El sudor comenzaba a perlar la frente de Alexander. El calor no provenía solo del fuego en la chimenea, sino del cuerpo que se movía con dominio sobre el suyo. Eliese no tenía prisa. Lo miraba como se mira una obra que ha costado años en perfeccionarse, una mezcla de arte y venganza envuelta en seda.
—Te ves tan hermoso así… —susurró, inclinándose hasta lamer con lentitud el surco entre su clavícula y el cuello—. Atado. Expuesto. Sin poder decidir si me odias o me deseas más que nunca.
Alexander respiraba agitado. La frustración lo carcomía tanto como el placer. Ella se movía con una sensualidad feroz, marcando el ritmo con su cadera mientras lo mantenía justo al borde. No lo dejaba caer… ni lo liberaba.
—Eliese… —murmuró entre dientes.
Ella lo hizo callar colocando un dedo sobre sus labios.
—No digas mi nombre como si tuvieras poder aquí —dijo con una sonrisa torcida—. Hoy no eres el duque. No eres el esposo. Eres solo un cuerpo rendido bajo mi voluntad.
Y sin previo aviso, apretó con fuerza su centro contra la erección de él, arrancándole un gemido ahogado que intentó ocultar mordiéndose el labio. Eliese cerró los ojos un momento, saboreando su reacción como si fuera un manjar secreto.
Sus manos descendieron por el torso de él, delineando cada músculo, cada vibración, hasta que llegó de nuevo a su entrepierna. Esta vez, lo liberó con un movimiento suave, dejando que el contacto piel con piel lo volviera aún más vulnerable.
—Mírame —ordenó, mientras se posicionaba sobre él, tomándolo con una firmeza delicada—. Quiero que recuerdes cada segundo. Porque cuando termine contigo… ni Rubí, ni tus batallas, ni tus deberes… podrán hacerte olvidar esta noche.
Y descendió lentamente sobre él, con una lentitud casi cruel.
Alexander arqueó la espalda, tensando las ataduras, jadeando al sentir cómo ella lo envolvía por completo. La unión fue profunda, tibia, eléctrica. Pero Eliese no se movió de inmediato. Permaneció quieta, encima de él, con la mirada fija en sus ojos, como si lo obligara a sostener el peso del momento.
—¿Sientes eso? —preguntó, apretando ligeramente sus caderas—. Eso es control. Eso es lo que nunca lograste quitarme.