El viento susurraba secretos entre los pétalos de terciopelo. Rosas rojas, carmesí, rosadas, un mar de colores vibrantes bajo el sol poniente. Cada una, una historia sin contar, un suspiro atrapado en la seda de sus hojas. Una abeja perezosa se deslizaba entre ellas, robando polen y dejando tras de sí un rastro de oro. Allí, escondida entre las sombras de un rosal milenario, una rosa blanca, perfecta, inmaculada, guardaba el secreto más profundo de todas. Su perfume, un susurro casi inaudible, prometía la eternidad, o quizás, solo la melancolía de un amor perdido. El sol se hundía en el horizonte, pintando el cielo de fuego, y las rosas, en silencio, continuaban susurrando.