Cumplí 18 años hoy, el último día del año. No me emocionó, no me entusiasmó, solo fue otro día. Mis padres me prepararon una cena familiar, como siempre; me gusta pensar que lo hacen por mí y no por querer pasar el año nuevo con mi familia paterna. Ha sido la misma rutina de los últimos ocho años: yo cocinando, mi madre quejándose de que no tiene suficiente tiempo y mi padre gritando porque no nos tolera. No siento conexión con ellos, no siento amor, solo siento una profunda indiferencia. Y para empeorar las cosas, mi cumpleaños siempre se ve opacado por las celebraciones de Año Nuevo. Pocos se acuerdan de mí, y no solo de la cuenta regresiva hacia la medianoche.
Al menos los regalos son buenos.
Cada año es lo mismo: la familia se reúne, se come, se bebe y se celebra el fin de un año y el comienzo de otro. Pero mi cumpleaños se pierde en el olvido en el ámbito familiar.
Recuerdo cuando era pequeña y mi cumpleaños era un día mágico. Pero ahora, solo es un recordatorio de que estoy atrapada en esta familia disfuncional, aunque ya sea mayor de edad.
Es irónico, porque en realidad valoro a las personas que me rodean. Valoré a mis padres por mucho tiempo, a pesar de todo. Pero es difícil sentir cariño hacia ellos cuando la relación que tenemos es tan tensa. El rencor y la frustración que siento por ellos es como una nube que oscurece cualquier sentimiento positivo que podría tener.
En días como hoy, cuando todo el mundo está celebrando y siendo feliz, no puedo evitar sentirme mal y llorar. Me siento como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no puedo despertar. Quiero escapar de esta familia, de esta rutina, de este dolor. Quiero encontrar mi propio camino, mi propia felicidad.
Cumplir 18 años debería ser un momento emocionante, un momento de celebración y reflexión. Pero para mí, solo es un recordatorio de que no valgo lo suficiente para algunas personas. Y eso está bien, porque ahora estoy lista para dejar atrás todo y empezar de nuevo...sola.