero no reconoció la ayuda que recibió para subir, cuando estuvo en la cima miraba a todos como si fueran seres sin valor a comparación con él.
Cuando todo se derrumba solo queda Dios, cuando todo va bien, a muchas personas como césar no les importa nada ni nade, cayó víctima de su propio ego, se vio tan grande que nada ni nadie lo podía detener y cuando estuvo en la cima, le sucedió como dice el refrán.
"SUBE COMO PALMA 🌴 CAE COMO COCO 🥥"
En la vida no 😔 seas César.