Cuando Helena descubrió la infidelidad de su esposo, Andrés, su mundo se tambaleó. Llevaban diez años de casados, y aunque las cosas no siempre habían sido perfectas, ella había puesto su corazón entero en esa relación. Pero ahora, todo estaba roto.
Una noche, mientras empacaba algunas cosas para marcharse, encontró un viejo espejo en el desván. Era un objeto que había heredado de su abuela, quien siempre le advertía que nunca debía romperlo ni usarlo descuidadamente. Esa noche, sin fuerzas para llorar más, Helena habló frente al espejo como si fuera una amiga:
—¿Qué debería hacer? Me siento tan perdida...
Para su sorpresa, el espejo comenzó a brillar. La imagen de una mujer de cabellos plateados apareció en la superficie y le habló con voz firme y etérea:
—Helena, tu dolor ha despertado el Juramento de Cristal. Puedo mostrarte lo que no ves y guiarte hacia la verdad absoluta, pero a un costo. ¿Estás dispuesta a pagar el precio?
Helena dudó. ¿Qué podía ser peor que el engaño de Andrés?
—Lo estoy —respondió, con la determinación de alguien que no tiene nada más que perder.
La mujer del espejo sonrió, y de repente, Helena fue transportada a una realidad paralela. En esta nueva dimensión, no solo descubría los secretos más oscuros de su esposo, sino también de sí misma. Aquí, las infidelidades, las mentiras y las decisiones del pasado eran tangibles, y cada una representaba una prueba que debía superar.
Lo que Helena no sabía era que cada elección en este mundo alternativo afectaría directamente su vida real. Y mientras luchaba por decidir si debía perdonar o abandonar a Andrés, empezó a surgir una pregunta más grande: ¿Quién era ella sin él?