En un pequeño pueblo, había una antigua casona olvidada en el borde del bosque. Una noche, Lidia decidió explorarla, impulsada por un susurro que escuchaba cada vez más cerca.
Dentro, encontró un viejo espejo cubierto de polvo. Al limpiarlo, vio su reflejo... y detrás de ella, una figura oscura con ojos brillantes. Intentó girarse, pero una fuerza invisible la detuvo.
El susurro se convirtió en un grito que resonaba en su mente:
—No debiste venir —Lidia quedó atrapada en su propio reflejo, observando cómo la figura se acercaba lentamente... para quedarse con su vida.
Dentro del espejo, Lidia sentía cómo su corazón latía frenéticamente. El reflejo de la casona se distorsionaba, como si estuviera observando a través de un cristal empañado.
La figura oscura avanzaba lentamente, con cada paso resonando como un eco en su mente. Sentía una presión sofocante en el pecho, el aire se volvía denso e irrespirable.
—¿Qué eres? —gritó, pero su voz se apagó antes de traspasar el vidrio.
La figura se detuvo, y su rostro deformado se estiró en una sonrisa siniestra. Lidia sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Intentó retroceder, pero sus pies estaban anclados al suelo. Sus pensamientos se volvieron caóticos, atrapada en un mar de desesperación. La realidad se desvanecía, y sólo quedaba el frío abrazo de lo desconocido.
Con un último destello de lucidez, Lidia cerró los ojos, deseando despertar de aquella pesadilla. Pero sabía, en el fondo, que su vida ahora pertenecía a la oscuridad del espejo.
En el silencio asfixiante del espejo, Lidia sintió que el tiempo se distorsionaba. Los segundos se alargaban como horas, cada tic-tac de su reloj interno resonaba en su mente como un martillo. La figura oscura permanecía inmóvil, pero su presencia era ineludible, llenando cada rincón de su nueva prisión.
Lidia intentó recordar su vida antes de este momento, pero los recuerdos se desvanecían como niebla al amanecer. Sólo podía pensar en su miedo, en la opresión de la oscuridad que la rodeaba. Un susurro frío se deslizó en sus oídos, y por un momento, creyó escuchar palabras, antiguas y olvidadas.
La desesperación la invadía, su voluntad quebrándose poco a poco. Quería gritar, luchar, pero sentía que cada esfuerzo la hundía más en el abismo. La figura dio un paso más, y Lidia sintió cómo su alma se desgarraba. La voz, ahora claramente audible, le susurró:
—Tu destino está sellado.
El terror la paralizaba, y su mente se llenaba de imágenes distorsionadas de la vida que una vez conoció. Cada intento de recordar su pasado era como intentar agarrar humo. La oscuridad se cerraba a su alrededor, y en ese momento, comprendió que nunca escaparía.
Y colorín colorado... 😉🎃